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Felipe Espílez Murciano presenta ‘Huellas de silencio’

El nuevo poemario del autor congregó a muchos amigos que le arroparon en una ceremonia inolvidable
Diego Vadillo López
sábado, 8 de abril de 2017, 11:12 h (CET)

Unnamed

El ya mítico Café Libertad 8, situado en la madrileña calle del mismo nombre, acogió el pasado jueves 6 de abril la presentación del último poemario del escritor Felipe Espílez Murciano, “Huellas de silencio” (Seleer, 2017). Dicha presentación fue dotada por su maestro de ceremonias de un cariz eminentemente poético. Espílez, fue coordinando lo que terminó por ser un delicioso recital en el que varios fuimos los que acabamos subiendo al escenario a compartir récitas y complicidades varias con el anfitrión. Todo el evento pasó a engrosar, por obra de Espílez, un único poema coparticipado por los allí asistentes, que fuimos contagiados por las estremecedoras maneras poéticas del vate maño, de quien José Luis Pérez Fuente apuntó, entre otras cosas, que es “puro sentimiento”, que tiene la capacidad de “pintar con palabras el dolor o la ternura” o que sus versos “encienden el corazón de quien los escucha”.

Cada enunciación se tornaba verso nada más aflorar por entre los labios de los partícipes y participantes y Espílez había seleccionado un poema para que lo recitara cada uno de los poetas llamados a participar activamente, además de dedicarnos-destinarnos una “per cápita”, subsiguientemente a cada exógena intervención, él fue declamando. También tuvo amables palabras para los amigos que lo acompañaron en los más arduos momentos vividos en los últimos tiempos.

A la vera del poeta fueron allegándose: Susana Diez de la Cortina Montemayor, José Luis Pérez Fuente, yo mismo, Mª Ángeles Espílez, María Guivernau, y Carmen Badillo.

Pude comprobar a medida que iban siendo desplegados los versos de cada pieza del nuevo libro allí inaugurado que la voz del poeta seguía siendo Ella, nada había sido alterado sustancialmente desde la última vez que presenciara la puesta en común de los “versos-Espílez” por su obrador.

Felipe Espílez es hondamente contemplativo, acendradamente evocativo y suavemente nostálgico (dispénsenme el exceso de adverbios acabados en “mente”, pero es que, precisamente, todo eso de lo que aquí se habla, al fin, emerge de la “mente” del poeta). Bien, decía entre otras cosas que la poesía de nuestro autor (así como el sujeto que la hace viable) porta cierta dosis de nostalgia, si bien la suya es una nostalgia sin afectación, serena y emotiva; fluyente por los recodos de un ayer recuperado con emoción pero sin artificio. Es la de nuestro poeta una eufonía que brota de la pasión, de la pasión de vivir el presente y recordar el pasado revistiéndolo con galas de sugestión. Y todo esto mientras se acude al futuro “despacito” (como dice una canción reproducida de manera muy recurrente en la hora actual) porque es de ese modo como mejor se aprehende la vida en rededor, cosa que hace magistralmente Espílez, no en vano sus poemas son fascinantes retales de vida asidos con lírico temperamento de entre los intervalos más inesperados. Es un registrador lírico de lo inapropiable, el bueno de Espílez. Es un captor de lo inasible; un expositor de lo inefable…

La voz del poeta pareció quebrarse por momentos cuando dio curso a la antes mencionada voz poética al recitar “La palmera de las noches dormidas”, un bellísimo poema de remembranza pletórico de sobrecogedoras sinestesias. También me gustó mucho “El vencejo de luna”, dedicado a José Luis Pérez Fuente, que trata sobre aquellas personas que sueñan despiertas, que duermen volando, como dicha ave, sorprendiendo al auditorio con el audaz símil avícola.

En mi caso, me tocó recitar “Retorno”, un elegante y audaz poema en el que el recuerdo es erigido magnificencia:

Recuerdo
De vez en cuando subiré a aquel autobús,
de asientos duros, de ventanillas blandas,
sobre el asfalto equivocado en un pañuelo de tul
que se almidona en un aire respirado de acacias.

De vez en cuando subiré a aquél autobús,
de los recuerdos amarillos, de la nostalgia azul,
hasta la biblioteca escarlata de los libros ciego
donde se guardan mis escalofríos debajo del fuego.

La equiparación del tránsito por determinadas vivencias compartidas es equiparado metafóricamente al trayecto en un autobús, pues parece quedar todo aquello como el recuerdo de un dulce itinerario.

Uno de los puntos clave de la velada fue cuando Felipe Espílez llamó al escenario a Mª Ángeles Espílez, su hermana, para que recitara “Las cosas sencillas”; una vez hubo acabado, él hizo lo propio con otra pieza que le había dedicado a la que, además, es ilustradora de la cubierta del libro: “La cornisa divina”, un poema que habla, sublimándolas, de unas vivencias de infancia compartidas, si bien de manera más consciente en su caso: cuando había de cuidar de su hermana, a la que saca catorce años, porque sus padres habían de ir ambos a trabajar, con el desasosiego aparejado que tal responsabilidad comportaba para el entonces púber Felipe.

El broche final lo pondría Carmen Badillo, quien entonó, toda vez que es contralto del coro de Radio Televisión Española, “Voz de agua”, una canción que, en puridad, fue primariamente un poema que había concebido Espílez cuando la oyó cantar por primera vez; su voz poderosa lo conmovió e inspiró, y, por su parte, Badillo, a su vez conmovida por la conmoción de Espílez y, asimismo, inspirada, concibió una melodía que acompañara a la pieza poética, un compendio magnífico que ella interpretó para deleite del respetable.

Sin duda, fue una velada deliciosa y para recordar.

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