No sé si será el otoño, la luz que agoniza, pero a uno le asalta la sensación de que hay algo triste en el ambiente de las calles. Es difícil saber si es la proyección del propio estado de ánimo o si acaso se debe a algo parecido a la desesperanza, que va impregnando lentamente a una sociedad que decae.
La sensación de que nos ha tocado vivir el fin de una era va extendiéndose más y más, y las caras (¡esas caras!) de nuestros anónimos "compañeros de vida" ("coetáneos" si nos ponemos puristas) adquieren la expresión absorta de quienes tratan de no fijarse demasiado en lo que les rodea, para no amargarse la vida más de lo preciso; o, por el contrario, muestran las líneas de una profunda preocupación en las que puede leerse: ¿Qué será de mi familia; de mis hijos? ¿Podré conservar mi casa? Si enfermo, ¿tendré asistencia sanitaria? ¿Cobraré una pensión cuando sea viejo?
A estas interrogantes sobre un futuro plagado de nubarrones, hay que añadirle la propia duda ontológica ("¿Quién soy?", "¿Qué hago en el mundo?") que cada cual trata de resolver a su manera a lo largo de la vida. Existe el consuelo de la religión, del fútbol y hasta de la filosofía.
Bertrand Russell, autor no demasiado leído en España, postula una vuelta a un estado primigenio, a una cierta inocencia que es aún posible cuando la persona –de una mediana formación cultural y cívica- adquiere la consciencia de todas las aberraciones, crímenes e injusticias que la Humanidad ha cometido en su devenir y es capaz de integrarlas, de "colocarlas" en su contexto histórico, junto con aquellas que también caracterizan al ser humano y lo dignifican: el Arte, los avances científicos, la solidaridad… Sólo con la asunción de esa dicotomía, desembarazándose del culto a Moloch (el temor al abismo, a lo oscuro) es posible avanzar. Esa sería, en esencia, la verdadera "religión del Hombre libre", según el Premio Nobel británico. "Fides quarens intelectum", la fe busca el entendimiento; y la inteligencia tiende siempre a buscar el Bien.
Durante un paseo por el parque –un paseo de esos en los que George de Santayana afirmaba que el Hombre se solazaba en su soledad en la misma medida en que detestaba quedarse a solas con sus opiniones- he llegado a la conclusión, aunque ya lo sospechaba, de que el "voto útil" es un error, un pequeño tributo a Moloch, el dios del miedo. De que si ningún partido te convence, lo más honrado, lo mejor, es votar en blanco. Porque si no te sientes representado por ningún partido ¿para qué hacerles el regalo?
La mejor oposición es la pasiva. Y si los que no nos sentimos representados por ningún partido político –sospecho que bastantes millones- no siguiéramos el discurso huero de los sofistas, veríamos que algunas de esas "arrugas de expresión" van desapareciendo poco a poco de nuestras caras.
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