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Moving…bullying

Ángel Ruiz Cediel
Ángel Ruiz Cediel
viernes, 12 de noviembre de 2010, 23:00 h (CET)
El padre de la alumna acudió a la reunión a la que fue convocado, en el colegio en que cursaba estudios su hija de 11 años, por la orientadora y la directora del colegio, pero, a pesar de que ésta se extendió por un par de horas, no llegó a entender muy bien para qué le habían citado..., al menos al principio. Era cierto que él había presentado cinco meses antes una queja ante la Inspección de la Consejería de Educación de Alcalá de Henares por acoso, y era cierto que no le satisfizo la respuesta obtenida de estas autoridades –tres meses después de presentada y mediante un escrito estándar de unos párrafos deslavazados con el que daban carpetazo al asunto-, sin que la Inspección se hubiera molestado siquiera en hablar con la alumna (la víctima) o con los alumnos acosadores, y habiéndoles sido suficiente para resolver un asunto tan grave con las declaraciones de los profesores involucrados en la supuesta injusticia; e incluso era cierto que un par de meses antes había presentado un recurso a esa resolución en el que, redarguyendo el manifiesto corporativismo que exudaba, detallaba cada uno de los artículos de las leyes, ordenanzas y reales decretos que, a su entender, demostraban un flagrante incumplimiento legal por parte de las autoridades educativas del centro, con el resultado de que su hija fue marginada, ignorada y castigada, además de con un sufrimiento extremo en su ego y un daño atroz en su autoestima, con una repetición de curso que, lejos de resolver nada (no se puede repetir más de una vez en toda la enseñanza primaria) representaba un grave dolo adicional para la menor. Y para su familia, claro.

A esas alturas, y mientras el proceso de recurso seguía su trámite, suponía él que natural a pesar de no haber recibido el quién vivía todavía, el curso había comenzado, habían pasado ya un par de meses y se habían realizado ya las pruebas de control de inicio de curso –iguales a las que por suspenderlas a finales del curso anterior le hicieron repetir curso, según arguyeron entonces los profesores-, obteniendo en ellas su hija una media de notable, y ello sin que hubiera cogido un libro de texto en todo el verano. Con este escenario, esperaba el padre no sólo que la orientadora y la directora comprendieran la justeza de su protesta y la evidencia del acoso, pues que los profesores y los compañeros ya eran otros, sino que también le presentaran el plan de apoyo que establecían las leyes y del que ya le habían advertido verbalmente (plan que no implantaron en los cursos anteriores que, según su propia declaración ante la Inspección, hubiera necesitado para que no se diera el fracaso que, en apariencia, se dio), y, efectivamente, así fue; pero hubo más. También le pidieron al padre que firmara una autorización para hacer un estudio psicológico de la niña.

La cosa no fue así, como si le dispararan a bocajarro, sino después de intercambiar algunas opiniones acerca de la alumna, en la que la orientadora, quien no conocía a la víctima del acoso en persona a pesar de llevar en el centro 8 años, defendió como si fueran intereses propios los de los profesores involucrados y el correctísimo proceder de éstos en los sucesos que ella no había presenciado, demostrando un corporativismo inaceptable que el padre se encargó de subrayar. Por otra parte, en esa misma charla en la que ambas, directora y orientadora, decían mostrar tantísimo interés por la alumna (tres años después de iniciado el acoso y durante los cuales permanecieron indiferentes, desidiosos o incluso le acusaron a la alumna de ser conflictiva, multiplicando el daño), trataron de rebajar el acoso a un tan simple como igualmente bullying (acoso entre iguales), provocando la doble perplejidad del padre. Por una parte, con esta maniobra aplicaban por el artículo 33 la eximente completa al profesorado que se había cebado con la menor, y, por otra, degradaban una situación que, en justeza, estaban obligadas a evitar. La charla, en realidad, parecía centrarse no en buscar soluciones a los daños sufridos por la alumna, sino en que el padre cediera en su pretensión de seguir adelante con sus reclamaciones ante las autoridades de la Comunidad de Madrid, acusando a la menor, primero, de ser la única responsable de ese bullying (cosas de chicos, le dijeron), a él mismo después (su niña le tiene miedo, y por eso le miente), y, por último, haciendo un especial hincapié en que con acciones semejantes estaba demostrando que él no quería a su hija, que lo mejor era que la cambiara de centro (moving) y que lo que él estaba buscando era venganza, advirtiéndole de que jamás antes se había sancionado a un profesor, que son autoridades, por algo semejante.

La primera perplejidad del padre, a medida que la charla avanzaba, fue transformándose en indignación. ¿Por qué era tan difícil pedir y obtener justicia?..., ¿por qué debía huir del colegio como una apestada su hija?..., ¿por qué los acosadores, alumnos y profesores, que tanto daño habían hecho a su hija en su ego y su autoestima debían quedar impunes?... También en la Inspección le sugirieron con excesiva y machacona reiteración que cambiara a su hija de centro (moving). Haciendo un considerable esfuerzo de contención verbal, el padre les hizo notar que, lamentablemente, estos asuntos sólo se tomaban en serio cuando ya no solían tener remedio, cuando un menor se suicidaba o los daños eran ya irreparables; pero también les hizo ver que hacían un mal servicio a la Educación con acciones corporativistas de cobertura como ésas, no siendo capaces de depurar a su propio elenco y apartar de su colectivo a quienes dañaban a los niños, dándoles, en vez de ello, cobertura para que siguieran perpetrando sus horrores. La indignación, ya era la una sensación de que había emprendido una guerra contra un imbatible monstruo de infinitas cabezas.

Después de casi dos horas, en las que incomprensiblemente para el padre fue acusado de no querer a su hija por no llevársela a otro centro (moving), de ser tildado de irresponsable por querer buscar justicia a los enormes daños sufridos por su hija y de ser insultado en su inteligencia con artimañas corporativistas y advertencias de que el Estado les protegía y que jamás serían castigados, el padre salió del centro deprimido, sabiendo que la Justicia en España seguía siendo sencillamente imposible si no se era un personaje principal, a no ser que mediara sangre, y con todo y con ello tampoco era seguro que se pudiera obtener. El padre, sin embargo, era un hombre tozudo, con sus credos bien asentados y de muy firmes convicciones, razón por la cual, por supuesto, le negó a la orientadora (no tenía él muy claro sobre qué orientaba ni en qué consistía su trabajo) la posibilidad de realizar cualquier clase de estudio o charla con su hija, habida cuenta de su parcialidad, prejuicios dolosos y porque se temía que el objeto de aquel supuesto estudio, habida cuenta de la torticera deriva que llevaba el asunto, iba a estar orientado a buscar coartadas legalistas que derivaran las infracciones cometidas por los profesores y alumnos hacia alguna clase de problemas mentales de la alumna, de un supuesto mal ambiente familiar o de algo por el estilo, todo ello espurio.

No obstante, y a pesar de que la decepción del padre no podía ser mayor, todavía les dijo que los problemas sólo se solucionaban enfrentándolos y combatiéndolo, y no huyendo de ellos (negativa a sufrir moving), y que actitudes semejantes a las que ostentaban eran las que convertían nuestro sistema educativo en el más desastroso de Europa y el que mayor fracaso escolar producía, no queriéndose imaginar la enorme cantidad de niños y ya adultos que habría por ahí destruidos desde el colegio, porque los tales no tuvieron la fortuna de contar con unos padres que les apoyaran decididamente y siguieran luchando hasta el final. Adempero, no por ello dejó de despedirse, diciéndoles: “Luché contra una dictadura, y vencí; y lucharé contra esto, ya sea ante la Consejería de Educación de Alcalá de Henares, ante la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid, ante el Ministerio de Educación, ante los tribunales que correspondan, ante la Comisión Europea de Educación, ante la ONU o ante la Confederación Cósmica del Eterno Candor, y también ganaré… o moriré en el empeño. Nadie en el mundo va a dañar a mi hija y va a salirse de rositas. La impunidad no se dará, al menos mientras yo pueda evitarlo.” Y se fue.

El padre en cuestión soy yo, y la alumna, mi hija, que sólo tiene 11 años. Así esta España, y así, Madrid. Que luego nos vengan con anuncios lacrimógenos para idiotas, haciéndonos creer que los profesores son ángeles.

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