La aparición de la medicina marca un giro en la evolución espiritual de Occidente, centrada, por entonces, en Grecia. Como explica Werner Jaeger en su obra Paideia, la medicina ya no se dirige al hombre como tal, como lo hacían la poesía y la filosofía helénicas. La medicina, así como las matemáticas, expresa la progresiva tendencia hacia la especialización técnica y a crear profesiones que, dados sus requisitos técnicos y espirituales, sólo serán asequibles a un número reducido de personas.
Profesionales y profanos
En la obras del Corpus Hipocrático (el conjunto de obras atribuido, en un principio al médico Hipócrates de Cos) se habla, por primera vez, de profanos y profesionales, en el sentido técnico y no en el de iniciación mística. De cualquier modo, la distinción procede de la idea religiosa, en este caso del orfismo, de dos conjuntos de personas separados rigurosamente por el conocimiento de una ciencia oculta y asequible sólo a unos pocos.
La medicina hipocrática se remitió a estos ecos religiosos para resaltar la dignidad y el nivel moral de su profesión. De ahí que en la obra Nomos se afirme: “Las cosas consagradas sólo se revelan a hombres consagrados; está vedado revelárselas a los profanos, mientras no se hallen iniciados en los misterios del saber” .
La ilustración de los profanos
Esta separación entre profesionales y profanos, en un área que afecta tanto a estos últimos como la medicina, no podía menos que llevar aparejado el problema de la relación entre ambos. Por ello, al lado de los tratados técnicos especializados, destinados a otros médicos, encontramos una literatura divulgativa, destinada al gran público que trataba de hacer inteligibles para el profano los conceptos de la medicina.
Aunque, en principio, este intento de ilustrar a los profanos copió las tácticas de los sofistas de pronunciar discursos en la plaza pública, no cabe duda de que la ocasión más propicia para la ilustración del enfermo, la proporcionaba el tratamiento efectivo de la enfermedad. Y esta educación en los principios de la ciencia, en los que se basaba su tratamiento, se consideraba una muestra de respeto a la dignidad de los hombres libres que eran tratados por los médicos.
Médicos de esclavos
A este respecto, resulta reveladora la comparación que hace Platón en su obra Las Leyes, del comportamiento de los médicos de esclavos y de los médicos de hombres libres. Los médicos de esclavos corren de unos enfermos a otros e imparten sus instrucciones sin apenas hablar. Se basan únicamente en su experiencia y no razonan sus prescripciones médicas apelando a ningún principio científico. Confiar en este médico es cuestión de fe y, para Platón, este médico es un tirano brutal.
Sin embargo, el médico de hombres libres habla con sus pacientes de forma parecida a una conferencia científica de su tiempo. Explica cómo concibe el origen de la enfermedad y se remonta a la naturaleza de todos los cuerpos.
Según Platón, si el médico de esclavos oyese cómo trata a sus pacientes el médico de hombres libres, “se echaría a reír y diría lo que la mayoría de las gentes llamadas médicos explican de inmediato en tales casos: ‘Lo que tú haces, necio, no es curar al paciente, sino enseñarle, como si tu misión no fuese devolverle la salud, sino convertirle en médico.’” . Platón considera, en todo caso, esta ilustración del enfermo, como el ideal de la educación.
La experiencia del enfermo
Esta instrucción, pues, tiene que apoyarse en las dolencias del enfermo y, según el autor de la obra Sobre la medicina antigua (también atribuida a Hipócrates), “esta práctica debe estar más atenta que cualquier otra a la preocupación de hablar en términos inteligibles para los profanos” .
Aunque estos profanos no estén en condiciones de comprender las causas últimas de sus enfermedades y los principios de su tratamiento, no resulta difícil que puedan ver claramente que las normas aplicables a su caso no son más que el recuerdo de sus propias experiencias. Los principios médicos sólo alcanzan validez si están en consonancia con la experiencia del enfermo.
La medicina y la política
Finalmente, si trasladamos la analogía de la medicina antigua a la política actual, en la que se están tomando medidas de gran calado y de fuerte influencia en nuestra vida diaria, habría que preguntarse si nuestros gobernantes no se estarán comportando con nosotros como médicos de esclavos.
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