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En una cultura ética repleta de principios atávicos no superados pareciera que la reprobación moral de la familia no venciese la idea de otredad al entender la primera como un espacio colonizado y externo a cualquier realidad por escatológica que resultase. El tacticismo político usa de forma sombría este tipo de herencias sociales para definir las fronteras entre lo posible y no posible.
Hoy queremos invitarlos a reflexionar sobre un asunto muy preocupante, sobre todo por su aparente silencio: la tolerancia a la maldad. Bien sabemos que estamos viviendo en un era en la que se nos insta permanentemente a ser tolerantes y comprensivos desde un punto estrictamente formal de la discursividad, pero que, en el plano de lo real, está atravesada por la violenta imposición y presión de usos y costumbres bastante flojas de papeles.
Se trata de un largometraje de Icíar Bollain estrenado en el año 2021 y que obtuvo tres premios Goya en la edición de esa temporada. No voy a entrar en la calidad de la interpretación -que la tiene-, especialmente la de la protagonista Blanca Portillo y la de Urko Olazábal, -aunque el papel de Luis Tosar me ha parecido menos redondo-, sino en el mensaje que contiene.
La penuria más grande de una sociedad, radica en las tremendas desigualdades entre análogos. Por una parte, tenemos ese mundo privilegiado, que del principio al fin lo conforma a su antojo, sumido tanto en el vacío como en el vicio, en el endiosamiento como en la inhumanidad entre sí. Al otro lado, está ese otro mundo hundido en la pobreza y en la mayor de las desdichas; hasta el punto de que la misma sociedad a la que pertenece, lo contamina y lo excluye.
No podemos continuar con esta carga de energía mortecina deambulando por el planeta, como si todo fuese normal, cuando no lo es; sólo hay que ver la desesperación en muchas gentes, las lágrimas vertidas ante multitud de conflictos, o las mismas situaciones de violencia que nos avasallan sin cesar.
No es momento de los occidentales de incrementar la xenofobia hacia los musulmanes pues muchos de ellos promueven valores como la tolerancia, la compasión y el amor y son activistas directos de asociaciones humanitarias que ayudan a los más vulnerables independientemente de creencias religiosas y pensamientos.
Ser tolerantes es una obligación de todos y de cada uno de nosotros; si en verdad queremos hacer del planeta el paraíso con el que soñamos. Hay que ejemplarizar liderazgos y realidades, gobernar coherentemente, sirviendo al bien colectivo sobre todo lo demás, aplicando las leyes sobre derechos humanos, prohibiendo actitudes criminales y corruptas, no permitiendo las discriminaciones contra las minorías, propiciando otras atmósferas más justas, que nos insten a la realización plena, que verdaderamente es lo que nos armoniza, activando el pensamiento crítico y el intercambio de ideas constructivas.
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