“Hay quien dice que la religión hace del hombre un ser virtuoso. Yo no he reparado en ello”.
Bertrand Russell
Cuando la Iglesia muestra condescendencia acerca del fenómeno homosexual, lo hace en referencia a su esencia misma o si se quiere, respecto a "la condición", que nada tiene que ver con la "práctica". En otras palabras, un homosexual que se abstenga de su sexualidad, no comete pecado al no evidenciar conducta alguna. Ello nada tiene que ver con "la práctica homosexual", que no puede recibir aprobación en ningún caso, pues es una depravación en sí misma, como secularmente ha insistido la doctrina de la Iglesia católica. Por esta razón, cuando Monseñor Camino dice que “la Iglesia no condena a nadie” añade a continuación “que él no juzga la conciencia de las personas”. Se refiere claro está, a la condición homosexual de quien se abstenga. Es la práctica homosexual, insistimos, la que resulta pecado.
Camino viene de afirmar que la conducta homosexual es una conducta “objetivamente desordenada”. No dice nada nuevo que no figure en el catecismo de la Iglesia Católica. Busca respaldar en este sentido, las recientes palabras de Reig Pla. Cabe recordar que cuando los creyentes católicos de Alcalá de Henares acuden a Misa, su obispo, en nombre de Dios, alude entre otras, a expresiones como la que sigue: “Quisiera decir una palabra a aquellas personas que hoy, llevados por tantas ideologías (...) piensan ya desde niño que tienen atracción hacia las personas de su mismo sexo, y a veces para comprobarlo, se corrompen y se prostituyen, o van a clubs de hombres nocturnos. Os aseguro que encuentran el infierno”.
Interesa preguntar al obispo qué es lo que ocurre una vez hallado el infierno y cuáles son sus consecuencias. Lo que el obispo busca, además de amedrentar, es el arrepentimiento. Unos cuantos latigazos en conciencia por parte de aquellas ovejas negras de la grey, que restauren la Verdad en el rebaño. Con ello el pecador pasa por el aro del negocio, refrenda la autoridad (oficial) del Dios católico en la tierra, y abandona una desolación sin Dios, para llegado el momento, ser portado hacia la Gloria en el auriga de Platón. No estaría de más que la Iglesia aclarase en voz alta, dónde acaban todos aquellos homosexuales creyentes con vida sexual activa, que no creen necesario rendir cuentas a Dios sobre su condición, porque tienen la absoluta seguridad de que Dios les ama tal y como les creó: a su imagen y semejanza. ¿Hasta qué punto cree el obispo que mostrará Dios su disgusto con ellos? ¿se irritará como un adolescente? ¿no se cuestiona Él mismo al castigar su creación? Llegados hasta aquí, no está de más que el señor obispo nos aclare también dónde descansa Marcial Maciel (por nombrar sólo a uno). Si cerca del Señor como afirma su lápida o lejos de él. La gran baza de las religiones radica básicamente en dejar "todo para luego", y claro está, "luego" ya nadie aclara qué ha sido de la voluntad de Dios. Eso sí, en vida, sólo saben amedrentar a los espíritus más débiles.
Qué ha de pensar un sacerdote honesto, de poderosa vocación, un verdadero activista del amor de Dios, de que su obispo relacione la salvación del hombre, no en función de su fe y su íntima creencia, sino en función de con quién se acuesta porque eso es relevante para Dios. Lutero venía a decir entre otras cosas, que porque el hombre se "disfrace”, no tiene más autoridad que el resto, ni sabe más de Dios que los demás hombres. Sólo el nuevo y antiguo testamento y la palabra de Cristo, son válidas. El Papa, las encíclicas, los conclaves y demás doctrinas del hombre, no son palabra de Dios. ¿Quién puede proclamar conocer a Dios de tú a tú, sino un farsante? Lutero decía en definitiva, que aunque el mono se vista en seda, mono se queda. Hay por supuesto, entre el protestantismo, reacios a la "salvación" homosexual, desde la literatura inevitable del Antiguo Testamento, pero por regla general, la Europa ilustrada, los cristianos europeos no romanos (no católicos), aceptan ya sin escándalo, limpios los ojos, desde una tolerancia magnánima y no perversa, no ya el hecho religioso desde cualquier evidencia sexual, sino también la ordenación (y matrimonio) de cualquier persona, más allá de su condición.
Pero en la España romana del Concordato, escuchar sandeces de obispos sigue siendo el deporte nacional. Hoy día Benedicto XVI se reúne de igual a igual con su homologa Isabel II o con el arzobispo de Canterbury porque hace cinco siglos, Enrique VIII le dijo a Clemente VII que se metiera su excomunión por donde le cupiera. ¿Quién era el Papa para decidir si Dios amaba o no a Inglaterra? La Verdad claudicó también con Lutero y continúa revisándose día a día. Sólo cuando el hombre pierde el miedo, puede romper las lúgubres cadenas que lo humillan. Es entonces cuando brotan las flores vivas, cuando el administrador de miedos es apartado y obligado a cambiar forzosamente de parecer para preservar su condición. Y es que el obispo de Alcalá no se dirige al homosexual liberado que puede acudir sin timidez a celebrar el Orgullo-gay, sino al débil y temeroso que lo escucha y sufre con sus palabras. Decía Nietzsche que algunos sacerdotes lo que están es amargados ellos, y todo su afán reside en amargar la vida a los demás. ¿Qué pensaría Freud de la obsesiva recurrencia al sexo que evidencia la Iglesia española?.
Ake Green fue un pastor protestante condenado en Suecia a un mes de prisión por homófobo. Desde entonces Ake Green guarda silencio por si acaso y su comportamiento evoluciona favorablemente. Uno de los problemas añadidos de esta España de Concordato y pandereta, es que nuestros católicos representantes de Dios parecen tener barra libre para cuestionar cualquier ley o derecho emanado desde la voluntad soberana residente en Cortes. Es muy cierto que en un país sin Reforma, sin Revolución y sin Ilustración como es España, la Iglesia de Roma se permite licencias que ni por asomo se le ocurre plantear en países desarrollados y reformistas. En Francia, Inglaterra, Alemania o los países nórdicos, no hablan ni de su ley del aborto, ni de su laica educación, ni de su píldora postcoital, ni de con quien se acuestan los franceses, los suecos o los alemanes básicamente, porque además de evitar con ello una posible visita a la corte penal, la condena mediática y social de un país ilustrado, provoca de inmediato que al sacerdote le recuerden hasta por la calle, cuál ha de ser su sitio.
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