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La Naturaleza se está muriendo de forma silenciosa

¿Sabían ustedes que nos encontramos en medio de una extinción en masa de proporciones históricas?
Vida Universal
martes, 16 de mayo de 2017, 00:09 h (CET)
No nos estamos refiriendo a una terrible película de ficción sobre el fin del mundo, en la que sabemos que todos son efectos especiales. A principios de agosto de 2015 recorría los medios de comunicación una noticia escalofriante: “Ha comenzado la sexta extinción masiva“, basado en un informe sobre una tragedia inimaginable que está ocurriendo delante de nuestros ojos.

Científicos de México han evaluado en un estudio basado en los últimos 500 años, datos sobre la extinción de vertebrados en todo el mundo. Los investigadores compararon los datos con la extinción natural que tiene lugar sin la influencia del ser humano, y según sus cálculos desde el año 1900 deberían haberse extinguido 9 especies vertebradas de modo natural, no 468.

Pero la causa de esta extinción de especies de dimensiones gigantescas (la mayor desde hace 65 millones de años), no es un acontecimiento cósmico como la colisión de un meteorito. La causa es una muy distinta: somos nosotros, los seres humanos, los que destruimos otras especies a una velocidad vertiginosa. La humanidad ya ha exterminado incontables especies sin que jamás lleguemos a conocerlas, y sin saber qué función cumplían. En la mayoría de los casos se trató de la destrucción del hábitat natural: bosques que cayeron víctimas de la agricultura, pesca intensiva que esquilma los océanos, suelos fértiles envenenados o arrasados por temporales a manos del cambio climático mundial.

Hoy sabemos que esta extinción, que no se trata de una cuantas especies, tiene el efecto de una bola de nieve. La extinción de una única especie de planta puede desencadenar la destrucción de la cadena alimenticia de todo un ecosistema desde su base. En tan solo tres generaciones se podría acabar todo. Por supuesto que esto también es válido para nosotros, pues sin naturaleza no es posible ningún futuro.

El que la muerte de la naturaleza sea silenciosa, una muerte muda de miles de millones de plantas y animales es lo que nos hace creer que no es para tanto. Hubo suficientes advertencias pero todas cayeron en saco roto en las últimas décadas y se desperdició un tiempo valioso para corregir el curso de los acontecimientos, pues toda la naturaleza incluidos los seres humanos formamos un gran colectivo, una comunidad con un mismo destino. Esto es algo que ahora podemos ver de forma cada vez más dramática.

Estimado lector si se considera usted cristiano sepa que Jesús de Nazaret enseñó que debemos proteger toda vida, y que no deberíamos matar de forma deliberada. Él también vino por la naturaleza y los animales. Hoy sabemos que Él no enseñó prohibiciones, sino ayudas para tratar de forma justa la vida que nos rodea. Cada vez se ve con mayor claridad que en Su enseñanza sencilla se encuentra la solución también para la situación tan seria en la que nos encontramos. Y aunque sea mucho lo que se haya perdido, la Regla de Oro de Jesús de Nazaret sigue teniendo validez: Lo que quieras que otros te hagan a ti, eso deberías hacer tu primero a ellos, lo que es valido también para la naturaleza.

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El 3 de agosto de 2020, se emitía un comunicado desde la Casa de Su Majestad el Rey donde Don Juan Carlos venía a decir, entre otras cosas, a su querido hijo Felipe lo siguiente: «Hace un año te expresé mi voluntad y deseo de dejar de desarrollar actividades institucionales. Ahora, guiado por el convencimiento de prestar el mejor servicio a los españoles, a sus instituciones y a ti como Rey, comunico mi meditada decisión de trasladarme, en estos momentos, fuera de España».

La ilusión, la emoción y la sorpresa siguen en un rincón de nuestra memoria dispuestas a desatarse si sabemos encontrar en el recuerdo de nuestra vida la autenticidad de aquel preciso momento. Ahí queda a la vista nuestro asombro ante la aparición del prodigio, y su magia es la única realidad que nos rodea.

Tenemos unos políticos y escritores aparentemente realistas que viven en el mejor de los mundos, a no ser que sepan algo que nosotros ignoramos. No es que no tengan sueños, el problema es que no tienen pesadillas (que podrían materializarse). En esa página lapa pegada a nuestro ordenador, mezcladas con la información más banal, aparecen noticias tremebundas que mueven a dudar bien de su credibilidad, bien de su cordura, dado el resto de la información.

 
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