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En caída libre

La total ausencia de Justicia contra los corruptos, está provocando que la sociedad se desbarranque precipitadamente hacia la confrontación
Ángel Ruiz Cediel
domingo, 17 de junio de 2012, 07:13 h (CET)
Es lo que tiene el tener boca, que si no está gobernada por un cerebro debidamente amueblado, todo lo que pronuncia termina por volverse contra sus propias palabras. Rajoy acusó al gobierno de Zapatero de mentir, y él no ha dicho una sola verdad todavía; le acusó de endeudar España, y nadie como él ha desvanecido en la deuda a este país que ya ni siquiera lo es; le inculpó de elevar el costo de los préstamos que recibía España, y con él estamos ya que nos salimos de todas las escalas e intervenidos hasta la médula; le culpó de ser un incompetente, y ha demostrado que esos niveles de incompetencia son fácilmente superables por su excelentísima visión de topo; le atribuyo de ser magníficamente injusto con la sociedad y los corruptos, y él ha multiplicado los males; y le incriminó de estarse desdiciendo constantemente, y sus pronunciamientos no es cambien de un día para otro o de la tarde a la mañana, sino que no tienen vigencia ni siquiera el tiempo que tarda en pronunciarlos. Ya lo advierte el aforismo: otro vendrá que bueno te hará.

No crean, sin embargo, que me ciego con el señor Rajoy por alguna clase de manía. Rajoy ha hecho lo único que sabe hacer: pastelear con amiguetes y pelotas, rodeándose de aduladores que no son sino auténticos incompetentes y fracasados. Así ha sido con ese señor De Gindos -que colma el pastel de los despropósitos económicos-, el cual ya venía con fundamentado currículo de saber quebrar lo que parecía imposible, tal y como sucedió con aquella Lehman Brothers a la cual dejó tiritando después de que esta nefanda sociedad dejara ese mismo estado al mundo entero. Y lo mismo podríamos decir del resto de su comparsa, desde Justicia y sus delirios a Cultura y sus iniquidades, pasando por todos los demás, que ¡ojo qué elenco, Dios mío!

Dicen que quien se asoma a un abismo siente que éste le llama por su nombre, y el abismo, gracias a Rajoy, está llamando a España y cada ciudadano con irresistible insistencia, atrayéndola a la una hacia el suicidio y a un enorme número de ciudadanos de todas las tendencias, clases y colores hacia la desesperación… o la revancha. No serán necesarios los ocho años que gobernó su predecesor para que Rajoy logre el milagro de poner en pie de guerra a esta sociedad adocenada en la molicie, ni siquiera una legislatura de cuatro, sino que le bastarán un par de meses más para que Rajoy y su gobierno provoquen un estallido social de fenomenales dimensiones que dejará a los griegos como hermanitas de la caridad. Este país ya no aguanta más experimentos de iluminados, de servidores de emporios ajenos que ningunean a la ciudadanía y la convierten en alimento de alimañas. Ya no hay espacio ni para la paciencia, ni para las prórrogas.

El abismo nos está llamando a todos, por más que las corales de los medios oficialistas y sistémicos finjan que todo está de perlas. Hay hambre en las calles, hay desesperación en las calles y hay una colosal rabia acumulada en las calles, y todas las pupilas ensangrecidamente enfocan como una amenaza inminente a toda esta caterva de infames políticos y ricachones corruptos que están precipitándonos por la siniestra sima sin fondo del enfrentamiento violento. No lo quieren ver, pero a estas alturas de la película la situación está a punto de estallarles en la cara –de estallarnos a todos en la cara-, y no sólo a los del PP y/o a los del PSOE, sino tal vez abriendo las puertas de un infierno que faculte que se imparta verdadera justicia donde la política y la justicia están haciendo ojos ciegos. No lo quieren ver, se niegan a admitirlo, pero está ahí, latiendo ya como con una vida propia que abarca a un sentir generalizado, no siendo ya sólo una cuestión de marginados o de desempleados. La indignación se está tornando en rabia, en cólera, en ira, en ansiosa sed de terminar por los medios más expeditos con esta sarta de corruptos e incompetentes y ponerlos a todos en su sitio, sin que las buenas tengan nada que ver en ello.

Las más duras expresiones de tomarse la justicia por la mano ciudadana ya no provienen sólo de radicales o de desesperados convencionales, ésos que no tienen nada que perder, sino que ya figuran entre ellos personas de sólida formación y profesionales con el pasar asegurado. Estamos hartos, como colectivo, de este permanente latrocinio sin condenas, de esta cueva de saqueadores sin responsabilidades penales en que se ha convertido la política, de este perpetuo chanchulleo de golfos y vivales que arramplan con lo de todos, dejándonos sólo los males y las deudas, de todos estos tramposos que, además, se regalan indemnizaciones millonarias y jubilaciones doradas, de esta falta de responsabilidad penal y acumulación sin límites de riquezas robadas o usurpadas mediante trampas, y de toda ese especie de alimañas de la banca, los poderes (políticos, judiciales, locales, etc.) y las llamadas empresas, que no son en realidad sino los grandes pufos que se han inventado un grupo de sinvergüenzas para vulnerar sistemáticamente los derechos de los trabajadores, de todos los trabajadores. El miedo a un conflicto se está disipando en la rabia, y el pueblo –tal vez ahora, por fin, puede volver a decirse- quiere cabezas, y quiere cabezas ensangrentadas colgadas en picas a las puertas de las ciudades, quiere condenas ejemplares, quiere condenas que expropien a políticos y banqueros haberes, jubilaciones, propiedades y dineros presentes y futuros. Quiere eso, y sería bueno que se le escuchara antes de que sea demasiado tarde.

Fue a primeros de mayo cuando publiqué el artículo “La aceleración del tiempo”, y el tiempo está acelerando a ojos vista. Hoy, ya, nos parece que lo que sucedía a primeros del pasado mes fue hace un siglo porque apenas veinticinco días –sólo veinticinco días- después estamos infinitamente peor que entonces. Pero también advertía en ese artículo, y lo repetía más tarde en otros, que a partir de junio la aceleración iba a experimentar un crecimiento geométrico, si es que no exponencial. Nada de adivinación hay en ello, sino de simple proyectiva. Pero no lo quieren entender ni hacer nada por atenuar los efectos catastróficos que se avecinan si es que no se hace algo y se comienza a depurar la sociedad con mano de hierro. La atmósfera está cargada de una electricidad que avisa de un porvenir muy negro de cuchillas y calaveras. Debieran tener ojos para verlo y oídos para escucharlo, porque ya no es una petición, sino un clamor, un grito desesperado: o justicia, o infierno.

No lo quieren ver, pero todos ya se están preparando inconscientemente para la catástrofe. El 70% de los griegos y más del 30% de los españoles han retirado sus dineros de esas cuevas de ladrones que son los bancos, casi la totalidad de los ciudadanos hace tiempo que dejaron de creer en sus autoridades de cualquier partido, nadie cree en el futuro y los capitales se escapan a lo que cada cual considera paraísos seguros, sabiendo de antemano, acaso, que ya no hay lugares seguros. No hay coordinación en nada de esto, no hay una mente directora, a no ser que el inconsciente colectivo se haya decidido a tomar la batuta y a dirigir la orquesta de los acontecimientos que ya vienen. El miedo, digo, se ha transformando en ira, y la ira es muy mala consejera cuando se desata. Sólo queda una acción posible que pueda contenerla, al menos de momento: detener y expropiar a todos los corruptos, a todos los sinvergüenzas, a todos los delincuentes que han puesto al mundo y al país en esta tesitura, y hacerlo con suma urgencia. Pero no lo harán, porque son ellos los que tendrían que tomar la decisión de detenerse, enjuiciarse, condenarse y expropiarse, y entre bueyes ya se sabe que no hay cornadas. Entretanto, sólo queda expedita la otra vía, y es una vía de vuelo negro y en caída libre. De nada valdrán entonces antidisturbios o policías, sólo hay que echar un vistazo a la Historia para saber cómo funcionan estas cosas cuando la ira se desata, y no es algo que suceda de una forma planificada: sencillamente, estalla.

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