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Historia de un autobús

Entre lo patético, lo ridículo y lo políticamente correcto
Luis del Palacio
viernes, 3 de marzo de 2017, 00:09 h (CET)
Un imponente autobús pintado de un llamativo color naranja ha recorrido algunas calles de Madrid antes de que la autoridad (especialmente “municipal y espesa“ en los tiempos que corren) decidiera pararlo y enviarlo a cocheras esperando a que un juez dictaminara si lo que rezaba como eslogan en los laterales y la trasera del vehículo podía constituir un “delito de odio” (sic) El texto era el siguiente:
Los niños tienen pene
Las niñas tienen vulva
Que no te engañen

El viandante podría hacerse varias preguntas:

¿Se trataría de otra estrategia publicitaria de Benetton, que empleó hace años a personas con sida para sus carteles? ¿El estribillo de una delirante canción aspirante a algún festival? ¿O acaso un twiter perdido de Trump?

Nada de eso.

La ocurrencia era fruto de la torpeza de unos padres y madres que, sin duda con la mejor intención, reclamaban de esta manera un derecho que, como gran parte de los recogidos y amparados por la Constitución, no se cumple ni por casualidad: el derecho a la Educación (y por ende a que los padres decidan qué tipo de educación desean para sus hijos) Y si la idea de sacar un autobús con la perogrullada biológica era tan ineficaz como ramplona, no es menos cierto que la asociación HazteOir prentendía con ello protestar contra una manipulación. Porque no se trataba de otra cosa: Si, como se afirmaba en una reciente campaña publicitaria que gozó de todos los parabienes institucionales, “Hay niños con pene y niñas con pene; hay niñas con vulva y niños con vulva”... ¿Quién puede rasgarse las vestiduras por el hecho de que los que no están dispuestos a comulgar con semejante rueda de molino decidan contraatacar con un “Que no te engañen: los niños tiene pene y las niñas vulva”?

Dentro de lo zafio del debate (parece mentira el nivel al que hemos llegado) queda claro que no dejar que ese autobús circule por donde les plazca constituye un ataque a la libertad de expresión y, en definitiva, a la LIBERTAD sin más.

La Organización Mundial de la Salud considera que la transexualidad es un trastorno de la personalidad, una alteración de la conducta del individuo que puede ser clínicamente tratada. Ni más ni menos. Y no se trata de anatemizar a ningún colectivo, sino de poner las cosas en su sitio. Existen muy pocos casos de hermafroditismo, de convivencia precaria de los dos sexos, y, por lo tanto, el “sentirse mujer” o “sentirse hombre” teniendo los genitales del sexo contrario es simplemente una cuestión de la psique, indudablemente influida por factores ambientales. Obsérvese, por ejemplo, que en otras sociedades la transexualidad ,como fenómeno que afecte a un porcetaje aunque sea pequeño de la población, es prácticamente desconocida o pertenece a un grupo “exclusivo” o marginal (este es el caso de los Hijras de la India, que gozan de un estatus semi sagrado y donde han logrado a nivel jurídico que se les considere el “tercer sexo”)

No es cuestión de catolicismo ultramontano, sino de sentido común:

Un niño tiene genitales masculinos y una niña femeninos. Un transexual es alguien al que debemos respetar y apoyar, pero que tiene un grave problema al no aceptar lo que las gónadas le impusieron mucho antes de nacer.

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