Recuerdo una anécdota que viví hace algún tiempo mientras caminaba con un sacerdote. Durante nuestro paseo, se nos acercaron dos sindicalistas que comenzaron a quejarse de la Iglesia, acusándola de no hacer lo suficiente para ayudar a los pobres. Fue un momento tenso, cargado de críticas y palabras que, si bien tenían una intención de justicia social, estaban impregnadas de reproche.
Justo en ese instante, una persona indigente se acercó pidiendo limosna. Sin dudarlo, el sacerdote le dijo: "Ve al supermercado que está enfrente y toma alimentos de primera necesidad por 10 euros. Yo entraré a pagar cuando termines". La persona entró al supermercado y, tal como había prometido, el sacerdote fue a pagar los productos.
Los sindicalistas, sorprendidos por lo que acababan de presenciar, dijeron con sinceridad: "¿Ves? Eso no somos capaces de hacerlo nosotros". Fue una lección silenciosa pero poderosa, una acción que habló mucho más fuerte que cualquier discurso.
Amar con hechos, no sólo con palabras
Este episodio me recordó una canción de los carismáticos que dice: “Porque es muy fácil orar, es muy fácil hablar, pero querer de verdad, a veces hace llorar”. Es sencillo hablar sobre el amor, la solidaridad y la justicia, pero amar de verdad implica un sacrificio, una entrega que muchas veces nos cuesta porque nos exige dar algo nuestro. Esa entrega puede ser material, como en el caso del sacerdote que pagó los alimentos, o también puede ser un acto de escucha, de tiempo, de presencia.
Amar de verdad significa salir de nuestra zona de confort y, a veces, experimentar una pérdida. Pero esa aparente pérdida nos llena de una satisfacción mucho mayor en el corazón. Es un amor que transforma, tanto a quien lo recibe como a quien lo da.
El juicio fácil y la viga en el propio ojo
Esta experiencia también me hizo reflexionar sobre el pasaje del Evangelio que dice: “¿Por qué miras la paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el tuyo?” (Mateo 7:3). Muchas veces, es fácil criticar a los demás por lo que creemos que no hacen o por lo que deberían hacer según nuestro juicio. Sin embargo, a menudo no somos conscientes de nuestras propias limitaciones y de las oportunidades que tenemos para actuar.
Esos sindicalistas criticaban a la Iglesia por no ayudar lo suficiente, pero cuando vieron al sacerdote actuar de manera concreta y directa, se dieron cuenta de que ellos mismos no habían dado ese paso. Es una llamada a la humildad y a la acción: antes de juzgar, preguntémonos qué estamos haciendo nosotros para ayudar a los demás.
El poder transformador de los pequeños actos
La verdadera caridad no necesita grandes discursos ni actos heroicos. Muchas veces, los pequeños gestos de amor y generosidad tienen un impacto profundo y duradero. Un simple acto de dar alimentos a quien lo necesita puede transformar corazones, generar conciencia y despertar el deseo de ayudar en quienes observan.
Al final, las palabras son importantes, pero son los hechos los que marcan la diferencia. Dar ayuda real, concreta y desinteresada es una expresión del amor verdadero. Y ese amor, que a veces nos hace perder algo material, nos llena de una paz y una alegría que ningún bien terrenal puede igualar.
Conclusión: Amar como acto transformador
La anécdota con el sacerdote y esos sindicalistas nos enseña que el amor verdadero va más allá de las palabras y los discursos. Amar implica acción, sacrificio y humildad. Implica reconocer nuestras propias limitaciones antes de criticar a los demás y estar dispuestos a dar, aunque sea poco, para marcar la diferencia en la vida de alguien.
Recordemos que, como dice la canción: “Es muy fácil hablar, pero querer de verdad, a veces hace llorar”. Y es en esos momentos de entrega desinteresada cuando experimentamos el verdadero significado del amor.
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