Tácito (55-120 d.C.), en sus Historias, entendía la audacia como el riesgo que se debe correr cuando, sin una actitud decidida y valiente, se tiene la certeza del fracaso. Decía el ilustre senador, cónsul, gobernador e historiador romano lo siguiente: “Si hay que sucumbir salgamos al encuentro de nuestro destino”. Y Nicandro de Colofón, escritor griego del siglo II a.C., menos optimista y, quizá más prudente, la matizaba con las siguientes palabras: “La audacia lleva a los hombres al cielo o al infierno”. Estoy convencido de que, ambos autores, entendían los gestos de audacia como algo de lo que no convenía abusar pero que, en circunstancias excepcionales, no se podía descartar por aquello que “la mejor defensa es un buen ataque”.
Sin duda, deberemos reconocer que el señor Rajoy y su Ejecutivo han tenido que bregar con una situación que, me temo, nadie envidiaría y se han visto obligados a hacerlo en el peor de los panoramas en los que se podría encontrar una nación: en medio de una crisis mundial; con una tasa de desempleo doblando la media del resto de naciones europeas; en una situación económica grave, derivada, en gran parte, del tropiezo de la burbuja inmobiliaria y con una legislación laboral, la más cerrada, sin duda, de toda la UE, que ha venido obstaculizando la posibilidad de las empresas de ir adaptando sus plantillas a las necesidades propias; de modo que, cuando no han dispuesto de la fortaleza económica o los créditos para afrontar los despidos imprescindibles, han tenido que recurrir al cierre de sus instalaciones o comercios, como única forma de intentar salvar una parte del patrimonio invertido en ellos.
La oposición se ha dedicado a hacer cábalas sobre lo que ellos han venido considerando como un retraso interesado del PP para reforzar al señor Arenas ante las elecciones de Andalucía. Sin descartar que pudiera haber algo de ello lo que, para cualquier persona que tenga un mínimo conocimiento de lo que se tarda en elaborar unos presupuestos para toda la nación, teniendo en cuenta que, como se ha comprobado, la situación de las distintas autonomías no se ha conocido, en la mayoría de los casos, hasta que se han cuadrado definitivamente las cuentas de sus balances y, para remate, cuando el nuevo Ejecutivo ha recibido una herencia envenenada del anterior gobierno; puede resultarle incomprensible que, ante las presiones que el Gobierno ha tenido que soportar para que exhibiéramos nuestros nuevos presupuestos y la dificultad de cuadrar todas las cuentas de modo que se pudieran recortar, de todas las partidas de gasto, las cantidades necesarias para intentar llegar a cubrir la disminución de nuestro déficit público, para no superar el máximo del 5’3% del PIB que nos ha fijado Bruselas y el ECOFIN; el equipo económico del señor Rajoy haya logrado el milagro de tenerlos preparados en sólo tres meses.
Sin duda, aparte de la señora Sáez de Santamaría, coordinadora de los trabajos de los ministros, se debe resaltar la difícil, abnegada, diplomática y decisiva labor de dos ministros: el de Hacienda, señor Montoro y el ministro de Economía y Competitividad, señor Luis de Guindos. Uno ocupándose de ir cuadrando las cuentas y preparando los posibles recortes y el otro desempeñando una meritoria y eficaz tarea de ir vendiendo, a Europa y a los EE.UU., la bondad y la efectividad que, a medio y largo plazo, van a producir las medidas de austeridad preparadas por el gobierno de Rajoy. Es evidente que, el nuevo equipo del Gobierno, ha puesto toda la carne en el asador en la serie de medidas de ahorro que ha ido elaborado desde que se hizo cargo de la nación y, hay que admitirlo, ha asumido una gran riesgo al basar toda su política en el hecho de conseguir que la economía española ( ahora estancada) pueda reanimarse, iniciar su recuperación, adquirir confianza en sus posibilidades, conseguir créditos para financiarse y, como consecuencia, empezar a crear o recuperar puestos de trabajo; con lo cual se volviera a fomentar el consumo que se precisa para poner en rodaje toda la industria y el comercio que ahora permanece aletargado. Y todo ello en un plazo determinado
Esto debería suceder, al menos empezar a notarse, en un periodo no demasiado largo, pongamos para julio o agosto, para evitar que la inercia del paro, que sigue en aumento; la sangría económica que, para el Estado, representan las prestaciones de desempleo; la situación de la Seguridad Social, cada vez con menos cotizantes y menos ingresos; los esfuerzos fiscales a los que se somete a los españoles o, tampoco se puede descartar, en una situación de precariedad como la actual, las manipulaciones sindicales y la falta de colaboración de los partidos de la oposición, la mayoría de ellos empeñados en derribar al gobierno, sin que, ninguno de ellos, tenga un verdadero proyecto alternativo para sacar a España del lodazal en el que, muchos de ellos, contribuyeron a que cayera. Deberemos admitir la firmeza y la seguridad con la que se expresan los ministros económicos y, en especial, algo que debe reconfortarnos, la actitud decidida e inconmovible con la que el señor Montoso ha rechazado cualquier favoritismo con autonomías que, siempre, sacaban tajada de la debilidad del anterior gobierno, como ha sido el caso de Catalunya y Andalucía.
Es obvio que, sin que las autonomías pongan freno a sus despilfarros, sin que (como ha dicho Rajoy) se olviden de la realización de obras faraónicas, se pongan a reducir el gasto público y se dispongan a afrontar una año difícil, como será el 2012, va a ser imposible que España puede alcanzar sus objetivos, pueda disminuir su dependencia de la deuda y consiga reducir el déficit (central y autonómico) a los niveles pactados con Europa. Es importante que aprendamos a separar el trigo de la paja y sepamos entender que no hay otro camino para nuestra nación que el del esfuerzo, el sacrificio, el trabajo y la solidaridad; aunque haya algunos que pretendan desde su deslealtad, rencor, el engaño y la explotación de las malas pasiones, que el pueblo español de la espalda a aquel partido que votaron mayoritariamente, con argumentos inconsistentes, con proclamas incendiarias, con la cara dura de predicar aquello que no supieron poner en práctica cuando gobernaban y con el único plan de conseguir que España deba ser rescatada o apartada de la Zona Euro; como medio de volver al poder. Un verdadero plan revolucionario propio de personas insensatas, de grupos antisistema y de traidores a la patria, que centran sus objetivos en la destrucción del orden, del bienestar de los ciudadanos y del progreso de la nación.
Estamos en un momento crucial para España. No es tiempo de mirar hacia atrás ni de convertirnos en arma arrojadiza contra un gobierno que, hasta el momento, ha tenido la valentía de hacer reformas importantes encaminadas, todas ellas, a buscar una salida a una situación que, a simple vista, se nos antoja desesperada. Sabemos que hay muchos otros temas pendientes, que hay situaciones que requieren atención inmediata, como es la de la administración de Justicia o una nueva ley de enseñanza que unifique en uno todos los distintos sistemas que se vienen aplicando en cada autonomía. No obstante, hay que admitir que lo más urgente es crear empleo, conseguir que los mercados confíen en nosotros, que Europa, como viene ocurriendo, vaya aceptando nuestras propuestas y que sepa que, lo que se promete y figura en los PGE, va a cumplirse sin desviaciones importantes. Todo lo contrario es correr el albur de caer en el abismo de donde nadie nos va a sacar. O esta es, señores, mi visión sobre la situación de España.
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