El resultado podría entenderse como otro clásico que se decanta hacia el lado blaugrana, pero ayer en la capital la sensación era especialmente decepcionante.
El
motivo es evidente. La diferencia en la actitud de cada plantilla se
palpa en cada jugada y en cada gesto, unos juegan a fútbol y otros
corren desesperados detrás del balón intentando conseguir a cualquier
precio lo que no consiguen con calidad. Ya no hay excusas, ya no hay
malos arbitrajes tras los que esconderse, goles anulados, o expulsiones
con las que justificar lo injustificable.
La
crónica del encuentro se podría resumir de la siguiente forma: Como
siempre, el Madrid tuvo un arranque fogoso en el que una vez más
consiguió marcar. El tanto lo anotó Cristiano Ronaldo. Tras este inicio
esperanzador, el Barcelona empezó a desplegar su juego y acabó
remontando con dos goles (Abidal y Puyol) que demuestran que en la
maquinaria perfecta que ha conseguido crear Guardiola, los once
jugadores valen para todo. Para atacar, para defender, para tocar e
incluso para marcar.
La
segunda parte del partido, como en el reciente 1 a 3 de liga, volvió a
ser un recital culé. Iniesta, Xavi y Cesc combinaron y tocaron
apoyándose en sus compañeros, y consiguieron que el bueno de Xabi
Alonso, el feo de Pepe y el malo de Lass, se desesperaran de nuevo. *En
realidad Pepe merecería más el apelativo de 'el malo' que Lass, pero
entonces no podría hacer la analogía con el mítico western de Sergio
Leone. La mejor muestra de esa desesperación la ilustró el defensa
portugués con un pisotón a la mano de Messi que bien merecía la roja
directa. Mourinho acabó cambiándolo para no quedarse con diez. Su único
acierto ayer.
En
Madrid, ciudad de gentes extrovertidas donde es muy fácil intercambiar
opiniones con desconocidos, el clima se está enrareciendo. Los merengues
combinan una especie de resignación constante con pequeños brotes de
esperanza que en estas noches clónicas se marchitan.
La
historia se repite con tanta tranquilidad y con un guión tan similar,
que los viquingos ya no saben ni cómo ni cuándo podrán batir a sus
archienemigos catalanes. Da igual quién juegue, da igual que Mourinho,
The special one, apueste por el once más barraquero en su propio estadio
en la ida de unos cuartos de final de Copa. Ayer además, algo que colmó
la paciencia de los aficionados blancos fue la excentricidad de poner a
Carvalho y Altintop desde el inicio cuando apenas había jugado en los
últimos meses. Como consecuencia, por supuesto, no estaban ni Ozil ni
Marcelo, con vocación mucho más ofensiva.
En
el típico bar del centro de Madrid donde ayer tuve que ver el encuentro
(maldita la hora en la que partidos de este interés son televisados
solo por canales de televisión privados) la cerveza corría como siempre,
con su punto de presión adecuado, hacía calor, las tapas abundaban, y
las mejillas de los presentes estaban sonrojadas. En cambio, sus ojos se
mostraban vidriosos, y no por el humo. Esto no ha sido un 2 a 6
eventual, o una sorprendente manita. Esta derrota ya forma parte de una
dinámica aplastante. Una dinámica que retrata perfectamente a los dos
modelos: el modelo resultadista de talonario, sin filosofía ni
fundamento, y el modelo de cantera, de respeto al espectáculo y de
apuesta por el largo plazo y la estabilidad interna.
Veremos
cómo sigue la historia, que la semana que viene tiene su siguiente
capítulo, pero de momento parece que las aguas del río no van a cambiar
su curso, y como digo, este tranquilo discurrir que siempre acaba en la
misma desembocadura, duele especialmente, porque es tan predecible y
desesperante, que ya no hay forma de disimularlo.
|