Poco se imaginaba el sociólogo José Vidal Beneyto, “Pepín Vidal”, uno de los ideólogos de la Junta Democrática, que Manuel Fraga Iribarne, a la sazón embajador de España en la Corte de San Jaime, cumpliría acto seguido su amenaza, dejándolo con la palabra en la boca; mientras el otro, mostrando una agilidad que no encajaba del todo con su corpulencia, se alejaba, primero al trote y después a grandes zancadas, por uno de los innumerables senderos de Hyde Park. Corría el año 1974. A Franco le quedaba poco más de un año de vida y Fraga “disfrutaba” de un dorado exilio en la capital británica. Los tecnócratas del Opus Dei, que controlaban el poder desde la designación del almirante Carrero Blanco, asesinado por ETA pocos meses antes, habían apartado a Fraga de la primera línea política; una posición que, ante la ausencia de un régimen democrático, consistía en situarse en el lugar preciso para que el Jefe del Estado lo tuviera en cuenta para un eventual nombramiento. La oposición democrática –entre la que se coló el PCE dirigido por Carrillo- deseaba un diálogo con personas próximas al Régimen, pero que hubieran mostrado una postura favorable a la apertura política. La desaparición de Franco era un hecho inminente y era preciso tomar posiciones concretas con respecto a la situación que habría de producirse. Vidal Beneyto, que, junto con Calvo Serer, García Trevijano, José Luis de Vilallonga y otros, había formado la Junta, cuyo principal objetivo era procurar que se desarrollara un proceso que condujera al establecimiento de una democracia real en España, vio frustrado su propósito de conversar con Fraga aquel día -“off the record”- de estos asuntos. Contar con él como aliado había sido una posibilidad barajada por los integrantes de la Junta; si bien, como puede apreciarse por esta anécdota -contada al autor de este artículo por el sociólogo valenciano, y que creo inédita- el carácter del político gallego era poco dado al diálogo y nada partidario de la negociación. Don Manuel, que llegaría a jugar un papel muy destacado en la Transición, no fue incluido en la terna que, en 1976, Torcuato Fernández Miranda presentó al Rey para que este eligiera al Presidente del Gobierno destinado a conducir la reforma política que culminaría con la aprobación de la Constitución. Sin embargo, Fraga, cuyos orígenes políticos lo situaban en una derecha recalcitrante –no en vano durante muchos años había sido ministro de Información con la Dictadura- supo evolucionar y adaptarse a los nuevos tiempos. Con agudo instinto político, fundó Alianza Popular, partido político que aglutinaría la mayor parte de las tendencias conservadoras españolas, algunas de las cuales habían aceptado a regañadientes la Carta Magna de 1978. Más de dos lustros después, este partido político no sólo cambiaria su nombre por el de “Partido Popular”, sino parte de sus cuadros al incorporar a muchos militantes de la fenecida UCD (después CDS), de carácter más liberal, del ex presidente Suárez. En este proceso muchas “viejas glorias” (Fernando Suárez, Federico Silva etc.) fueron apartadas del protagonismo político. No así Fraga, que, si bien hubo de renunciar a su sueño de presidir el Ejecutivo, supo reservarse una gran parcela de poder dentro del partido; lo que le llevaría a ser elegido Presidente de la Xunta de Galicia durante dos mandatos y , más tarde, senador; puesto que abandonó, por motivos de salud, hace sólo unos meses. Sobre su inteligencia, su capacidad de trabajo y su carácter, un tanto atrabiliario –aunque, según dicen los que lo conocieron, “de buen corazón”- han corrido ríos de tinta a raíz de su muerte. Yo me quedo con las palabras que Rosa Montero, escritora situada en los antípodas ideológicos del veterano político, le dedicó ayer en su columna de El País: “Los años, la salud y el peso de la edad le fueron calmando, pero siempre mantuvo su originalidad radical y algo alienígena. De hecho, hasta su físico, al envejecer, le fue haciendo cada vez más parecido a un personaje de La Guerra de las Galaxias. Hoy lamento la pérdida de este hombre irrepetible: el mundo será más convencional sin su presencia. Además, creo que hay que reconocer su esfuerzo por apaciguar en su momento a la derecha más cerril. Esto es: le agradezco que se comiera a los caníbales”
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