La izquierda mundial siempre se ha mostrado contraria a la energía atómica. Sin duda el efecto de las bombas atómicas que los EE. UU lanzaron sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki dejaron una huella de terror y repulsa hacia este tipo de energía, algo que se han encargado de seguir manteniendo todos aquellos para los que el progreso es algo perjudicial para la humanidad y que quisieran que los hombres retrocediéramos a aquellas épocas en las que se movían sobre la Tierra cubiertos de taparrabos y viviendo en el interior de cuevas. La teoría de partir de cero, de volver a nuestros orígenes renunciando a lo conseguido con la civilización está muy extendida, especialmente entre una parte de la juventud a la que sus ideales generosos y sus aspiraciones de un mundo mejor en el que no exista el mal y todos seamos felices, los convierte en defensores de teorías igualitarias y de sentimientos solidarios que, la experiencia así lo demuestra, suelen irse esfumando a medida que la vida y los años les van enseñando que las utopías no suelen producirse y que no todas las `personas son tan desprendidas, caritativas y filántropas como debieran ser en un mundo idílico, pero irreal.
M.H. Abrams habla, en su obra, de una tierra que representa el fin de un largo peregrinaje, un paraíso edénico donde el hombre y la mujer viven en armonía con la naturaleza, en un estado de tranquilidad y paz (en contraposición al mundo exterior señalado por el sufrimiento, la confusión y el extrañamiento). Desgraciadamente, desde que el mundo es mundo, la Historia, con mayúscula, se ha encargado de desmentir a estos ingenuos e incautos seres bien intencionados, que han pretendido cambiar la naturaleza humana para elevarla al estadio de los ángeles, con el fatal resultado de que, lo único que, en muchas ocasiones, han conseguido ha sido asemejarlos a los demonios; con las patéticas y penosas consecuencias que, para la humanidad, han tenido estos experimentos, que siempre han concluido en penosos sistema políticos dirigidos por dictadores y tiranos.
Si la energía nuclear marcó un hito en lo que a armas destructivas se refiere y a la crueldad genocida de la que son capaces determinados personajes de la raza humana; no se puede negar que, al propio tiempo, fue un descubrimiento formidable para la producción de energía barata, limpia, de calidad, reducción de usos de combustibles fósiles (carbón y petróleo) y contribución al desarrollo de la humanidad; con la ventaja de que, con poca cantidad de combustible, se puede producir una cantidad inmensa de energía. Sus principales inconvenientes: la dificultad en garantizar su seguridad, sus gravísimos efectos en caso de accidente nuclear y la dificultad para almacenar, en lugar seguro los residuos nucleares. La gran presión de los ecologistas, de los partidos de izquierdas, de determinadas organizaciones o lobbies interesados en que se sigan consumiendo los combustibles fósiles y, principalmente, el descuido con el que se mantuvieron centrales nucleares como la de Chernóbil o Fukushima, de modo que acabaron provocando importantes accidentes nucleares; han contribuido a la psicosis generalizada que, en torno a la energía atómica, se ha ido propalando entre una gran parte de la ciudadanía que, sin embargo, ha decidido apostar por energías renovables, teóricamente menos contaminantes pero inmensamente más caras y menos productivas.
Sin embargo, tarde o temprano salen a relucir los errores a los que conducen la magnificación de los peligros, la satanización y desacreditación de determinados procedimientos productivos que, potencialmente, contienen grandes posibilidades económicas, competitivas y beneficiosas para la ciudadanía; pero que, a causa de su potencial peligrosidad, es posible que no se haya profundizado lo suficiente en su estudio e investigación para que, en lugar de desecharlos y prescindir de ellos, encontrar los modos de convertirlos en seguros, aumentar su duración y sacar provecho de los restos radiactivos a los que, hasta este momento, no se les ha encontrado otra aplicación que enterrarlos en profundas simas, para que no causen perjuicio a la humanidad. En lugar de invertir tanto dinero en luchar en su contra ( ONG, lobbies, comunistas, organizaciones patrocinadas para luchar contra ella etc.), hubiera sido más útil invertirlo en estudios, ensayos, perfeccionamiento de los protocolos de seguridad, y todos aquellos esfuerzos encaminados a sacar el máximo provecho de la fuerza nuclear y, en lugar de prescindir de ella a rajatabla, como parece ser que se ha optado; buscar los medios y las técnicas necesarias para convertirla en una energía, cien por cien segura, de la que sacar un provecho integral en beneficio de una atmósfera limpia, ecológica y eficaz para el beneficio de la población mundial.
Nos costaría entender que, una compañía minera que se dedicase a explotar filones de oro, por unas filtraciones en las galerías de gas grisú, metano o cualquier otro tipo de gas tóxico, tiraran la toalla, renunciaran a ganar una fortuna y abandonaran la explotación. Seguramente estudiaría detenidamente la situación, verían de reforzar las estibas de las partes más débiles, mejorarían la circulación de aire por medio de potentes extractores y dotarían al personal encargado de los trabajos de los más modernos medios de protección personal para, habiendo mejorado las condiciones del trabajo, poder seguir explotando un filón cuya calidad compensaría todos los esfuerzos y los gastos invertidos en la mejora de la seguridad de la galería.
Durante años se ha estado descalificando y empañado el tema de la energía nuclear e intentando hallar energías alternativas menos peligrosas, aunque ha sido imposible, a pesar de los esfuerzos empeñados en hallar un sustituto que diera el mismo rendimiento con menor coste, con menos contaminación y, a la vez, con un mayor aprovechamiento del combustible. Sin embargo se han invertido miles de millones en intentar hallar un sustituto que, seguramente, si se hubieran destinado a la investigación de métodos para conseguir una mayor seguridad en las centrales nucleares y, a la vez ( hoy parece que ya se están llevando a cabo ensayos para aprovechar los residuos atómicos), conseguir sacar provecho de los restos, que hoy deben enterrarse para evitar la contaminación del medio ambiente; es muy posible que no tuviéramos que lamentar, en los recibos de la luz de nuestras casas, el peso de estos 10.000 millones de deuda que sufren las eléctricas a causa de las cantidades que se vieron obligadas a invertir en energías renovables.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos la impresión de que, detrás de todo el problema energético que nos afecta a los españoles; de nuestra evidente dependencia en cuanto a energía eléctrica o de los problemas que hemos tenido que soportar –a pesar de tener una red de pantanos ( obra del general Franco) como pocos países disponen –, cuando no llueve lo suficiente o cuando el viento se niega a colaborar; nuestra nación, cada vez más industrializada y con una red eléctrica más sofisticada, sufre las consecuencias de no estar suficientemente preparada para poder aguantar las subidas o puntas de consumo, por no disponer de la potencia energética que correspondería a un país tan avanzado como es el nuestro. Una carencia que, difícilmente, podrá ser compensada por las energías renovables debido a que se empezaron a instalar, en España, cuando su coste era prohibitivo y, en consecuencia, ello nos ha llevado a seguir arrastrando, a través de los años, las pérdidas que aquellas iniciativas han ido acumulando desde su instalación. En otra ocasión tendremos ocasión de comentar lo que hubiera sucedido, en las elecciones americanas si, en lugar de la marisabidilla y poco simpática missis Clinton, hubiera sido su marido, el simpático, travieso y mujeriego Bill, quien le hubiera disputado la presidencia a D. Trump. Hoy no toca.
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