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Redactor tejano de tratado paraguayo-boliviano

Hace unos días se cumplieron 79 años de la peor derrota diplomática en la historia del Paraguay, aunque la historia a gusto del trono siempre intentó ocultar el episodio
Luis Agüero Wagner
jueves, 27 de julio de 2017, 00:00 h (CET)
Decía Carlos Saavedra Lamas, el primer latinoamericano en ganar el Premio Nobel, que el éxito a veces se constituye en un aliento para los inteligentes y en otros casos vuelve aún más tonto al tonto, pero en ambos casos es efímero.

El mismo Saavedra, descendiente del Prócer de la independencia argentina Cornelio Saavedra, hijo de un gobernador de Buenos Aires, ex diputado y ex ministro, pudo comprobarlo cuando a pesar de sus grandes éxitos diplomáticos que fueron acompañados por galardones internacionales, vio su carrera política truncada por la virulenta campaña motivada por la envidia de sus detractores.

Tanta sangre ha hecho correr el petróleo en las ocho décadas que transcurrieron desde que finalizó la guerra del Chaco hasta el presente, que suenan ridículos aquellos que intentan exculpar el papel de aquel en la última y siempre olvidada guerra de Sudamérica, la desatada entre Paraguay y Bolivia en los años treinta del siglo XX.

Más aún teniendo en cuenta que en el mismo congreso norteamericano se levantaron voces de protesta contra los amos de las finanzas de Wall Street involucrados. La voz más estridente, la del senador Huey P. Long, constituiría un memorable alegato anti-imperialista de la buena conciencia norteamericana. Además de la disputa interpetrolera entre una empresa norteamericana (La Standard Oil) y una inglesa (Shell), en la guerra del Chaco entrarían a tallar los intereses de países como Brasil, Argentina y Chile, que arrojaron al tapete sus intereses estratégicos, económicos y políticos, convirtiendo las negociaciones para la paz entre Bolivia y Paraguay en una especie de casino diplomático.

Pocas semanas después de finalizada esta guerra caía asesinado en Baton Rouge el Senador Huey P. Long, cuya ausencia definitiva era necesaria para iniciar el proceso que acabaría con un tratado tan claudicante para el Paraguay que es a todas luces la peor derrota diplomática de toda su historia.

En las negociaciones para la paz definitiva, a pesar de que sus armas habían resultado victoriosas en la guerra, Paraguay recibiría el trato de nación vencida. Uno de los principales responsables aquellas iniquidades fue el delegado norteamericano Braden, con múltiples ataduras a las conveniencias bolivianas.

Este emisario de los amos de las finanzas de Wall Street (Spruille Braden), era un hombre con fuertes intereses en Bolivia y Chile. Su padre, William Braden, había sido nada más y nada menos que fundador de la Standard Oil company of Bolivia.

En Chile, era uno de los dueños de la Braden Copper Company. Las acciones de esta empresa minera habían sido legadas por los Rockefeller, familia a la que se encontraba vinculado, además de haber dirigido la W. Averell Harriman Securities Corporation..

En 1971 Braden publicaría su autobiografía, permitiendo a los sudamericanos enterarse de su injerencia en episodios claves de la historia. En sus memorias, que tituló “Diplomáticos y Demagogos”, confesaría que fue autor del documento final que sentenciaría la definitiva mutilación del Chaco paraguayo. Toda la operación fue digitada por Braden, como él mismo testificaría por escrito.

También consignaría que fue él quien despidió al presidente de la comisión negociadora paraguaya, el doctor Zubizarreta, pues entorpecía sus planes negándose a aceptar propuestas perjudiciales para el Paraguay.

Finalmente, el documento en Buenos Aires, el 21 de julio de 1938. En los papeles, Paraguay era obligado a renunciar a decenas de miles de kilómetros cuadrados de territorios cuyo subsuelo era rico en todo tipo de valliosos recursos minerales. Los que defienden aquel despojo infame, deberían reflexionar cuando escuchan una de las canciones más populares del folklore Paraguayo, “Che la Reina”, donde se menciona al río Parapití como límite natural e histórico del Chaco paraguayo.

El 21 de julio de 1938 acabaría la comedia con una copia fiel de lo ya estipulado en la madrugada del 9 del mismo mes y aunque los defensores de aquel acto conviertan todo el río Paraguay en tinta podrán demostrar jamás que aquel tratado no fue lesivo para los intereses paraguayos. Braden lo confesaría cuatro décadas más tarde: “Sólo la prensa y el público fueron engañados, pero ello era vital para restablecer la paz. Una vez logrado el acuerdo, ya no era necesaria mi presencia en Buenos Aires”.

Las posteriores hazañas de Braden en materia de injerencia despejan toda duda posible. En 1946 intentó impedir que Juan Domingo Perón llegue al poder en Argentina, con tan poco tacto que acabó favoreciendo a su adversario. Tras ejercer por dos años como Subsecretario de Asuntos Hemisféricos de Harry S.Truman, se convirtió en lobista de la United Fruit Company, por entonces en conflicto con el gobierno de Guatemala. En defensa de esta empresa, operó intensamente durante la ejecución del cruento golpe que en 1954 expulsó del poder a Jacobo Arbenz.

Anastasio Somoza Debayle, quien terminaría ejecutado en las calles de Asunción en 1980, confirió a Braden las más altas condecoraciones de Nicaragua, entre ellas la Gran Cruz de Rubén Darío por “sus esfuerzos incansables por la libertad en toda América”. Antes había establecido estrechos vínculos con Fulgencio Batista, dictador de Cuba. En sus últimos años fue un ardoroso opositor a entregar el canal de Panamá a sus legítimos dueños.

Podrían citarse sus aventuras africanas, como sus esfuerzos secesionistas en Katanga, pero resulta innecesario. Ya lo escribió Benedetti; algunos enemigos nos enaltecen, así como algunas amistades nos deshonran.

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