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El barrito de Elefante

La caída del rey ha servido al ciudadano de a pie para conocer con más detalle las distracciones de su nobleza
Abel Ros
martes, 17 de abril de 2012, 11:37 h (CET)
Decía un viejo profesor de sociología que en la España de Quevedo el sueño de los pobres era disfrutar algún día del ocio de los nobles. Esta distancia entre las manos ásperas de la pobreza y las capas distantes de la corona es la que siembra la indignación popular con las prácticas de la realeza. Es precisamente la caza de elefantes y el aniversario de la República,  los fenómenos  que invitan la crítica de izquierdas a reflexionar sobre el rol de la corona en el país de la espinas. Con el chiringuito patas arriba y los ánimos colectivos por los suelos, es de recibo que el pueblo del desempleo sienta su enorme  frustración entre estrellas y estrellados.

Una vez más la vergüenza del titular se apodera del eco internacional. La estética del fenómeno y la falta de empatía con el sueño de los débiles siembra de piedras los caminos de simpatía con la figura histórica de la monarquía. Las salpicaduras de  Urdangarín y los juegos de Froilan han deshilado los perpuntes idílicos de la corona. El coste económico de los caprichos privados de Juan Carlos ha sentado como un jarro de agua fría en los millones de mileuristas que día tras día hacen malabarismo para salvar del hundimiento al Titanic de sus vidas. Es precisamente la cacería de elefantes, o dicho de otro modo, el tiro del privilegio a un animal en peligro de extinción por la caza exacerbada del hombre y la deforestación de sus días, la que cultiva los campos de la vergüenza con las prácticas legítimas de nuestras élites.

La caída del rey ha servido al ciudadano de a pie para conocer con más detalle las distracciones de su nobleza. En la España "Juancarlista" de hoy, en palabras de un comentarista de este blog, comienzan a verse los brotes verdes del debate civil sobre los costes y oportunidades que suscita para una democracia la sostenibilidad económica de su corona. La transmisión genética del poder entre la dinastía de los Borbones ha resistido los azotes del discurso francés y los ecos presidencialistas de América. La figura histórica de "Juan Carlos" por encima del Monarca ha sido, sin lugar a dudas, el secreto del silencio ilustrado durante estos casi cuarenta años de corona. El reciclaje intergeneracional y la cuestión económica de la institución monárquica serán los mimbres del debate entre los nuevos jóvenes republicanos y los nostálgicos de Juan Carlos.

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