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Perros envenenados, un crimen repetitivo

Julio Ortega (Pontevedra)
Redacción
jueves, 23 de diciembre de 2010, 12:12 h (CET)
La muerte de perros en Galicia, propiedad en su mayoría de cazadores, tras la ingestión de cebos envenenados en el monte se está convirtiendo en una rutina macabra. Y resulta desalentador comprobar como nunca se suele dar con los culpables de crímenes tan cobardes, un hecho que tampoco sorprende habida cuenta de los escasos recursos que se dedican a investigar acciones de esa naturaleza cuando las víctimas son animales irracionales.

Leía en un diario con motivo de tan sobrecogedor asunto las declaraciones de un escopetero que, muy apesadumbrado, afirmaba haber perdido por esta razón a seis perros en 2009 y a cuatro en 2010. La siguiente reflexión que el acongojado montero lanzaba al periodista era: “15.000 euros que me habían costado los del año pasado y 9.000 los de este”

Por un instante me quedé atónito ante la presteza con la que su pena se transformaba en cálculos contables, sin embargo, al momento adiviné el porqué de este asombroso cambio de registro en el origen de sus preocupaciones: el que estaba hablando era alguien que, probablemente, el siguiente fin de semana mataría a un ser vivo que en vez de ladrar gruñiría y que no le iba a costar miles de euros, sino únicamente el valor de un par de cartuchos.

Los domingueros del 4x4 con el remolque - jaula, la canana y la escopeta, son personas que acaban por diversión con la vida de animales sin sentir la menor compasión, al contrario, les produce placer. En ese aspecto y analizándolo desde la ética de su conducta, ¿se diferencian de los que esparcen comida con veneno para matar a perros? Sólo lo hacen en la legalidad de la acción porque al fin, las consecuencias en ambos casos son idénticas para un ser vivo. Un hecho es miserable y lícito, el otro prohibido y miserable.

Tal vez por eso no me llamó la atención leer que se maneja la posibilidad de que esta sangría de canes responda a rivalidades entre sociedades de cazadores. Sé que bastantes quieren realmente a sus canes, aunque su amor sea tan peculiar y en ocasiones harto nocivo, pero otros muchos los conciben como simples herramientas. En cualquier caso, qué destino tan sombrío el de los perros de los aficionados a meter plomo en vísceras ajenas, condenados como están a debatirse entre cebos envenenados, colmillazos de jabalíes, cepos, ahorcamientos, disparos, pozos, cheniles… Un panorama con un eterno hedor a muerte, porque es en ese precisamente en el que se mueven los amigos del rifle y del trofeo naturalizado. Espero que los autores de los envenenamientos sean identificados y que cumplan penas de prisión, pues no merecen una sentencia más leve.

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Dicen, y estoy de acuerdo, que el centro es un terreno peligroso electoralmente hablando, y pienso que esto es una realidad, ya que en poco tiempo hemos sido testigos de la debacle de muchos partidos que han apostado por esa posición. También he oído eso de que ser de centro es como todo el mundo dice que se tiene que ser, pero como a nadie le gusta que seas, y también puedo estar de acuerdo.

Ahondando en el pasado de la humanidad, podemos comprobar cómo, desde siempre, las distintas civilizaciones han vivido en la esperanza de otra vida después de la muerte. Por ello han procurado ofrecer a sus difuntos un habitad confortable, al que han rodeado de ese “ajuar” consistente en armas, alimentos, animales de compañía, joyas, ropajes, etc., que les hiciera más llevadero el paso por la “otra vida”.

Blaise Pascal, físico y filósofo francés del siglo XVII, escribe: “Todos los problemas de la humanidad provienen de la incapacidad del hombre de sentarse tranquilamente solo en una habitación”. ¿Qué hará una persona encerrada sola en una habitación? Se sumergirá en sus pensamientos erróneos porque no sabe pensar correctamente y se dejará llevar por las ilusiones de su propia bondad y de la perversidad del resto de los mortales.

 
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