Estimados inspectores de Sanidad,
En respuesta a su petición de información relativa al desarrollo del tratamiento del paciente E, pasamos, en lo que sigue, a detallar el historial de nuestra relación con él.
Hasta el año pasado, el paciente E cursaba tratamiento en otro hospital, a cargo del médico Z, un doctor muy incompetente que, ante sus problemas de sobrepeso, le había recetado un dieta para engordar.
El paciente en cuestión, es cierto, se sentía a gusto con el tratamiento de Z, hasta que la directora del hospital obligó a nuestro médico incompetente a imponer al enfermo una dieta de adelgazamiento.
Entonces, el 20 de noviembre de 2011, el paciente E., muy enfadado, accedió a mudarse a nuestro hospital, movido por nuestra promesa de equilibrar las raciones de comida de la dieta con la cantidad de ejercicio físico.
Como primera medida, mantuvimos una entrevista con el incompetente doctor Z, a fin de informarnos del estado real del paciente E. Pero el pérfido e incompetente (¿lo habíamos dicho ya?) del médico Z nos engañó sobre el peso real del enfermo.
Ciertamente, disponíamos del historial clínico del paciente, pero quién iba a pensar que un profesional de la medicina como Z, por muy incompetente, nos fuera a engañar con el peso del sujeto E.
Fue debido a este engaño, y solo debido a este engaño, que nos vimos obligados, cono todo el dolor de nuestro corazón, a disminuir las raciones de comida del paciente E y, a su vez, a aumentar la cantidad diaria de ejercicio físico obligatorio.
Insistimos, una vez más, en que nosotros no deseábamos hacerlo así; pero es de todos conocido que sólo se puede adelgazar disminuyendo las raciones de comida y aumentando el ejercicio físico. Por lo demás, la directora del hospital de Z es, ahora, la directora de nuestro hospital y, como gran conocedora de esta tradición científica médica, así nos lo ha impuesto.
A lo largo de nuestro tratamiento, el paciente profirió múltiples quejas irracionales, alegando pinchazos en el pecho o insuficiencia respiratoria, así como fuertes dolores musculares. A día de hoy, nuestra opinión médica es que se trataba de ataques “especulativos”, alentados por una prima que era, al parecer, el único miembro de su familia que seguía el tratamiento.
En resumen, por todo esto, pensamos que las medidas tomadas fueron las correctas, avalados como estamos por la tradición científica volcada en nuestros manuales, que nos sabemos de memoria, y por el gran conocimiento de la directora del hospital. Por tanto, la muerte del paciente E ha obedecido a causas irracionales, a ataques especulativos y, sobre todo, a que le enfermo no se avino al tratamiento sino después de continuas y amarga quejas sobre la falta de comida y el exceso de ejercicio físico. Si hubiera aguantado seis meses más, nuestras medidas habrían dado su fruto.
En conclusión, este hospital tomó las medidas correctas y la muerte del paciente es responsabilidad del médico Z, que nos lo cedió cuando ya no había remedio. En todo caso, no hay que preocuparse de una querella: no hay familia directa.
Por lo demás, el paciente E pagó religiosamente la factura, por lo que hemos cubierto los costes (y los beneficios) y solicitamos que se nos desvíe un nuevo paciente.
Suyo Afmo.
Doctor Rjy; Jefe de Planta
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