No lo son todos, claro, pero ya se podría apuntar que una muy buena parte de los empresarios se conducen simple y llanamente como delincuentes comunes, como vulgares quinquis, si bien en vez de callejón oscuro y navaja, usan el recoveco legaloide y el despido o el impago injustificado, sisando a sus otrora empleados todos o gran parte de sus derechos, y, lo que es más grave y barriobajero, los haberes que han devengado.
Los empresarios, así, se están convirtiendo en atracadores o sinvergüenzas que en poco o nada se diferencian de quienes habitan el lumpen, a no ser porque esta ralea de sinvergüenzas de guante blanco (en muchos casos ni son empresarios, sino sicarios que cobran por gerentes o cosa por el estilo) se ha metido en la delincuencia no por necesidad, marginalidad o consecuencias de familias o entornos desestructurados, por más que sean unos hijos de muchísimos padres, todo un elenco de ellos, sino por simple y pura codicia.
Así, a vuelapluma, puedo mencionar una docena de grandes empresas en mi localidad, Alcalá de Henares, alguna de ellas multinacional de mucho márquetin y televisión, que sin merma alguna de facturación despiden gente a destajo, multiplican sin pagarlo el horario de los pocos empleados que van quedando (menos de un tercio de la plantilla de hace un par de años) y endurecen las condiciones laborales de los que quedan hasta límites que van más allá de la esclavitud. Estos son los efectos de las políticas del PSOE y el PP (por turnos) con la connivencia de los sindicatos: han despertado y soliviantado la codicia de los empresarios hasta convertirlos en simples delincuentes. Ya dije en “Sangre Azul (El Club)”, escrito cuando se ataban en España y Occidente los perros con longanizas, que El Club estaba preparando esto, el desmoronamiento de las sociedades libres y su reconversión en sociedades esclavizadas.
La irracional facilidad que tenían los ciudadanos para acceder a hipotecas, créditos y endeudamientos durante decenios para vivir por encima de sus posibilidades, conducía ni más ni menos que al silencio sin rebeldía y a la aceptación sin reservas de cualquier clase de látigo por parte de los trabajadores, facultando que suceda lo que sucede, porque el que proteste se queda en la calle y no podrá hacer frente a los pagos, perdiendo así su casa y sus bienes. Lo peor de todo, es que aun los que conservan todavía su trabajo también perderán su casa y sus bienes, porque no es más que cuestión de tiempo que a quien no le haya tocado el desempleo aún le llegue el turno.
Demasiados años endeudados supone una hipoteca o un crédito como para que no les llegue la hora. Ya lo dije muchísimas veces: las cadenas de la modernidad no son de acero, sino que son hipotecas, créditos, etc. Una situación, ésta que vivimos, que no sólo abarca a las grandes empresas de mucho personal, sino también a las pequeñas, a ésas que hoy son propiedad de empresarios que ayer fueron reivindicativos empleados, pero que ahora niegan a sus trabajadores los derechos que ellos mismos exigieron. Las grandes empresas como las pequeñas, están viendo que se puede apretar a los trabajadores hasta obtener casi mano de obra gratis, enriqueciéndose así a costa de la sangre de los más débiles. Sin embargo, ignoran que han roto la cadena de consumo, que a más despidos y a más daños, hay cada vez menos gente puede comprar o que compra sólo productos del Tercer Mundo, chinos y tal, quebrando de futuro sus compañías: hoy y tendrán, pero mañana no, seguro.
La jugada del Tercer Mundo también la comenté en “Sangre Azul (El Club)”. Hace muchos años, muchos, dejé de trabajar en la alta dirección de empresas y me establecí por mi cuenta, haciendo lo que nadie o casi nadie sabía hacer por entonces en España: abrir los mercados internacionales a las empresas españolas. A lo largo de casi veinticinco años he establecido en diferentes países del mundo a muchas de las más grandes compañías de mi país y, por suerte o como resultado de un trabajo bien hecho, la mayoría de ellas, hoy, tienen en otros países una buena porción de sus mejores clientes y, en algunos casos, una gran cuota de mercado que les asegura una estabilidad de futuro imposible de otra forma. Durante estos años ha habido también algunos fiascos –de todo hay en la viña del Señor-, e incluso hubo un par de ocasiones en que a un par de sinvergüenzas (grandes empresas, por cierto), tuve que llevarlos a los tribunales para que pagaran lo que me debían, si bien con distintos resultados, pues los que se declararon insolventes –que ya tiene risa- aún tienen impagada la deuda decretada por el tribunal, ¡once años después!
Sin embargo, si durante casi veinte años la desvergüenza de algunos empresarios fue algo prácticamente anecdótico, ahora se está convirtiendo en una forma habitual de conducta. No acepto nuevos clientes si no vienen con mil y una recomendaciones de ese selecto grupo de empresas que son mis clientes desde hace muchos años y a quienes represento en otros países, y, a pesar de ello, cuando los volúmenes de ventas son enjundiosos, nunca falta alguno que ve la manera de entenderse con mis compradores a mis espaldas y, si lo consiguen o creen que lo logran, en ese preciso momento dejan de pagar incluso lo que he devengado y se quedan por todo el morro con mis compradores, el mercado y los resultados de mi esfuerzo profesional, que es el pan de mis hijos.
“Denúnciame”, dicen chulescamente, en el convencimiento de lo caro que son los abogados, lo infinito que son los procedimientos judiciales y que el resultado de ello, aún suponiéndoles la justa condena que les corresponderá, les convendrá soberanamente sobre cumplir con sus obligaciones, además que siempre se podrán declarar insolventes, dilatar los pagos, etc., de modo que calculan mi desestimiento por agotamiento. Cosa que jamás, hago, por supuesto, así me vaya en ello el resto de mi vida. El mundo empresarial, y lo digo desde dentro y con un profundo conocimiento de él, se está convirtiendo en un nidal de delincuentes que no merece mejor suerte que la cárcel.
Puede que ser que en un tiempo fuera necesario para gobernar una empresa o ser un empresario exitoso disponer de un buen producto bien elaborado, y hasta ser un profesional excelentemente formado en Empresariales o Económicas; pero hoy lo que es necesario es nada más que sean unos auténticos sinvergüenzas, unos chorizos sin pudor de ninguna clase ni miedo alguno a las leyes, las cuales cada día son deformadas más a su favor por estos impresentables del PSOE y el PP y sus sindicatos. En esto está dando la clase empresarial española, ni más ni menos. Con sus excepciones, por supuesto, que las hay. Sólo un ejemplo: una mis áreas de mayor actividad es Latinoamérica; pues bien, allí los ingleses, alemanes, italianos, franceses, etc., para entrar desacreditan a las empresas españolas, porque tenemos (mejor sería decir, teníamos) una posición de dominio, pero lo curioso del caso es que los empresarios españoles también desacreditan a las “otras” empresas españolas.
Créanme si les digo que los empresarios españoles –reitero que no todos, por suerte-, se han convertido en auténticos tiburones de navaja y puñalada trapera, una execrable especie a la que habría que poner firmes. Y no, no estoy hablando de empresitas, sino que en muchos casos son enormes empresas muy conocidas las que tienen estas prácticas, cuyos productos suelen estar a menudo en nuestras mesas o en nuestras casas. Es posible que dentro de poco, muy poco, comience a dar nombres y apellidos y marcas concretas. Veremos. Incluso tal vez abra una web de empresas golfas, al modo e imagen como hay ya por ahí alguna web que recopila todas las corrupciones de nuestro país, plaza a plaza y nombre a nombre, y poner al alcance de los ciudadanos quiénes y qué marcas son las de los tiburones, las de aquéllos que engañan a su país, a nuestra Hacienda y a sus trabajadores, y cómo se llaman aquéllos (empresarios o gerentes) que están materializando estos daños con estas prácticas delictivas.
Es una opción que estoy considerando seriamente para difundirla no sólo en España, sino también internacionalmente, porque tengo la impresión de que no basta con quejarse del daño si el delincuente permanece en el anonimato: es preciso hacer público sus nombres y marcas. En ello estoy, sin olvidarme de los tribunales, claro. Y usted, ustedes, tampoco deberían olvidarse de denunciar a estos golfos: si no los paramos, esto no se detendrá sino cuando todos seamos nada más que esclavos. ¡Dios, qué país: la codicia le ha vuelto loco!
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