La valenciana Marian Torrejón debuta en esto de la literatura y se queda en esa tierra media de los artesanos de la literatura, pero más cera del cielo que del infierno. “Limones dulces” se salva de las piscinas vacías y las hogueras. Y eso es mucho para un estreno. Para alguien que ha escrito su primer libro de relatos
En esto de la literatura hay un mucho de trastienda. Un mucho de tiempo libre para acudir a presentaciones y conferencias; para trasnochar en las post-presentaciones, saraos y besamanos; para las relaciones públicas, hacerse visible en foros, comentarios en blogs, forjarse un nombre. Groupie, amante, novia, mujer o hija de alguien. Padrinazgo, capilla, amiguismo y alumno de escuela de escritores. Aunque nunca la verdad es absoluta y universal y siempre tiene alguna o varias excepciones.
Y en esto de la literatura hay también un cielo y un infierno; pero sobre todo hay un mucho de tierra media; templada tierra de nadie entre dos puntos equidistantes. Marian Torrejón debuta en esto de la literatura y se queda en esa tierra media, pero más cera del cielo que del infierno. “Limones dulces” se salva de las piscinas vacías y las hogueras, del arrepentimiento y la sospecha. Y eso es mucho para un estreno. Para alguien que ha escrito su primer libro de relatos.
Hace poco escribí que la perfección es el más falso de todos los mitos. La perfección es una dirección obligatoria, un imperativo. Y una rareza, algo excepcional, pero posible. No hace falta que todo, absolutamente todo, resulte perfecto. Basta con que un par de veces, tres, cuatro si hay suerte, venga hasta nuestro rincón y nos cuente una historia. Es caprichosa, va y viene; y en el entreacto vendrá otra que hable un idioma que no entendemos, que no sea como ella, que nos haga echarla de menos. La hemos visto, la reconoceremos entre la multitud y el ruido. No aceptaremos sucedáneos ni copias; la lectura, acto solitario sin guardaespaldas; es el más inmisericorde de los tribunales
Hoy en día comprar un libro es un deporte de riesgo; comprar una papeleta en una tómbola. Te puede tocar un premio gordo, pero también una pepona de trapo.
Quizás el valor del premio dependa de los gustos de cada uno. Hay muchos que adornan su casa con las filigranas que venden en los chinos. Yo busco en el relato el subidón, el asombro de lo brillante, la resaca dulce de la borrachera. La busco a ella. Y el estilo de Marian es más de seducción tranquila. Aunque eso no quiere decir que sea insustancial. Marian es la técnica, el perfeccionismo y el esfuerzo de una alumna aplicada. Marian escribe y cumple las normas, respeta el método y el procedimiento, deja al lector las claves para resolverlo, la teoría bien aprendida sobre cómo debe hacerse y qué debe contener un relato. No arriesga, no hay intensidad, es correcta, geométrica, fría; pero tiene capacidad, destreza y habilidad y eso le ha permitido escribir unos cuantos relatos sobresalientes, círculos perfectos trazados desde las palabras: “Fancy?”, “El cuaderno esmeralda” y, sobre todos, “Eso no es nada”. Los mejores relatos de este libro porque son los más sentimentales, los que más duelen, porque resultan los más profundos, los más auténticos. Y junto a ellos unos cuantos realmente notables: “Limones dulces”, “Kaputt”, “Dos salas” y “Sesión de terapia”. Y eso para un primer libro de relatos es un salvoconducto.
Marian forma parte de los artesanos de la literatura, los sastres de corte sobrio y académico. Buenas ideas correctamente narradas y expuestas, pero a veces pálidas, inocuas, anémicas y otras fallidas, insuficientes o malogradas. Pero cuando acierta lo hace de pleno, con total contundencia. Describe la emoción sin estridencias, con contención y sencillez, pero con una verdad que nos hace la historia reconocible, humana, cercana, próxima, posible, hiriente, auténtica. Un lugar, un gesto, un objeto, lo que no se ha dicho. El dolor se transmite y hace real, físico, venenoso. Nos alcanza de lleno, nos quema, se nos clava dentro.
Marian Torrejón. “Limones dulces”. 90 páginas. Editorial Certeza. Zaragoza, 2012
La cultura de las artes no es para buscarse uno mismo, es para encontrar caminos dentro de la sociedad y el ser, y que se mejore, no es para empeorar o destruir, es para construir. No es vanidad de vanidades, son realidades imaginadas o meramente realidades.
Es una ladrona de hombres, que primero se fijan en mí, pero luego se van con ella. Yo después les veo, desde mi ventana, por la calle van, las manos cogidas, la mirada amable.
El libro de Eduardo Laporte conserva en sus páginas un olor húmedo a abeto y a haya. Un sonido de adoquines y rumor de hojarasca. Un sabor a chato de vino elaborado en bodegas benedictinas. Una mirada a la naturaleza y lo rural. Al apego de la tierra. Al esfuerzo en la labranza olvidada. Una mirada al alma de lo terrenal, con todos sus colores y contradicciones. Sin tanto maniqueísmo como el que ahora parece dogma a seguir.