“Ensimismada correspondencia" es un libro revelador; un libro que es tormenta, deleite, asombro y fascinación. La prosa y la poesía compartiendo la misma amante
Creo que más de una vez se ha dicho que el prosista es un poeta frustrado. Que ambos géneros son incompatibles, dos vecinos que no se hablan. Pues después de leer “Ensimismada correspondencia” ese aforismo ya no es cierto; ha dejado de tener sentido, se ha convertido en una superstición. Porque lo bueno, lo extraordinariamente bueno de Pablo, es esa mezcla, esa cohabitación real, mágica y seductora de prosa y poesía en sus relatos. Y no hablo de prosa poética sino de narrativa poética; de poesía sumergida en la prosa. No hablo de la belleza pura, misteriosa e inalcanzable de la poesía sino, precisamente, de la poesía de la buena prosa que –para mí- pone a Pablo Gutiérrez en paralelo con Carlos Marzal. Hablo de química, de polimerización; hablo del liquen, de la simbiosis; de un género heterogéneo; hablo del tono, manera y forma de una escritura excepcional.
Y es la poesía importante porque Pablo hace protagonista -casi absoluta, directa o indirectamente- de sus relatos a la poesía y a los poetas. Jaime Gil de Biedma en “Ultamort”; Juan Ramón Jiménez en “Georgina Hübner, en el cielo de Lima”; y Alberto Caeiro (Fernando Pessoa) en el relato que da título al libro. Y cuando los protagonistas son personas anónimas leen poesía; quisieran escribir poemas para redimir su claudicación y su vergüenza; escriben, como protesta y venganza un poema sobre una tumba infame; titulan un relato: “Antipoema 20” y lo cierran con sus versos; encuentran en la biografía de un poeta su contrarreflejo: su “Yo contra Yo” doloroso y clarificador; o se enfrentan al paisaje y a los versos que lo pintaban y que veinte años después no sirven de consuelo.
La poesía es el argumento, el caballo de Troya del relato. Y cuando no se hace evidente como en “Búsqueda.doc” y “Virgen de las aguas”, se convierte, diluida, en la marca; el distintivo de su lenguaje; en su estilo; en su forma de contar y redactar, de hacerlo arrebatadoramente diferente, especial . Y ese acierto, ese valor que marca la diferencia es, curiosamente, su único error. Porque en algunos momentos la puntuación, el ritmo continuo con breves pausas de las comas convierte a la lectura en apnea, un ejercicio de resistencia sin tomar aire. Riesgo que se ve superado, anulado, convertido en apenas una anécdota por esa manera personal de Pablo, esa narrativa poética que hace “custodiar este libro con avaricia”, releer con inagotable glotonería sus relatos “haciendo trampas, saltando páginas, hurgando detrás” de los múltiples párrafos subrayados, en las innumerables hojas marcadas, a pellizcos, como si fuera un libro de poesía. Estilo que apuntala, sostiene y salva, aunque dejándolos bastante atrás respecto al nivel de los otros seis, a los dos relatos más flojos: “Mujercitas” y “Gigantomaquia”.
“Ensimismada correspondencia” es, para los que alguna vez hemos caído en la insensata tentación de escribir ficción, uno de esos “libros reveladores”, un libro que es tormenta, deleite, asombro y fascinación; una transfusión de sangre, hierro y aguijón para los anémicos y los indecisos. Un libro que se lee “con el ansia del explorador de un cuento que descubre un objeto mágico”. Bofetada, puntapié para los insulsos cuentistas de la nadería, los apadrinados y los ególatras. Pablo, la poesía y la prosa; la furia, el genio y el gozo compartiendo la misma amante. Pablo Gutiérrez. “Ensimismada correspondencia”. 156 páginas. Lengua de trapo. Madrid, 2011.
Quien venga por vez primera, a esta ciudad de embeleso, debe tener su alma abierta sin trabas o impedimentos. Porque Córdoba es ciudad, para verla con empeño, gozando de sus callejas, jardines y monumentos. Para aspirar sus perfumes, y disfrutar del misterio, que proporcionan sus patios con mil flores de ornamento.
Dijo en cierta ocasión Albert Camus que «la tragedia de la vejez no es que seamos viejos, sino que seamos jóvenes. Dentro de este cuerpo envejecido hay un corazón curioso, hambriento, lleno de deseo como en la juventud». Quizá, esta frase del escritor, de origen argelino, sea una estupenda expresión para vislumbrar el enfoque de la novela de Domenico Starnone, El viejo en el mar.