La reflexión literaria de Sacha Batthyány es un acierto al implicar al lector en la
comprensión de unos hechos no como estigma y sí como razón de memoria y vida.
ESE ALIENTO PERVIVE. Cómo enfrentarnos al pasado que nos asola sin apelar a nuestra
propia humanidad. Es más, cómo liberarnos del cautiverio emocional que otros
engendraron, y que como piedra de Sísifo nos legaron para perpetuar su carga. La herida
de la fragilidad mana en cada gesto, decisión o hecho que protagonicemos. Por más que
nos pese, somos una continuación de ese trazo accidental en el aire que otros, a su vez,
fueron. Esos lugares de trastienda y penumbra no solo se presentan en dramáticas y
terminales contingencias y que, en ciertas circunstancias, suponen la caída al abismo de
la indiferencia. También en la cotidianidad de nuestras relaciones personales, laborales
y sociales. No salimos indemnes. El alarido que lo acompaña nos persigue. Somos
fugitivos. Rehusamos enfrentarnos con quién nos habita. ¿A qué extraño y lóbrego
pasadizo nos encamina esta versión de los hechos reducida en el conformismo?
Dejamos de ser nosotros mismos desde el preciso momento en que las preguntas se
pierden sin respuesta por el sumidero de la conciencia. El silencio viene en nuestro
auxilio. Lacra con su marca indeleble todo atisbo de catarsis. La mudez toma rictus en
las arrugas que circundan la frente. Otra pena para la alcancía del alma. Sin embargo en
este fotograma existencial la cámara oscura ilumina los relieves. El contraste propicia
esa otra posibilidad esperanzadora: perfilar la fisonomía de la autenticidad para
desdeñar la mentira y el olvido que nos mantiene inermes.
LA MATANZA DE RECHNITZ. Historia de mi familia –Seix Barral Biblioteca Formentor,
2017. Traducida del alemán por Fernando Aramburu- estremece por la profundidad y
desarrollo de su planteamiento inicial que se reactiva y crece en cada capítulo. Ahonda
como un berbiquí, sin prisa pero sin pausa, lentamente hasta penetrar en la epidermis del
lector. No es solo el ángulo literario el definidor de la obra. Los elementos biográficos
van construyendo el acertijo al que nos enfrenta con voluntad retadora. Como las piezas
de un rompecabezas, su autor descompone el anonimato de unos terribles sucesos. De
esa manera reconstruye una historia inédita de la que él mismo forma parte. O con
mayor exactitud, en la que se ve atrapado como un pajarillo en la red de un cazador
furtivo: los acontecimientos del pasado que despiertan la pesadilla del horror nazi y
estalinista, y el silencio cómplice que aún los envuelve. En la noche del 24 al 25 de
marzo de 1945 el crimen de 180 prisioneros judíos fue el colofón de la fiesta que la
multimillonaria alemana Margit von Thyssen y su marido, el aristócrata húngaro Ivan
Batthyány ofrecieron en su palacio –destruido en el avance soviético- a miembros de la
Gestapo, SS y Juventudes Hitlerianas. Fue en la localidad de Rechnitz, Burgenland,
próxima a la frontera austriaco-húngara. Apenas restaba un mes para la finalización de
la Segunda Guerra Mundial. Hombres y mujeres arrodillados y desnudos frente a la
zanja en forma de L que horas antes han cavado y que les servirá de sepultura, esperan
recibir el tiro en la nuca. Solo quedarán 18 para enterrarlos. Más tarde sucumbirán como
los demás. La fosa común no ha sido hallada hasta la fecha. Tía Margitt, como así la
llama su sobrino y autor de esta crónica novelada, “(…) navegaba cada año en un
crucero por el azul estival del Egeo, bebía Kir Royal en Montecarlo y, al llegar el otoño,
cazaba renos en los bosques de Burgenland. Tía Margit disfrutó el resto de su larga vida
aun cuando conocía los pormenores de la matanza. Semilla podrida”. La hermana del
barón y coleccionista de arte Hans Heinrich von Thyssen que en 1993 vendió su
colección a España, no fue acusada de crímenes de lesa humanidad. Los dos principales
testigos de la causa fueron asesinados. Una maniobra de mano siniestra que dejó paso a
la impunidad. Este hecho es el arranque hacia otras historias que nos harán bajar a la
planta sótano de la miseria humana.
SACHA BATTHYÁNY DISECCIONA CON ESCALPELO no solo su ascendencia familiar y la raíz del
trauma que, por acción u omisión, sufrieron algunos de sus miembros. La atmósfera de
terror genocida que asfixió a Europa se narra en los fragmentos de los diarios de Agnes
y Maritta. Historias que se transcriben y entrelazan como salvoconducto para traspasar
los límites de lo histórico y consumar el testimonio personal como hecho irrebatible en
la custodia de la memoria. Esto supuso para el escritor suizo un periplo viajero por
Europa e Hispanoamérica –Hungría, Austria, Moscú, Buenos Aires y Siberia- de más de
siete años. Pero también la inmersión en sus propios vacíos emocionales y la conexión
de estos con el halo de melancolía, pesadumbre y tribulación que le acompañan en el
proceso introspectivo al que decide someterse en su investigación, “Desearía saber
cuánto de los viejos tiempos llevo en los huesos. Quiero averiguar cómo nos moldean
los hechos del pasado”. Con una atinada estructura temporal, el vuelo literario es de tal
sugestión y altura que desentraña esa primera capa más ilustrativa y visible de los
acontecimientos, para abundar en la naturaleza inmaterial, inteligible que existe en
ellos: las ideas y los pensamientos que los alumbraron o empujaron a las tinieblas. Para
ello, en un gesto de valentía y arrojo, no duda en incluirse en los lazos familiares que
escruta, y someterse al análisis de sus propias contradicciones, temores y angustias. Con
ello forja un mapa psicológico insondable cuya corriente subterránea aúna pasado,
presente y futuro. El lenguaje es preciso y directo. Es un ejercicio premeditado para que
este se convierta en testigo de cargo de cuanto acontece, subyace o fabula, obviando lo
anecdótico. Es fedatario de las sombras ajenas y propias de un tiempo que conviven en
el autor. El propósito es saltar el marco creador para constituirse en vivencial y
viceversa. Es decir, el trasunto literario se constituye en autobiografía.
VARLAM TÍJONOVICH SHALÁMOV en su obra Relatos de Kolymá retrata con una prosa rica en
sencillez, sin pliegues, el proceso de destrucción que por sus ideas políticas padeció en
el gulag durante la abominable etapa estalinista. Estas condiciones inhumanas fueron
compartidas por los prisioneros de guerra como lo fue su abuelo Feri Batthyáni, teniente
del ejército húngaro, que padeció cautiverio durante diez años. Escribe Shalámov:
“Cada relato, cada una de sus frases, previamente las grité en mi vacía habitación;
siempre hablo conmigo mismo cuando escribo. Grito, amenazo, lloro. No puedo detener
el llanto. Y sólo después, cuando he terminado el relato o un fragmento de este, me seco
las lágrimas”. Salvando las diferencias pero afirmando el principio literario del autor
ruso, Batthyáni se centra en “escribir un relato que no se diferencie del documento”. Tal
vez porque la reflexión con la que responde en sus incomodas pesquisas a la pregunta
de familiares, “¿Para qué despertar los viejos fantasmas?”, no siendo suya, manifiesta el
pensamiento resistente que representa este libro ante la amnesia colectiva y que sostiene
Hannah Arendt, “Superar el pasado solo es posible si no se deja de relatar lo que
ocurrió”.
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