Se trata de un largometraje de Icíar Bollain estrenado en el año 2021 y que obtuvo tres premios Goya en la edición de esa temporada. No voy a entrar en la calidad de la interpretación -que la tiene-, especialmente la de la protagonista Blanca Portillo y la de Urko Olazábal, -aunque el papel de Luis Tosar me ha parecido menos redondo-, sino en el mensaje que contiene. Salvadas estas apreciaciones personales, lo que me ha gustado sobremanera, es el ejemplo de sufrimiento y perdón que hay detrás de la misma. No se si es que en su día no estuve atento a la noticia del acercamiento entre los presos y sus victimas, o si no se le dio la suficiente relevancia y difusión en su momento. La realidad es que para mí había pasado desapercibida. La actitud de Maixabel Lasa y la de los dos etarras arrepentidos son, en mi opinión, una buena noticia que me ha hecho recapacitar sobre las veces en que actuamos poseídos por las ideas, el orgullo y la prepotencia y, posteriormente nos arrepentimos de no haber actuado correctamente. Cada día podemos saber, a través de las noticias y de la experiencia personal, como los distintos países se están enredando en una guerra –casi- abierta basándose en unos derechos que no se sabe de donde proceden. Los que la manejan desde sus despachos, desde sus poltronas o desde sus escaños, contemplan sin pestañear como el común de los mortales sufrimos penalidades innecesarias tales como la inflación, el encarecimiento de la vida, el odio entre pueblos y la consiguiente movilización militar de aquellos que no se sienten llamados a las armas. El caso de “Maixabel” nos debe servir como ejemplo para anteponer el dialogo a la confrontación; a no esperar a ponerlo en práctica a toro pasado. No sé para que sirven tantos mediadores, en todos los ámbitos de la vida, la ONU, la OTAN, los consejos del Papa y tantas reuniones y conferencias donde cada uno va a defender lo suyo a capa y espada y no a buscar soluciones. Creo que en la actitud de los protagonistas de “Maixabel” se encuentra el camino de la tolerancia y la convivencia. La escena final de la llegada del asesino y la viuda del que fue gobernador civil de Guipúzcoa al lugar del homenaje a la victima -Juan María Jáuregui- portando unas flores rojas (como símbolo del pasado) y una flor blanca (como esperanza en el futuro), son los signos más visibles de una reconciliación que parecía imposible pero que la buena voluntad de las partes la ha propiciado.
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