Y así le ha vuelto a suceder con su referencia a los jóvenes y a las mujeres, primero claro. Su afirmación recuerda a la utilizada en las tragedias aéreas o navales cuando alguien siempre galante y generoso brama: “las mujeres y los niños primero”. Se trata, como sabemos, de casos de tragedia inminente o de una catástrofe del quince que además puede ser mínimamente previsible dentro de su inminencia. Y es que a Alfonso Guerra hay que interpretarlo en su mismísima y rica dualidad: cincuenta por ciento Alfonso, cincuenta por ciento Guerra.
Explico lo del susto aéreo: ese avión que pierde el motor número uno, el motor número dos… incluso el número tres… y el aparato que entra en pérdida mientras el comandante advierte: abróchense los cinturones, aterrizaje forzoso en aguas del mar de Alborán. Y ahí vendrá la frase, mientras se inflan los toboganes de emergencia: “las mujeres y los niños primero”.
En el caso de los naufragios estamos en las mismas. La situación varia a bordo, pongamos por caso, del Nfumu, que es un estupendo pero vulnerable patín catalán, que dios no lo quiera puede hundirse en cuestión de minutos por una mala jugada del azar o una mala maniobra de su patrón. Distinto es el caso histórico del Titanic. Su arquitecto naval Thomas Andrews calculó en unas dos horas el tiempo máximo del buque en la superficie tras el impacto con un iceberg. Y acertó. No llegó a tres horas.
Tres han sido también las fases electorales en los que Alfonso Guerra ha visto venirse encima la debacle electoral socialista en esta legislatura: autonómicas, municipales y generales. De ahí que, tras más de un año viendo venir el soberbio batacazo, quien lo ha sido todo en el PSOE proclame ahora que “esto de los jóvenes al poder y la mujeres primero no es una buena técnica”. Para liderar el nuevo PSOE, se entiende.
Alfonso Guerra ha formado parte de la escudería de gobiernos socialistas que más ha contribuido a la transformación de España con una larguísima lista de grandes aciertos y –tranquilos los más críticos, que ahí voy, denme un minutín!- con graves errores. Como toda obra política. Por mi parte reconozco todavía que desde su marcha no suelo escuchar a vicepresidentes hablar de literatura ni de Machado, ni de música ni de Mahler. Ni de teatro ni de librerías. Por desgracia, les oigo sólo balbucear sobre economía, mercados y deudas soberanas. ¿Probamos a hablar más de cultura durante una semana y vemos cómo siguen los mercados y sus mercaderes? Y nadie como Alfonso Guerra le ha sacado los colores a la derecha más ultra con solo un gesto.
La afirmación de Guerra, que es lo que nos ocupa, es buena, muy buena. Como frase. Como titular de prensa funciona. Pero no sé yo si va acompasada con la historia y con el futuro. De lo que estoy convencido es que Guerra sabe tan bien como yo que en este momento de política 2.0 quizá el paso de los años nos vuelve rematadamente temerosos y conservadores. Acierta de pleno Guerra, como todos, cuando afirma que lo importante es debatir qué pinta el socialismo en este nuevo siglo, qué fórmulas tiene para seguir defendiendo a muerte la libertad, la igualdad y la fraternidad y qué ofrece de genuino el socialismo en este supermercado globalizado donde parece que hasta la política nos viene en tetrabrik.
La afirmación de Alfonso Guerra se da de patadas con su propia trayectoria, con su coraje, con su ambición allá por el célebre congreso de Suresnes cuando él y Felipe González se metieron el PSOE en el bolsillo. Y eran jóvenes: 34 años Alfonso y dos menos Felipe, que con 40 ya fue Presidente del Gobierno. Mujer no era, pero joven sí. No me lo negarás Alfonso.
Y un apunte: que como está la cosa por aquí ahora a esa edad seguirían a día de hoy los dos viviendo en casa de sus padres y acabando un master de algo o de erasmus por Europa llenando minutos de Españoles en el mundo.
Estoy convencido que Alfonso Guerra lanza la ya célebre frase de los jóvenes, las mujeres y la técnica adecuada como principal aportación al debate del nuevo liderazgo en el PSOE. Y está claro que no se trata sólo de elegir un nuevo rostro. La política del marketing, del impacto, del spot de culo, caca, pis nos ha traído hasta aquí. Hasta estas turbulencias y estas costas peligrosas de la centralidad y de que no se nos cabree nadie que todo voto es importante. Así te quedas: queriendo agradar a todos, se te escapan cuatro millones de votantes y la derecha más carca de Europa se instala en la Moncloa.
El liderazgo de la izquierda en España pasa: Primero, en querer más a sus primos hermanos de ideología que a los simpatiquísimos vecinitos del centro derecha aunque sea a discusión diaria. Segundo, por crear equipos sólidos, honrados y con capacidad, incluso, para la duda y la creatividad, sin fiarlo todo al liderazgo mesiánico de unas u otras que eso está bien para el top-ten de los 40 Principales pero el futuro hoy no lo garantiza sólo el más listo ni la más lista de la clase. ¡Que Jobs es un anuncio de informática, no el mesías! Y tercero: preguntarle a la sociedad que nos acoge en qué piensa, qué desea, qué necesita, porqué sufre, porqué confía en el futuro y porqué no nos manda a todos a freír espárragos. O lo que es lo mismo: escuchar, atender y sentir a pie de calle.
Y mientras eso ocurre, y estoy convencido que Alfonso Guerra lo sabe, este histriónico experto en política y comunicación se comporta como el abuelo disgustado en Nochebuena porque los jóvenes le retrasan la cena mientras esperan a la novieta del benjamín. ¿Y él que hace? Tirarse un par de pedorretas. De protesta, pero pedorretas al fin y al cabo.
Xavier Grau
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