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Un mal día | |||
El libro es el mejor instrumento creado por el hombre con bastante diferencia | |||
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Dijo Borges en una de las conferencias que dio en la Universidad de Belgrano en 1978 (Borges, Oral), que el libro era el mejor instrumento creado por el hombre con bastante diferencia. Una excavadora es la extensión fuerte de su brazo, un coche la extensión rápida de sus piernas, pero un libro es la extensión de su memoria y su imaginación (lo dijo con otras y mejores palabras, por supuesto). Aunque el libro naciera primero con vocación memorística para llevar las cuentas agrícolas, pronto el hombre plasmó en él su vocación imaginativa, la representación de un mundo simbólico, artístico. El libro como fascinante espejo de la mente donde la realidad toma muchas alternativas; ficción. En otra conferencia, la soberanía de su palabra atendió a un personaje histórico que me era desconocido hasta que él arrojó luz: Emanuel Swedenborg 1688-1772. Humanista sueco, si la palabra no se le queda corta. Tras una estricta educación luterana guiada por su padre, obispo de esta religión, abrazó la ciencia destacando en cualquier campo donde pusiese su empeño. Dejó planos de un vehículo aéreo y otro submarino, importantes hallazgos en el estudio de las estructuras cristalinas, hipótesis de la formación nebular de la que se forma el Sistema Solar, y así hasta completar veinticinco volúmenes de su obra. Hasta aquí el viaje existencial de Swedenborg puede ser más o menos excitante. Un hombre formado en estricto luteranismo decide virar su eje hacia la ciencia con enorme éxito. Daría para una buena película. Lo excepcional sin embargo acontece después. A la edad de 56 años cuando reside en Londres. Un buen día un hombre lo sigue hasta su casa y llama a su puerta. Es Jesucristo preocupado por los caminos de su iglesia. Le pide que renueve la misma. Para ello da acceso a Swedenborg al cielo y al infierno, según relata él. Este mundo de los espíritus es mucho más vívido, como si los sentidos estuvieran a su máximo rendimiento. Allí es el hombre al libre albedrío, no Dios, quien decide si se condena o eleva. Se acercan ángeles y demonios. El alma conversa con sus afines, según sus actos en vida. Así unos espíritus son más felices conspirando y malmetiendo, otros trabajan y se ayudan. Al igual que en el mundo terrestre. El místico Swedenborg escribe y publica esos libros anónimamente sin mucho eco en la sociedad. No predica desde una columna ni se lanza a evangelizar pueblos. Describe su estancia en estos mundos como si fuera un inventariado. Borges lo refiere como un viajero que ha recorrido mundos extraños. Quizá el único que ha vuelto para contarnos con pelos y señales cómo es lo desconocido en Del cielo, del infierno y sus maravillas. ¿Se volvió loco Swedenborg, el hombre inteligente, metódico y práctico? ¿Se volvió loco Jesús yendo a visitarle para cargarle con tal misión? ¿Nos hemos vuelto locos nosotros? Hoy es un mal día para preguntárselo. |
Quien venga por vez primera, a esta ciudad de embeleso, debe tener su alma abierta sin trabas o impedimentos. Porque Córdoba es ciudad, para verla con empeño, gozando de sus callejas, jardines y monumentos. Para aspirar sus perfumes, y disfrutar del misterio, que proporcionan sus patios con mil flores de ornamento.
Creo que le matarán, con la mirada cruel, los puños alzados, quieren sacarle la vida, y es fácil, pues está solo y no sabe defenderse.
Dijo en cierta ocasión Albert Camus que «la tragedia de la vejez no es que seamos viejos, sino que seamos jóvenes. Dentro de este cuerpo envejecido hay un corazón curioso, hambriento, lleno de deseo como en la juventud». Quizá, esta frase del escritor, de origen argelino, sea una estupenda expresión para vislumbrar el enfoque de la novela de Domenico Starnone, El viejo en el mar.
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