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Doña Celia y la... ¿campechanía?

Últimamente la veíamos enmendando la plana a Pablo Iglesias en una comisión parlamentaria
Diego Vadillo López
viernes, 17 de febrero de 2017, 00:22 h (CET)
Celia Villalobos sigue dando el callo en el Congreso de los Diputados, no perdiendo la ocasión de lanzarse a la yugular de aquel que ose poner en cuestión cualquiera de las directrices defendidas por su grupo. Últimamente la veíamos enmendando la plana a Pablo Iglesias en una comisión parlamentaria.

Muestra habitualmente Celia Villalobos una natural tendencia a la ramplonería; el proceder que la suele acompañar nos sitúa ante una de esas personas cuyas maneras anuncian una no muy elevada catadura, que, por esas cosas de la vida, mira por donde, medran y se instalan. Como otros tantos (merced a que nuestro sistema político lo permite y propicia) doña Celia lleva mucho tiempo ostentando altos cargos políticos sin que ningún prurito por asear su estancia en las preeminentes instancias decisorias se le haya podido atisbar a lo largo de todo este tiempo, dilatadamente ominoso para aquellos que contribuimos a pagarle sueldos, dietas y demás aderezos consustanciales a determinados cargos representativos como los que ha ido ejerciendo.

Ciertamente no demostramos como país tener un “morro” muy fino a tenor de personas que figuran en la cúspide del político escalafón; Santiago Segura se erigió en cinematográfico fedatario, a través de su torrentiana saga, de la hedionda faz que nos planea, y es precisamente de ahí de donde parece haberse escapado esta señora, orgullosa por demás de sus salidas de pata de banco y de su estilo “desenvuelto” y “campechano”, con filiación en el chascarrillo rayano incluso con lo procaz.

Los indicios que ofrecen sus modos de actuar conforman un nada edificante mosaico. Que la hicieran ministra no tiene explicación posible fuera de una serie de componendas partisanas. Lo del “codillo” lo puede decir una persona a su grupo de amigos al calor de unas cañas en un populoso tabernáculo, no una ministra de Sanidad en pública comparecencia en un contexto de crisis sanitaria. El ponerse en la puerta de un parking a darle voces a un chófer exigiéndole apremio con modales autoritariamente grotescos no es admisible en una diputada. Que una Vicepresidenta de la Cámara Baja se entregue a un videojuego mientras tutela la sesión durante un debate de interés nacional es intolerable… Pero bueno, ella es harto condescendiente consigo misma y no le da demasiada importancia a estos pequeños detalles, “peccata minuta”; está muy satisfecha con su tono entre coloquial y vulgar, entre estridente y macarra, entre perdonavidas y displicente…

Esta señora ha tenido medios y oportunidades para adquirir más cultura, formación y saber estar, los cuales redundasen en la calidad de su gestión y de su manera de relacionarse y comunicar, pero no, ha seguido enrocada en unas formas tan estridentes como intolerables. Hay una cosa que se llama ejemplaridad pública a la que están obligadas determinadas personas dada su proyección social. Los jóvenes diputados que acceden a la Cámara han de encontrar referentes, y si los hallan de este jaez… estamos apañados.

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