La guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia, entre 1932 y 1935, fue la primera en la cual se utilizaron aviones, tanques y morteros en los campos de batalla. Tuvo además el aditamento de que uno de los bandos tenía como comandante a un general alemán, exponente del esplendoroso prestigio bélico prusiano que obnubilaba a las élites latinoamericanas de aquel tiempo.
Se trataba del general Hans Kundt, un prusiano de pura cepa, nacido en Neustrelitz (Mecklenburgo, Alemania) el 28 de febrero de 1869. Con varios militares en su familia, la carrera de las armas era para él un destino fácil de vaticinar. Graduado como subteniente en 1889, en 1902 fue integrado como oficial de estado mayor, aunque el folklore popular boliviano le niegue dicha jerarquía.
Había conocido Bolivia en 1908, y se había enamorado de ese país, como confesaría a un corresponsal de guerra argentino que lo entrevistaría en las trincheras de la primera guerra mundial. Engañado por la pasión, había llegado a convencerse de que el boliviano era el mejor soldado del mundo, después del alemán.
Combatiente en Polonia y Galizia, terminaría herido y condecorado por el alto mando alemán durante la primera gran guerra. En 1921, ya con el rango de general, volvió a Bolivia y adoptó la nacionalidad boliviana.
Dos años más tarde, el gobierno de Bautista Saavedra lo nombró ministro de Guerra, pero los vaivenes políticos le obligaron a dejar el país en 1930, con la caída de Siles. La guerra del Chaco estaba a la vuelta de la esquina, y los primeros fracasos consumados llevaron al gobierno boliviano a convocarlo como salvador de Bolivia, a fines de 1932. A los sesenta y tres años, los duendes del destino lo habían ubicado como jefe del ejército boliviano en campaña en el Chaco.
A pocas semanas de entrar en funciones, quedó claro que Kundt no era el mesías esperado por los habitantes del altiplano. El altivo prusiano no fue el culpable de todo, pero sus errores quedaron expuestos cuando envió a oleadas de soldados bolivianos a morir estéril mente intentando quebrar la defensa del fortín Nanawa. La primera vez a fines de febrero de 1933, y la segunda a principios de julio del mismo año.
Unos meses después, el no haberse percatado de la magnitud de la ofensiva paraguaya entre octubre y diciembre de 1933, coronada por la debacle boliviana en Campo Vía (11 de Diciembre de 1933), sentenciarían fu fracaso histórico. Historiadores nacionalistas paraguayos compararon la victoria de sus armas con las de la guerra de la independencia, pues desde los campos de batalla encendidos en el Chaco, había sido expulsado por los criollos un general europeo de manera aleccionadora. Casi la mitad del ejército boliviano se perdió y el mesías prusiano terminó vilipendiado por la prensa y el público y confinado en Cochabamba.
La pura verdad es que Kundt solo fue el chivo expiatorio de los errores, inoperancias e indisciplina de sus subordinados bolivianos. Sus más cercanos colaboradores, todos bolivianos, lo habían traicionado. Se le permitió regresar a Alemania a fines de 1936, aunque despojado de todos sus bienes y con los bolsillos vacíos. Terminaría sus días en Suiza, pobre y olvidado, el 30 de agosto de 1939.
Sin embargo, una mirada desapasionada redime a Kundt de gran parte de sus culpas. Sobre todo recordando episodios como “el corralito de Villa Montes”, insólito golpe de estado en plena guerra internacional.
Las derrotas bolivianas a fines de 1934, entre ellas la caída de Ballivián, colmaron la paciencia del presidente Daniel Salamanca, quien se decidió por la destitución del general Peñaranda y el nombramiento del general Lanza como sucesor. El 27 de noviembre de 1934, Salamanca llegó a Villamontes acompañado de Lanza, pero los principales generales habían decidido desacatar sus decisiones.
Todo sucedía apenas a doce kilómetros de la línea de fuego donde paraguayos y bolivianos se mataban unos a otros solo para decidir si Deterding o Rockefeller habrían de quedarse con el petróleo del subsuelo chaqueño.
Dicen que cuando los militares lo rodearon e intimaron a renunciar, Salamanca les dijo con ironía que al fin un cerco les había salido bien. Aludía el presidente a la incapacidad manifiesta de los mandos militares bolivianos, confirmada una y otra vez con sucesivas derrotas ante el inexorable avance paraguayo.
Salamanca, su hijo y el Gral. Lanza fueron obligados por una soldadesca ebria a subir a un avión que los llevaría a Santa Cruz, mientras tomaba posesión José Luis Tejada Sorzano, el vicepresidente. Es inequívoco afirmar que pocas asonadas fueron más grotescas que aquella, en la que retrocedieron cañones, fusiles, ametralladoras y soldados empeñados en una guerra internacional para apuntarlos contra el propio presidente.
Se había consumado definitivamente el fracaso del mejor soldado del mundo, después del alemán.
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