El discurso científico ha silenciado las notas musicales de las tertulidas intelectuales de Madrid. El romanticismo como expresión artística de la idiosincrasia de los pueblos ha sido debilitado por los dardos envenenados del pensamiento vertical. Los números y el corsé social de la sota, caballo y rey han barrido los adornos del saber hacia los vertederos de la razón. La emoción ha perdido la posición que ostentaba en la España de ayer. Hoy, los mercados han tomando las riendas del saber y las artes ha caído rendidas a sus pies. ¿Dónde está ese nostálgico aroma a café? No lo sé.
A sus 97 años, Nicanor Parra ha roto la línea editorial del tejido mediático de este país. Hoy las arrugas de su piel han brillado por encima de las caras repetidas de Rajoy, Merkel y Sacorzy. Sus ojos han dejado asomarnos a su lucha vital por elegir las palabras más adecuadas en la ardua tarea de crear. Hoy este coetáneo de Neruda ha conseguido acariciar la textura de los sueños de todo cincel que intenta esculpir una figura en su losa fina de marfil. La capacidad para volar por los surcos mentales de la bondad han hecho que la escultura de su palabra se convierta en el sueño anhelado de todo escritor.
Sin la poesía no podemos dibujar el arte de soñar. A través del verso expresamos las emociones y construimos la utopía que queremos vivir. La música de la rima nos invita al placer de leer y escuchar la melodía de un concierto de emoción orquestado desde la razón. El verso es la verdad del amor y del desamor. A través de la poesía conseguimos depurar las asperezas existenciales de nuestro camino vital. Hoy sin embargo, hemos destruido el poema como herramienta de las artes y vehículo crítico para mirar las aristas de una realidad que vive encorsetada en el qué dirán.
Desde la crítica intelectual debemos reflexionar sobre la agonía de musicalidad en el discurso académico de hoy. Las humanidades han perdido su batalla en su lucha con los dictámenes de los mercados. El lenguaje científico ha eclipsado las riquezas polisémicas del discurso literario. La metáfora como instrumento pedagógico para entender el trozo de realidad que habita en el interior de todo ser ha sido sustituida por las rigideces del tecnicismo científico como manifestación de la superestructura occidental. Sin humanidades el ser vive sin perspectiva y robotizado al imperio de la dogmática sin margen a la interpretación.
Las humanidades deberían devolver el aroma a café en las tertulias de Madrid. Sin las letras estamos matando lentamente las distintas formas de mirar que deben imperar la búsqueda de la verdad. Las humanidades ofrecen la abstracción, o dicho de otro modo, la lejanía como espacio propicio para integrar la complejidad y entenderla en su totalidad. Hoy es un buen día para seguir el ejemplo del Premio Cervantes 2011 y reivindicar a golpe de poesía un discurso mundial que otorgue a sus palabras su nota de musicalidad.
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