Weidmann se ha expresado así en unas declaraciones al rotativo alemán Börsen Zeitung, argumentando que el estado económico de la banca suele ser un fiel reflejo del estado económico de un país, lo que evidencia el mal estado de la economía española, y la necesidad de tomar decisiones radicales ante el elevado desempleo y el déficit de las autonomías.
Estas declaraciones, caen como un jarro de agua fría sobre las recientes medidas de recorte del Gobierno español, y viene a evidenciar que no satisfacen a la banca alemana –de la que Weidmann es preclaro referente, en su condición de responsable del banco central alemán-, a la sazón acreedora destacada de nuestro país; y que viene a expresar las dudas de nuestros acreedores alemanes sobre la viabilidad económica de nuestro país con las magnitudes económicas actuales, y en plena recesión.
Viene a ser como ese banquero que expresa sus dudas sobre la viabilidad de cualquier proyecto que se les somete a crédito, ante lo cual contestan con una mayor petición de garantías, previo a declinar su concesión.
Por consiguiente, estas declaraciones de Weidmann tenemos que tomarlas seriamente, especialmente si queremos contar –como no puede ser de otra forma- con el placet alemán en la UE, pues en definitiva defiende los intereses de la banca alemana, que está en condición acreedora y francamente inquieta por la evolución de la situación española, en cuya organización y sostenibilidad económica no acaba de confiar. Y ello es de vital importancia para que el rescate planteado vaya a buen puerto –entre otros muchos factores, internos y externos, económicos, sociales y políticos-. Así creemos que en las palabras del responsable del banco regulador alemán se encuentra el planteamiento de la Canciller Ángela Merkel.
Aunque por otra parte, no podemos dejar de pensar que esas palabras representan el sentimiento de los “abstractos mercados” a los que toda reforma económica y recorte hispano parece poco, según vemos diariamente en las cotizaciones de los diferenciales de “prima de riesgo” que apenas han dado árnica a España, como sí lo han hecho con Italia, en una especie de maniobra de “acoso y derribo” en la que Weidmann viene a anunciar la “estocada final”.
A Weidmann y los suyos sólo le importa recuperar el dinero prestado, lo cual es lógico y justo, y en situación de desconfianza, cuanto antes mejor. De ahí que toda maniobra de reajuste, reequilibrio presupuestario, o recorte económico en España les sepa a poco, por un natural estado de impaciencia que da a todo acreedor que no ve claro el cobro de sus créditos; de ahí la expresión de un deseo que quieren forzar a que sea realidad: la intervención del país, en sutil referencia a su rescate, a ese “paraguas” imaginario. Consecuentemente las necesidades de la población española, los derechos sociales declarados y adquiridos, los servicios públicos españoles, a los acreedores –“mercados financieros”- les importan poco o nada.
Por eso, hay que decirle a Weidmann y los suyos –que aunque tengan derechos de crédito prestados a España- eso no les da derecho alguno a asumir labores de gobierno –para lo que no han sido elegidos-, y que nuestro Gobierno debe escucharlos y negociar en lo preciso, pero no puede, ni debe gobernar al dictado de ellos, pues en ese caso atendería a intereses espureos al de los propios españoles –que son los que les han dado la legitimidad soberana por vía electoral-, para los que ha de gobernarse preferentemente, sin que sus intereses puedan verse relegados por intereses extraños –por muy legales que sean-. Así las cosas, nuestro Gobierno tendrá que mantener la negociación, sin amilanarse por esos poderes fácticos, a los que se ha de hacer ver que no es justa la presión que mantienen diariamente sobre nuestro país. Y sobre todo requerir a los socios de la UE a que actúen como tales, apoyando a países como España e Italia están pasando momentos de dificultad económica, no insalvable si se le presta la ayuda que se espera de la lealtad de unos socios; so pena de hacer planteamientos alternativos a la propia configuración actual de la UE ante la falta de respuesta común a problemas que no son solo nacionales.
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