La historiografía liberal presenta este movimiento como la respuesta obrera ante su alternativa internacionalista, que abandona el pilar patrio. La historiografía marxista, por su parte, advierte que es un movimiento de la burguesía, en un momento histórico en el que el orden liberal se creía obsoleto. Sea como sea, el fascismo es la reacción, el replegarse en sí mismo y el desprecio a lo extraño.
Le Pen o Trump, así como los partidos de extrema derecha que salpican los parlamentos europeos, pueden ser calificados de fascistas. Es evidente que el fascismo resurge cuando la crisis hace flaquear a las bases de la sociedad. En una Europa en guerra contra Daesh —no es un estado; es un nido de asesinos fanáticos—, ésta sufre las extremidades del enemigo, en forma de furgonetas o armas blancas. Esto no es Fascismo, porque el Fascismo es un movimiento nítidamente europeo. Esto es otra asquerosa forma más de intolerancia a la que hay que batir.
Días después del atentado, un amigo, trabajador y más clase obrera que sus ínclitos líderes, se jactaba al mostrarme una fotografía en su teléfono móvil. En la imagen aparecía un bravo toro español embistiendo a un monigote aderezado con vestes islámicas, y en la parte inferior se leía: “Haz un favor a tu país y atropella a un moro”. Mi amigo se reía a mandíbula batiente. Y lo peor de todo era que el resto de la concurrencia no presentaba ninguna censura. Éste es el peligro del Fascismo.
El Fascismo se introduce en las capas más vulnerables de la sociedad, sembrando en el dolor y el desconcierto el odio más repugnante y violento. Como venía a decir Martin Niemöller, todas las capas de la sociedad van a ser heridas por el Fascismo. Y tú no pertenecerás a ésta, y no te moverás. Pero, ¿qué te pasará cuando vayan a por ti y nadie lo pueda evitar? El poema escribía que, tras los comunistas, socialistas, judíos, sindicalistas, católicos… que cayeron, nadie quedaba para defenderle. Hoy, es el Islam. Mañana, ¿quién?
El Fascismo, más que le pese a según que letrados sujetos, se cura leyendo, decía Unamuno. Pero como verdaderamente se cura al Fascismo es con ejemplos de valentía y de dignidad. Ejemplos como el padre de Xavi, el niño de tres asesinado por la barbarie de Barcelona y Cambrils, que buscó al imán de su localidad para abrazarle. Ejemplos como el papa Francisco, que pidió luego de conocer las nuevas de Cataluña, no desistir en luchar por la paz. Ejemplos como todos esos trabajadores de las inmediaciones de las Ramblas y del Paseo Marítimo de Cambrils, que prestaron sus refugios y sus servicios a la masa inocente, aun perdiendo dinero. Ejemplos como esos ciudadanos anónimos que despejaron las Ramblas de los neonazis que pretendían capitalizar el dolor del atentado. Ejemplos de osadía.
España ya ha dado muestras suficientes de que es un país en el que impera la diversidad. Aunque ésta sea empañada en contadas ocasiones por matones mononeuronales, nuestro país ha dado muestras claras de su mayoría de edad. La islamofobia no cuenta con demasiados adeptos. Son pocos, pero gritones. Es deber de los ciudadanos decentes, de los que creemos en el sueño del padre de Xavi, del papa, de los trabajadores y de los ciudadanos anónimo, impedir que los delirios fascistas se extiendan. No hay que establecer ninguna diferencia entre quienes quieren atentar contra nuestra esencia democrática y justa. No permitamos que los extremos, que parecen antagónicos, se retroalimenten. No dejemos que el fascismo sea la excusa para engrosar las listas de los radicales islámicos y no dejemos que la locura de Daesh sea la excusa para que aumente el número de fascistas.
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