“Pañales y cerveza” son varias reacciones en cadena de química humana; efecto mariposa de corto y devastador alcance; un hecho y su imprevisible consecuencia
Cuando Rafael Reig citó esta novela en sus “Lecturas y relecturas” la apunté en seguida en mi lista de pendientes. Después –y en contra de mi costumbre- antes de leerla investigué un poco y entonces descubrí que Ángela Medina forma parte –con Rafael Reig- del claustro del “Hotel Kafka”. Y entonces el interés se volvió intención retorcida. Porque quise leerla con el prejuicio de que la recomendación y alabanza se trataría, con total seguridad, de un claro ejemplo de amiguismo literario en el que los compadres, monaguillos y amantes de un mismo clan se recomiendan unos a otros.
Pero debo reconocer que me voy a quedar con las ganas, que voy a tenerme que buscar otro ejemplo porque este me ha salido rana. Que esa denuncia de nepotismo que tenía pensada no va a poder ser porque me he encontrado con una novela corta que me ha dejado fascinado, enamorado como un adolescente idiota de su belleza sencilla, de andar por casa, pero cargada de intensad. Que Ángela me ha demostrado -como en su día lo hizo Sergi Pamiès- la complejidad que puede encerrar lo simple, me ha recordado que menos puede ser más, que se puede decir mucho con las palabras justas y los gestos precisos.
“Pañales y cerveza” son varias reacciones en cadena de química humana; efecto mariposa de corto y devastador alcance; un hecho y su imprevisible consecuencia. El cambio que provoca la muerte, lo que puede descubrir, desenterrar y modificar. Historias unidas y descosidas, arruinadas y construidas con objetos cotidianos, de esos que tenemos al alcance de la mano: un vaso de leche, unos calzoncillos, muebles de Ikea, una cámara de vídeo, un cd, un teléfono móvil, una furgoneta y un acuario vacío. Protagonistas que son nuestra familia, los vecinos de abajo, de arriba, los de la mesa de al lado, los amigos, los demás y nosotros mismos. Una mujer, un marido, un compañero de trabajo, una hija, un nieto, una exnovia, un abuelo, un vecino, un mejor amigo, un desconocido y un padre.
Inteligencia, habilidad y talento de Ángela que es capaz en (pocas) páginas de unir lo material y lo sentimental de unas vidas corrientes. De todo lo que es capaz de contar con pocas y expresivas palabras, gestos elocuentes y reveladores. De todo lo que hacen (palabras y gestos) evidente y resuelven, pero también de lo que (por ellos) queda aplazado y latente. Del pasado que se esconde, calla y niega en una caja de zapatos; de lo imperfecto que se quiere arreglar con unas simples vacaciones y se tapa con palabras falsas. De los descuidos que condenan y avergüenzan, y de las casualidades que salvan. Del carácter que se demuestra con apenas unas frases; de lo que dicen las llamadas perdidas, el alivio (la liberación de las palabras) de lo que se cuenta a alguien que apenas conoces, de todo lo que un desconocido te descubre en un par de días. El porqué se quieren cambiar todos los muebles de una casa, el porqué de un nombre, de un viaje, de una reconciliación o de un no, un adiós. El porqué en los supermercados se ponen las cervezas al lado de los pañales. Ángela Medina. “Pañales y cerveza”. 107 páginas. Editorial Demipage. Madrid, 2011.
Quien venga por vez primera, a esta ciudad de embeleso, debe tener su alma abierta sin trabas o impedimentos. Porque Córdoba es ciudad, para verla con empeño, gozando de sus callejas, jardines y monumentos. Para aspirar sus perfumes, y disfrutar del misterio, que proporcionan sus patios con mil flores de ornamento.
Dijo en cierta ocasión Albert Camus que «la tragedia de la vejez no es que seamos viejos, sino que seamos jóvenes. Dentro de este cuerpo envejecido hay un corazón curioso, hambriento, lleno de deseo como en la juventud». Quizá, esta frase del escritor, de origen argelino, sea una estupenda expresión para vislumbrar el enfoque de la novela de Domenico Starnone, El viejo en el mar.