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El escritor que rechazó el premio nobel

Jean-Paul Sartre protagonizó uno de los momentos más polémicos de la literatura
Johari Gautier Carmona
lunes, 16 de enero de 2012, 08:39 h (CET)

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Fue uno de los momentos más polémicos en la historia de la literatura del pasado siglo. Jean-Paul Sartre, un destacado pensador y escritor del panorama francés, conocido por su activismo político y máximo exponente del existencialismo, se enteraba en 1964 de que había recibido el premio nobel.

El más codiciado de todos los premios era en aquel entonces igual de valorado, pero quizás más expuesto a la influencia política. El trasfondo de guerra fría y la separación del mundo en grandes bloques eran algunos de los elementos que podían hacer pensar en una recuperación política de los ideales del escritor. Por ese motivo y otros de índole personal, Jean-Paul Sartre rechazó tajantemente el premio.

Nada más recibir el veredicto de la academia sueca el 20 de octubre de 1964 en el que se le premiaba “por la  calidad de sus escritos, su anhelo de la verdad y la influencia fundamental que su pluma ha ejercido en estos tiempos”, Sartre expone su punto de vista con toda la claridad que requiere el momento. Repudia el premio y, con esta actitud, desata un vendaval de críticas y reacciones de estupor en el mundo intelectual francés.


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Jean-Paul Sartre ya era conocido por desatar polémicas y discusiones interminables, por sus declaraciones en público, pero nadie podía dar crédito a sus palabras. Nadie se esperaba a semejante desaire ni tampoco se imaginaba que fuera capaz de poner a Francia en una situación tan incómoda.  

No obstante, y sabiendo que era considerado como uno de los concursantes mejor situados para el premio, Jean-Paul Sartre había dejado claro sus intenciones una semana antes de que el veredicto se hiciera público. El filósofo se dirigió al comité con una carta fechada del 14 de octubre en la cual explicaba que no quería privar a otro concurrente de la posibilidad de recibirlo (y de encajar los 52,000 dólares de aquel entonces). Así pues, en esa misma carta expresaba el deseo de no ser considerado como aspirante “para no acometer la indelicadeza de rechazarlo en el caso de que le fuera conferido”.

Palabras mayores para un hombre con un modo de pensar único. Las reacciones fueron tan violentas como variadas. Las columnas de medios especializados se llenaron de detractores y titulares tan ofensivos como “Excrementalismo sartreano” o “delincuente del espíritu”. También se expresaron los defensores del escritor pero quizás con menos argumentos. Era, en efecto, difícil de entender su postura.

Los rumores y las especulaciones apuntaban a un profundo resentimiento de parte del escritor por haber sido premiado después de Albert Camus. Incluso hablaban del temor que tenía Sartre de despertar los celos de su compañera sentimental, Simone de Beauvoir.

Todo esto fue desmentido por el propio galardonado en un aviso que publicó en el Figaro el 23 de octubre de 1964 (y que él mismo pagó). En ese artículo decía que “no quería ser institucionalizado por el Oeste o por el Este”. La dualidad de las ideologías y el telón de la guerra fría eran algunos de los elementos que le impedían aceptar el premio por miedo a la recuperación o malinterpretación.

Como si esto no fuera suficiente ––y ante la virulencia de las reacciones de la intelectualidad––, Sartre concedió otra entrevista  a la revista Le Nouvel Observateur un mes más tarde, el 19 de noviembre de 1964. En ella el filósofo dejaba claro su independencia política y la necesidad de preservar esa libertad de pensamiento con gestos simbólicos. “¿Por qué rechacé ese premio? Porque estimo que, desde hace cierto tiempo, tiene un color político. Si hubiera aceptado el Nobel ––y aunque hubiera hecho un discurso insolente en Estocolmo, lo que hubiera sido absurdo–– habría sido recuperado. Si hubiera sido miembro de un partido, del partido comunista, por ejemplo, la situación hubiera sido diferente. Indirectamente hubiera sido a mi partido que el premio habría sido discernido; es a él, en todo caso, que hubiera podido servir. Pero cuando se trata de un hombre aislado, aunque tenga opiniones extremistas se lo recupera necesariamente de un cierto modo, coronándolo. Es una manera de decir: Finalmente es de los nuestros. Yo no podía aceptar eso”. Luego añadió: “si tuviéramos un gobierno de Frente Popular y que me hubiera hecho el honor de discernirme un premio, lo habría aceptado con placer. No pienso para nada que los escritores deban ser caballeros solitarios, por el contrario. Pero no deben meterse en un avispero”.

Algunas de sus declaraciones más impactantes fueron las que pusieron fin a esa entrevista: “En la actual situación, el Nobel es otorgado objetivamente a los escritores de Occidente o a los rebeldes del Este. Encuentro esta insistencia en otorgármelo un poco ridícula”.

Este inolvidable rechazo no volvió a suceder en la historia del premio de literatura. Sartre se expuso como el único escritor laureado en reivindicar una independencia de pensamiento. Sin embargo, se le siguió considerando como un Nobel pero sin Nobel. Una paradoja perturbadora. O tal vez, un premio más grande todavía.

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