Una de las cosas que cabría esperar que irritasen más a los ciudadanos es que los políticos los traten como a imbéciles. Franco escribió aquello de “no se os puede dejar solos”, creo que en su testamento. Esa frase equivalía a todo su ideario político; o mejor dicho, a la esencia ideológica que gobernó España durante casi cuarenta años, tratando al pueblo como a un rebaño de ovejas, poniendo en práctica la alegoría, tan del gusto de la Iglesia, del pastor que dirige “por su bien” a los dóciles corderos. Todo claro hasta aquí, si no fuera por dos cosas: La primera es que las ovejas, a diferencia de las cabras, no se distinguen por su inteligencia, sino por su mansedumbre; y la segunda, más dramática, es que el destino de una oveja suele ser el de convertirse en productora de lana y a la larga en la vitualla principal de una caldereta. Uno de los dramas de España es que la llamada “clase política”, a la que en teoría hemos elegido nosotros, trate de dárnosla con queso cada vez que nos descuidamos. Y como disfrutamos de una “democracia virtual” (versus “democracia real”) y pensamos que esas personas son elegidas por nosotros cada cuatro años, nos conformamos con que hagan de su capa un sayo. Pero en nuestro país rige la ley D´Hondt en las consultas electorales e impide que funcione el binomio “un hombre=un voto”, con lo que esa fantasía de democracia plena se derriba de un soplo: un soplo de crítica. Hace pocos días hemos asistido a una de las más burdas intervenciones públicas de nuestro presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Aquella en la que afirmó que el Reino de España no había sido rescatado por el Eurogrupo, sino que, simplemente, se había abierto una línea de crédito para la ayuda a nuestro sistema financiero. Y pocas horas antes de volar a Polonia para asistir al partido de la Eurocopa entre España e Italia, declaraba que había sido él el que había insistido para obtener esa ayuda y evitar la intervención. La mentira política era manifiesta y la reacción de los inversores, que no se guían por las palabras hueras sino por la balanza de pagos, no se hizo esperar: durante lo que llevamos de semana la prima de riesgo se ha mantenido en niveles inauditos, claro indicio de la desconfianza de los mercados. El despropósito gubernamental se basa, entre otras cosas, en su deseo de no informar fehacientemente a los ciudadanos de cuáles van a ser las repercusiones del préstamo archimillonario. Últimamente se ha sabido que los cien mil millones de euros han de ser devueltos en quince años, a un interés del 3% y con un periodo de carencia de cinco años. Pero lo que ni los inversores ni nosotros conocemos es el contenido de “la letra pequeña”. Y surgen temores más que fundados al saber que los bancos, únicos receptores de la ayuda, tendrán que pagar el 8,5 % de interés por el préstamo ¿Cómo repercutirá ello en el consumidor? ¿Habrá más acceso al crédito privado? Ojalá, porque, a decir de los expertos, si no fluye el crédito no hay manera de que se reactive la economía. No es mérito de Rajoy ni de su gobierno que el rescate a España haya sido parcial; sólo dirigido al sector bancario y no al sistema macroeconómico español. De haberse producido aquel en toda regla, el futuro del euro no habría de decidirse en el plazo de tres meses (según las palabras de Lagard, directora del FMI) sino que habría quedado irremediablemente dañado. Al ministro de Economía, Luis de Guindos, sí le cupo el relativo honor de haber puesto el sábado las cosas en su sitio ante el Eurogrupo y que se rebajaran las exigencias de este, que iban mucho más allá de las garantías exigibles por un préstamo. La afirmación de Rajoy de que “España no es Uganda”, provocó un comentario irónico de un alto representante de la embajada de este país de este país, que replicó “A nosotros no nos han tenido que rescatar, y hemos pasado del 25% de inflación a un 18% con una banca nacional africana y sin pedir préstamos… como España” Coronando así una lamentable intervención pública de nuestro máximo responsable político. Y es que parece que el “buen pastor” no sabe muy bien a dónde dirigir su atónito rebaño ante la tormenta en la que ya estamos inmersos.
|