Reconozco que en estas fechas, envuelto en la tradición como escuela que moldea mis emociones, me fascina releer a aquellos que han formado parte de mi educación sentimental, tan ecléctica como los libros que suelo leer. Así que, siempre que puedo, intento volver a Reinaldo Arenas, el magnífico escritor cubano víctima, como tantos otros, del sátrapa de Fidel Castro. Y he vuelto a empaparme de la belleza tragicómica de un libro que Arenas escribió poco después de exiliarse en los Estados Unidos y cuyo título lo dice todo: Necesidad de libertad. Una colección de sus artículos y toda una muestra selecta del pensamiento y el quehacer penetrante y desgarrado, rebelde y sarcástico, de un escritor cuyo suicido no fue un fracaso propio sino el de todo un régimen. Tal vez por ello, poco puede extrañar que ese escritor que huía de una dictadura asesina que trituraba y tritura a sus disidentes, por mucho que lo quieran suavizar, al llegar a Nueva York sintió un alivio descarnado porque por primera vez podía mirarse al espejo y sentirse vivo cuando contemplaba su rostro y sentía la necesidad de ser libre.
Sin embargo, es curioso como estas emociones tan tardías, cuya explicación y significado son tan efímeros como el olvido, han vuelto a resurgir cuando he leído en estos días el magnífico libro Desde la libertad de Álvaro Lodares, uno de los exponentes más claros de la nueva generación de liberales que han surgido en nuestro país y que en gran medida proceden de la escuela Juan de Mariana. Puede parecer cuando menos chocante tratándose de un economista, pero al leer su libro, y consciente que quizás no era lo que pretendía el autor, me recordó mucho a ese grito de libertad que pedía Reinaldo Arenas y que también se plasmó con maestría en su Antes que anochezca. Esa obra de arte que escribió cuando sabía que ya no podría volver a Cuba, porque el tirano de La Habana deseaba su muerte no solo civil sino física.
Guardando las distancias entre ambos, el lenguaje de Lodares, entre sibilino, mordaz y con un talento fuera de toda duda, hondea en no pocas ocasiones por ese océano de ideas de libertad, aunque primordialmente ajustado en la libertad económica. Pero, ¿olvidamos que al final estamos hablando de lo mismo? El lenguaje de la libertad no admite apellidos. Así que poco importa que hablemos de la libertad de amar, de esa obsesión que tenemos algunos por la libertad de comercio o del derecho a la propiedad privada. Aunque algunos se empeñen en demonizarnos, de lo que hablamos es que sin propiedad privada jamás puede haber libertad. Por tanto, como bien dijo John Stuart Mill, la individualidad y la libertad no van en perjuicio de la igualdad, sino que la sustentan. Pero, además, Lodares dibuja entre sombras chinescas cuando no con furibunda dureza todo un alegato contra el socialismo, esa filosofía del fracaso, de la inopia y de la envidia. Ese infierno disfrazado de buenismo y que conlleva a la distribución igualitaria de la miseria. Esa miseria, por ejemplo, que tiene sumida a Cuba desde hace más de cincuenta años. Es por tanto, toda una declaración de principios liberales y del liberalismo. Porque aunque nos nieguen la mayor, el leitmotiv del capitalismo no es el consumo, sino el ahorro.
Lodares demuestra unos profundos conocimientos sobre economía, fruto de sus lecturas de Hayek, Adam Smith o Keynes, pero también de los contemporáneos como Rallo, Cabrillo, Centeno o Rodríguez-Braun. Todo un compendio intelectual que le ha valido para crear una obra sensata en medio de un océano de disparates y de una herencia tan envenenada como el zapaterismo, en lo económico, lo social y lo moral.
Sin embargo, y aún con el riesgo de equivocarme, tengo la sensación que esta obra es también una advertencia para Mariano Rajoy y Luis de Guindos, ceñidos ahora mismo en un periodismo cortesano que está abrazando al marianismo sin ápice de crítica. Y así en ese contexto de confianza que el marianismo está inoculando en nuestra opinión pública, no debemos olvidar lo que debemos exigirle al Partido Popular en general y al gobierno Rajoy en particular, y que Lodares ha plasmado con una claridad meridiana en su libro: libertad de comercio, libertad en la educación de nuestros hijos, libertad para reafirmar el derecho individual por encima del colectivo y nuestra capacidad de tomar nuestras propias decisiones, políticas liberales, en definitiva. O séase, libertad e igualdad para que haya ciudadanos libres e iguales. Iguales en derechos y en obligaciones. Y esto no es baladí. Porque sin igualdad no hay justicia, sin justicia no hay libertad y, por supuesto, sin libertad no existe una verdadera democracia. Por suerte, en este mundo de pleitesía, implantado como péplum moderno, siempre quedarán personas como Álvaro Lodares, dispuestos a defender principios y la libertad. Aunque ya es sabido que a veces resulta muy caro. Será tal vez porque la libertad, como las cosas importantes de la vida, siempre tiene un precio. Reinaldo Arenas lo sabía muy bien.
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