El amanecer del nuevo año es un momento que a muchos nos produce pereza.
Afrontamos con cierta mala gana un periodo de doce meses en los que, como en botica, habrá de todo, cosas buenas y malas, alegrías, penas y deseos nimbados de una cierta esperanza (la que nos matiene todavía) Pero para empezar, no sólo nos encontramos con los bolsillos agujereados por el Fantasma de las Navidades Pasadas, sino que volvemos a ser víctimas de las monsergas políticas que, durante dos o tres semanas, parecían haberse desvanecido. Un alivio pasajero de algo que vuelve como un pertinaz sarpullido o un catarro mal curado.
Que si Iglesias y Errejón no se quieren lo suficiente y andan a la greña por el liderazgo de esa hidra de muchas cabezas (las menos, pensantes) que es Podemos. Que si el PSOE continúa como un barco a la deriva, sin ningún capitán pero con varios aspirantes a timonel. Que si a Rajoy, en el fondo, le gustarían unas terceras elecciones para acercarse a la mayoría absoluta. Que si Rivera cada vez se parece más a aquel que “amaga y no da” (y ya se conoce el resto del dicho popular) Que si... ¡Sí! ¡Que sí! Que José María Aznar vuelve por sus fueros y ha descendido del jarrón chino donde habitaba dispuesto a liderar, si no un partido, al menos una corriente crítica organizada e implacable dentro del PP.
A comienzos de semana, el director de El Español, Pedro J. Ramirez, afirmaba que el antiguo presidente del Gobierno estaba dispuesto a liderar una nueva formación política. Sin embargo, esta suposición o más bien deseo de uno de los numerosos damnificados políticos de Rajoy (recordemos que su destitución como director de El Mundo hace unos años se debió a la presión de éste) ha quedado desmentida por el propio Aznar, que, hace pocos días, durante su intervención pública en FAES, junto con otros perjudicados políticos del pontevedrés (Piqué y Gallardón) excluyó esta posibilidad. Sus incondicionales todavían lo consideran garante de las “esencias del PP” y desde hace casi tres lustros ha desempeñado el papel de Pepito Grillo, actuando como la voz de la conciencia de los dirigentes de su partido, enmendándoles la plana cuando lo ha considerado oportuno. O sea, una especie de mosca cojonera de Rajoy y los suyos. ¡Qué paradoja! Ya que fue precisamente él quien aupó a una personalidad tan apolillada y poco carismática como nuesto actual presidente del Gobierno al cargo de mayor representatividad de su partido. Y cuántas veces se habrá arrepentido.
Excluída, al menos por el momento, la formación de un nuevo partido, su vuelta a la palestra y con renovado ímpetu parece ser más bien la reacción ante un menosprecio (porque lo ha habido; especialmente a raíz de que la niña de sus ojos, FAES, tribuna de los maltratados hijos del PP, fuera desvinculada oficialmente del partido) El antiguo aliado incondicional de Bush en la Guerra de Irak es persona altanera, a la que le gusta decir siempre la última palabra. Nadie se le sube al bigote, sobre todo porque decidió afeitárselo para que no se le notaran las canas. Y como deportista es capaz de hacer el ridículo con su estómago-tableta de chocolate casi tanto y tan bien como su némesis con la torpe carrera gimnástica que nos “regala” cada verano.
Aznar no tolera que le tosa nadie y mucho menos que lo pongan en cuarentena: ha resistido hasta ahora como “guardián de los arcanos populares”, pero se rebela ante el ostracismo y el ninguneo al que lo condenan quienes él considera unos advenedizos.
No obstante, no es nada probable que, como un despistado mosquetero, decida volver veinte años después. Su aguda inteligencia quedó demostrada en múltiples ocasiones (hasta incluso fue capaz de aprender inglés de adulto junto con su esposa y tomarse después “a nice cup of café con leche in Plaza Mayor”) y no desdeña la reciente experiencia de otros como Sarkozy, que pensó que volvería a la política francesa en olor de multitud... ¡Y qué fiasco, madre mía!
Porque a Aznar, a diferencia del francés, no le hacen falta alzas en los tacones para parecer más alto: es su “altura de miras” la que tiene en vilo a más de uno.
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