Para los nada pocos seguidores de Enrique Vila-Matas, la publicación de ‘En un lugar solitario’ (DeBolsillo, 2011) vendría a tapar el gaseoso agujero negro que muchos hemos tenidos, durante años, con la obra de este renombrado narrador. En especial, a los lectores de mi generación, quienes empezamos a tener noticias de él a razón de aquella rareza llamada ‘Historia abreviada de la literatura portátil’, publicado en 1985 y que muchos leímos entre inicios y mediados de la década pasada.
Lo recuerdo muy bien. Con dicha publicación empezó a formarse una suerte de cofradía, un hinchaje silente por este letraherido ataviado de extrañamiento. Se quería leer todo sobre él y, en teoría, se leía todo sobre él. Sin embargo, poco o nada sabíamos de sus libros publicados antes de 1985. Con excepción, claro está, de la pequeña obra maestra ‘La asesina ilustrada’.
Junto a ‘La asesina ilustrada’ tenemos también las novelas breves ‘Al sur de los párpados’, ‘Impostura’, la homónima que titula la presente publicación y el cuentario ‘Nunca voy al cine’, editados en el curso de 1973 a 1984. La lectura de estas entregas nos deja la certeza de que Vila-Matas no era para nada concesivo con el lector medio, puesto que antes ofrecer tramas que lo atrapen (lo pudo hacer tranquilamente con una historia costumbrista, por ejemplo), le interesó la experimentación estructural, con la que desplegaba un latente y (también) patente humor, más una mirada lúdica e irónica que jugaba con las referencias del lector de turno.
Ahora, ‘En un lugar solitario’ encontramos también otro “libro”. Me refiero, pues, al prólogo “No hay que hacer nada luego”, que es toda una delicia testimonial de los comienzos literarios de un artista que desde siempre quiso ser director de cine y a quien las circunstancias, en 1971 en Melilla mientras realizaba el servicio militar, llevaron a los terruños de la narrativa. Pues bien, Vila-Matas no duda en dinamitar su fama de autor metaliterario. Para cuando empezó a escribir había leído pocas novelas, mas sí algo de poesía. En teoría, tenía una gran desventaja (es harto conocido el mito del “terminas escribiendo porque has leído mucho”), que en vez de desanimarlo, lo llevó a crear desde una supuesta nada y, de esta forma, pergeñar en perseverancia una poética personal que muy poco le debía a la tradición literaria española. Por ello, el entonces joven autor tuvo la potestad de ser libre, de no ser presa del respiro realista que imperaba en la narrativa de su país. En otras palabras: antes de escribir para los demás, Vila-Matas escribió para sí mismo.
A lo largo de las 50 páginas del prólogo, el autor nos detalla el “detrás de escena” de cada uno de sus cinco primeros hijos literarios. Entre otras cosas, entendemos la razón del cambio del título de su primera novela (‘Mujer en el espejo contemplando el paisaje’), de la importancia personal de ‘Al sur de los párpados’, cuya escritura lo llevó a imponerse una vida de novelista, de rutina y horarios (por cierto: ¿podría realizarse una obra como la suya llevando una vida de poeta? Al menos para mí, imposible). Además, es clara su irreverencia en cuanto a la moda generacional y el discurso premunido de lugar común. No es gratuito que “Nunca voy al cine” se llame así. Pero es con ‘Impostura’ cuando encuentra el tono para su estilo, quizá deudor de estos famosos versos de Góngora: “Quejándose venían sobre el guante / los raudos torbellinos de Noruega”. O sea: el placer y estímulo de lo difícil.
Me aventuraría a afirmar que en este primer tomo de la Biblioteca Vila-Matas se encuentran los secretos, creativos y personales, de una de las poéticas más influyentes en el imaginario contemporáneo de la literatura en castellano.
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