El producto de Mark Zuckerberg no ha sido bien acogido por los molinos de los mercados. La desvirtualización de las relaciones y la recivilización del cara a cara vuelve a chocar con fuerza en las rocas de las orillas. Después de varios años en la cresta de la ola, las redes sociales han entrado en el estigma paulatino del hastío. La Tercera Revolución Tecnológica no ha conseguido despegar del tronco verde de la moda. La amistad sin el sonido de la risa y las lágrimas frías del amigo se convierte en burbujas de jabón destinadas a morir en los laberintos del aire. En la España de Quevedo, dicen los interlineados de la historia, los hombres debatían y discutían en las tertulias de Madrid. En aquellas tabernas y cafés de la Hispania de ayer, el ruido de las palabras y el humo de las pipas envolvía a la razón entre los tonos graves de la nobleza, y las manos ásperas del plebeyo. La dialéctica entre la ostentación y la pobreza decoraban el discurso ideológico y social de un pueblo herido por un ejercito temido y a la vez derrotado. El contraste de realidades entre estirados y mendigos sembró los cultivos de una literatura satírica escondida detrás de las vergüenzas de la sociedad. Las tertulias del pasado se han convertido en los muros de cristal levantados por millones de perfiles conectados a través de los tentáculos de un discurso decadente que intenta suplir la descivilización del presente. Es precisamente, esta cárcel de amistad la que nos reprime y nos envuelve en una red social tejida con las agujas de la palabra pero descosida por los perpuntes de la distancia. Decían los románticos del XIX que la cercanía es la razón que mantiene encendida los troncos de la amistad. La lejanía de la presencia física del otro y la ruptura espacial del encuentro hace que los tejidos emocionales pierdan la cohesión al romperse las tejas del techo que los cobija. Desde la crítica intelectual debemos reinventar los conceptos para que las redes virtuales no se conviertan en una moda pasajera y mueran por los prejuicios y etiquetas que las distorsionan. Gracias a Facebook, twitter y demás, los humanos hemos encontrado un espacio para perpetuar la amistad en las esferas de la virtualidad. Desde el perfil que nos indentifica encontramos al viejo amigo que compartió pupitre en los caminos evaporados de la niñez. Desde el muro colgamos el testimonio de nuestra presencia para que las amistades perdidas por la ruptura de sus espacios causales encuentren en la pantalla la vacuna contra el olvido. Si no aprovechamos esta oportunidad, que nos brinda la posmodernidad, seguiremos siendo verdugos inconscientes de la amistad.
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