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Las cenizas

Decir soy de Europa en la España de Rajoy, lleva implícito aceptar la devaluación de nuestra mano de obra y el desmantelamiento del bienestar
Abel Ros
viernes, 23 de marzo de 2012, 08:44 h (CET)
Zapatero tenía razón. Los dictámenes de Merkel pusieron contra las cuerdas la senda socialdemócrata marcada por la rosa. La traición de José Luis a la marca ideológica de su partido sepultó su corona en beneficio de las capas azules de las gaviotas. Hoy el volante de Mariano ha radicalizado el giro a la derecha iniciado por la izquierda. La insistencia exacerbada de una maquinaria oxidada, llamada España, por querer rendir al compás de un Ferrari, llamado  Europa,  ha debilitado los troncos de  nuestro Estado del bienestar en pro de las aguas turbulentas de los mercados.

El dibujo oculto de una Hispania arruinada por sus múltiples púas y su ejército de reserva "in crescendo" día a día,  pone el acento en el fracaso político de la integración económica como panacea de su salvación. Hoy lamentablemente ya no somos la península de ayer. El efecto llamada de la inmigración como síntoma de riqueza del "España va bien" ha sido reciclado por corrientes de emigrantes similares al  "vente Alemania Pepe" de las películas de Landa. Las grúas del pocero en las afueras de Madrid, dejan la huella de un paisaje fantasmagórico decorado por millones de ladrillos hacinados entre los bastidores de una función, que finalizó con la ira de su espectador. Los ninots de Valencia han trazado la burla satírica de una tierra manchada por los olores de la corrupción y los silencios del despilfarro. Huele la Comunitat la cremá de sus fallas con el estruendo de fondo de miles de adolescentes indignados por su educación.

El lienzo visible de España está pintado por las pinceladas gruesas del paro y las curvas nefastas de su deuda. La asfixia económica de sus administraciones marcan los nubarrones oscuros en un cielo azul cuyo sol es el mismo para los lobos y los corderos. La selva de Hobbes ha resistido los azotes de la civilización. Hoy volvemos al estado salvaje de ayer. El renacimiento de las  teorías de Charles muestran el fracaso de Marx, en su intento por salvar a la humanidad de tanta desigualdad. La Europa de hoy, dominada por el neoliberaliberalismo y las teorías utilitaritas de Mill, ha derribado la estructura social en pro de la radicalidad. Hoy somos, como decía aquél, más pobres que ayer. La clase media. La misma gente que no vislumbró Marx en el Capital, sufre su agonía en una Europa deshumanizada y aferrada a la aritmética de sus mercados.

Desde la crítica intelectual, cabe preguntarse ¿es inteligente seguir así?, ¿nos beneficia callar en lugar de decirle a Merkel la verdad de nuestra casa?, ¿seremos la segunda Grecia y el patito feo de un aula llamada Europa? Probablemente sí. Sí por la debilidad de nuestras estructuras y por la crisis ideológica de la socialdemocracia. Seguir las directrices de la Canciller implica nadar contracorriente y reinventar el discurso obsoleto de la izquierda. Continuar en este capítulo negro de la historia implica a la sociedad civil renunciar a la calidad de sus servicios públicos en pro los mercados. Decir soy de Europa en la España de Rajoy, lleva implícito aceptar la devaluación de nuestra mano de obra y el desmantelamiento del bienestar con tal de mantener a raya el déficit marcado por los de arriba. Desde la indignación civil debemos ponderar entre llevar euros en la cartera y ser pobres en derechos, o pagar con pesetas y volver a resurgir de las cenizas.

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Me refiero a esas apreciaciones que nos deslizan hacia la experiencia sublime en los diferentes estratos de la presencia humana. Contienen el duende necesario para abstraernos de las naderías y hacernos fijar la atención con maestría, moviendo hilos indescriptibles. Funcionan con ese algo especial capaz de congregar en el mismo estrado fascinante a la emisión de un mensaje de calidad y la fina sensibilidad del receptor.

Basado en las microexpresiones faciales, sin que digas una sola palabra, está claro que la mirada lleva diferentes firmas emocionales. Las arrugas de expresión transmiten mucho más de lo que imaginas y la mayoría de las veces, quienes conviven contigo suelen decir que te conocen.

 
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