Spruille Braden es siempre recordado cuando se habla del ascenso al poder de Juan Domingo Perón, como el diplomático a quien el caudillo argentino desafió con el exitoso eslogan “Braden o Perón”, que le permitiò ganar las elecciones de 1946. Según su colega británico David Nelly, Braden tenía la idea fija de que había sido elegido por la Providencia para derrocar al régimen Farell-Perón.
Pero este petrolero-diplomático tejano tenía también otras historias que también quedarían en la memoria de otras repúblicas sudamericanas.
En 1971 Braden acabó publicando sus memorias, que llevaron el título original de “Diplomats and Demagogues: the Memoirs of Spruille Braden” (New Rochelle, Arlington House). En las páginas del libro los paraguayos que tuvieron acceso al mismo pudieron constatar, a confesión del mismo interesado, lo que siempre habían sospechado con respecto a las negociaciones para la paz del Chaco en 1938.
La indefensión diplomática paraguaya había acabado con los nuevos vientos que soplaban desde febrero de 1936, dado que el nuevo presidente, Coronel Rafael Franco, había definido una férrea línea diplomática que rechazaba discutir el territorio hasta donde habían llegado las tropas guaraníes durante su guerra con Bolivia, entre 1932 y 1935.
Intempestivamente la posición argentina, favorable al Paraguay durante la guerra variaría sustancialmente al inicio de las negociaciones diplomáticas de Buenos Aires, sobre todo a raíz de acuerdos argentino-bolivianos sobre el petróleo que iría a extraerse precisamente de los territorios inoportunamente ocupados por los paraguayos. Esta defección dejaría al Paraguay sin su más significativo respaldo en la pugna por el Chaco.
El ambiente a partir de entonces empezaría a caldearse y la animosidad contra Paraguay subiría tanto de tono que el 11 de Junio de 1937, el representante paraguayo J. Isidro Ramírez tuvo que preguntar al canciller argentino Saavedra Lamas si porqué a los mediadores se les permitía arrojar piedras contra el Paraguay. La chocante respuesta fue que el Paraguay podría facilitar las cosas mostrándose más conciliatorio.
Las negociaciones quedarían así estancadas por varios meses, para volver sobre los puntos vitales recién tras un golpe reaccionario en Paraguay que desalojó a Franco en agosto de 1937. Las actividades de Braden en países como Cuba, Argentina, Guatemala o Chile nunca estuvieron desvinculadas de la política interna y los golpes de estado.
Depuesto el régimen nacionalista, volverían a la Conferencia de Paz el doctor Jerónimo Zubizarreta y el anciano político Cecilio Báez, este último de poco decorosa actuación por la limitaciones propias de su avanzada edad.
El mismo Braden consignó en sus memorias, de manera burlona, que en una oportunidad tuvo que ayudarlo a levantarse de su silla para llevarlo al baño y dejaron entonces una línea de orina en todo el recorrido.
A la senilidad de Báez vino a agregarse el desmedido afán de protagonismo del secretario de la delegación paraguaya Efraim Cardozo, quien informaba al delegado norteamericano de todo cuando acontecía en el seno de la comisión paraguaya, comprometiendo seriamente de esta manera los intereses de su país. En ese contexto, Cardozo fue responsable de que sustituya el arbitraje de derecho por el arbitraje de hecho, en fórmula que llamaron “ex aequo et bono”.
Así en los primeros días de julio de 1938, un comité formado por los delegados Braden, Ruiz Moreno y Barreda Laos (de Estados Unidos, Argentina y Perú respectivamente), empezaron a elaborar un tratado secreto que, según ellos, proveería tanto a Paraguay como a Bolivia, mutua satisfacción. En realidad hoy sabemos que el tratado preservaba para Bolivia –pero sobre todo- para la empresa petrolera Standard Oil unos 38 mil kilómetros cuadrados de ubérrimo territorio petrolífero en poder de los paraguayos.
La historia recuerda al francés Petain como héroe y traidor en diferentes guerras mundiales, el Paraguay cuenta con la extraña paradoja de contar con actores que fueron héroes y traidores en la misma contienda.
El doctor Zubizarreta, jefe de la delegación paraguaya, se había negado a participar de un engaño lesivo a los intereses paraguayos, por lo que de acuerdo a los documentos oficiales que publicó Leslie B. Rout, el departamento de estado solicitó la intervención del embajador paraguayo en Washington, el general José Félix Estigarribia. Éste fue comisionado de urgencia por los norteamericanos a Buenos Aires donde, tras protagonizar una fuerte discusión con Zubizarreta, lo desplazó de la jefatura de la delegación paraguaya.
Por si alguien cree aún con fuertes dosis de inocencia que Washington no tuvo arte ni parte en este golpe de timón, el inefable Spruille Braden despeja las dudas con ironía en sus memorias afirmando que tuvo que “despedir” al jefe de la delegación paraguaya que entorpecía sus planes. De acuerdo con Rout, la entrega de territorio era parte de un acuerdo con Estigarribia que incluía elevarlo a la presidencia del Paraguay.
En la madrugada porteña del 9 de Julio de 1938, en el más estricto sigilo, se firmaría el tratado favorable al imperio petrolero que incluía una cláusula de permanecer para siempre en secreto. En él Paraguay renunciaba a todo arbitraje y cedía a Bolivia un extenso territorio entre la frontera actual y el límite natural e histórico del Chaco al noroeste, el río Parapití, muy renombrado en la cultura popular paraguaya.
El 21 de julio de 1938 acabaría la comedia con una copia fiel de lo ya estipulado en la madrugada del 9 del mismo mes y aunque los defensores de aquel acto conviertan todo el río Paraguay en tinta defendiendo aquel acuerdo, jamás podrán negar lo inconveniente que resultó para los derechos de su país.
Se había consumado lo que historiadores paraguayos denominaron “el día de la infamia”, la traición que hoy es la mejor documentada de la historia paraguaya. Braden lo confesaría cuatro décadas más tarde: “Sólo la prensa y el público fueron engañados, pero ello era vital para restablecer la paz. Una vez logrado el acuerdo, ya no era necesaria mi presencia en Buenos Aires”.
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