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Lo que queda del 15-M

Un aniversario poco significativo frente a la creciente insatisfacción
Luis del Palacio
miércoles, 16 de mayo de 2012, 07:00 h (CET)
Hablar de “fastos” al referirnos al recuerdo del primer aniversario del Movimiento 15 de Mayo, no deja de ser uno de esos clichés o lugares comunes con que nos martiriza la “prensa rápida”, la que no reflexiona ni cinco segundos sobre lo que dice y mucho menos en cómo lo dice.

La relación –acaso no tan semántica, pero sí ideológica- de este término con el de “fiesta” no lo hace adecuado; pues si bien es verdad que la ocupación pacífica de plazas y lugares públicos (con la Puerta del Sol de Madrid a la cabeza, aunque en muchos otros lugares de España y fuera de nuestras fronteras cundió el ejemplo) constituyó un evento cívico de clamorosa protesta ante el estado de cosas, paradójicamente plagado de buen humor, el verdadero debate sobre el estado de la nación, no es menos cierto que lo que lo motivaba era una serie de factores tristes, nada propiciatorios de una fiesta: el paro, el recorte de muchas ayudas sociales, el trato de favor que el gobierno dispensaba a la banca en detrimento del ciudadano de a pie, el incumplimiento de buen número de promesas electorales etc.

Ha pasado un año desde aquello y la visión antiestética de los tenderetes y tiendas de campaña que se aposentaron durante muchos días en tantas y tantas plazas se esfumó para alivio de muchos bienpensantes. He dicho “visión antiestética” porque lo fue; como antiestética era –y es- la actitud de los que nos gobiernan, aunque ahora sea otro partido el que esté en el poder.

¿Ha cambiado algo sustancial en los doce meses transcurridos desde aquel 15-M?

Creo que no; es más: ha aumentado el número de razones que justifican el desasosiego –por no decir, cabreo- de todos nosotros. El gobierno ha cambiado, sí: pero vemos cómo al partido que lo forma le ha faltado tiempo para ir incumpliendo, a una por mes de promedio, sus promesas electorales: han aumentado los impuestos, han reducido drásticamente los gastos en educación y sanidad (quizá, de momento, su principal error), se han incrementado los niveles de desempleo en vez de reducirse. Todo esto son hechos. Y frente a ellos, lo que resulta fácil predecir: otra ayuda injustificada a la banca con fondos públicos, la subida del IVA, la privatización de empresas estatales que afectan a servicios públicos básicos (por ejemplo, el transporte)…

Aquella protesta –pacífica, aunque no muda- no sólo no ha languidecido, sino que se ha ido haciendo más extensa y unánime. Lo que ocurre es que –pese a  la insistencia de ciertos políticos en presentar al movimiento como una táctica de la extrema izquierda- carece de un elemento catalizador que coordine y haga efectiva su indignación. Y puede que, precisamente, en esa carencia resida su grandeza: es la voz de la gente sin necesidad de intérpretes.

La policía y los antidisturbios han tenido poco trabajo en la efeméride. Los parterres de las plazas siguen intactos y la autoridad, “municipal y espesa” (como siempre), suspira aliviada. “!Ya pasó!!Ya pasó!”

Y como en el tango: “El músculo duerme; la ambición descansa”

(De momento)

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