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La sombra de los barrotes

Con el juicio visto para sentencia, la democracia deja dibujada en la celda oscura de la indignación ciudadana la luz en la prisión del juez juzgado
Abel Ros
jueves, 9 de febrero de 2012, 08:00 h (CET)
La luz intermitente de aquella farola proyectaba la silueta de los barrotes en la celda de sus ilusiones. Aquel hombre con “cara de patata” ocultaba desde la tinta de su pluma el estigma de su ideología. Los azotes de madrugada en las frías noches de enero dibujaban en su espalda los trazos rectos de la dictadura. El silencio de las miradas  en aquella cárcel de Alicante de los años de la posguerra, nos invita a los demócratas a escuchar el testimonio vivo de los compañeros octogenarios de la jaula  del poeta. Son precisamente esos gritos arrugados de la historiografía los que nos llenan de empatía para sentir el aliento de miles de familias que, angustiadas por el dolor del fraquismo siguen perdidas en el laberinto de su pasado.

La deuda de los pueblos con las atrocidades de su legado debe servir al ideario colectivo para construir la solidaridad intergeneracional con los mimbres apagados de nuestros mayores. La Ley de Memoria Histórica, que probablemente será  el siguiente bastión progresista en caer ante la contrarreforma acelerada de Mariano, ha sido el instrumento necesario para que la igualdad intrahistórica entre los unos, los ganadores, y los otros, los perdedores, sea distinguida de las fosas del anonimato. Las víctimas del franquismo. Aquéllas que en su día perdieron a seres queridos por la toxicidad de la intolerancia y la venganza del caudillo, tiene derecho a una explicación  inteligible de aquellos crímenes políticos o humanitarios que hoy se discuten en el Supremo.

La supuesta prevaricación de Baltasar Garzón, por buscar el sentido existencial a miles de víctimas que viven ancladas en el desconcierto de su ayer,  ha abierto el debate  sobre los límites del concepto universal de justicia. Probablemente el juez que ha estado durante una semana sentado en el banquillo de los acusados por querer cerrar las heridas de su pasado sea inhabilitado durante veinte años, por intentar poner nombre y apellidos a los huesos del olvido. Hoy, como ya denunciamos en el puzle, somos la vergüenza en las portadas del discurso internacional. Somos, en palabras de la línea editorialista de la izquierda, la  nación que se jacta de esclarecer la verdad con los pasados de ultramar pero, sin embargo somos el país que admite a  trámite demandas provenientes de grupos ultraliberales cuyo móvil latente ha sido poner una zancadilla a la rendición de cuentas con nuestro pasado.

Con el juicio visto para sentencia, la democracia deja dibujada en la celda oscura de la indignación ciudadana la luz en la prisión del juez juzgado. Los mismos hierros oxidados que en la España en blanco y negro mantenían encerradas las palabras del poeta son las esperanzas presentes de los afectados. Las mismas paredes de aquella celda de Alicante,  que inspiraron las nanas de la cebolla para doña Josefina,  son los miedos y temores que han acompañado a las miles de víctimas del franquismo en el silencio de sus hogares. Todos los años los versos de aquel rojo republicano se recitan desde su casa de Orihuela,  mientras su condena política sigue oculta entre la sombra de los barrotes.

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