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Zulos paralelos

Abel Ros
jueves, 23 de agosto de 2012, 06:56 h (CET)
El cáncer – decía María, en sus momentos de lucha – es como un zulo que se adueña de tu sombra hasta que el día menos pensado, un haz de luz te devuelve la silueta. En otras ocasiones - continuaba la enferma, mientras se apagaba lentamente la vela de su mesita -, las células rebeldes, se multiplican por miles hasta que terminan tumbando al cuerpo que las envuelve. El Síndrome de Estocolmo - apuntaba María, con voz semidormida – se convierte en la mística más acertada para superar la danza dialéctica entre las dos orillas.

 Después de 532 días esperando el haz que le devolviese la sombra para vislumbrar su dibujo. José Antonio Ortega Lara, vivió las angustias de un cáncer externo propiciado por la barbarie del otro. No fueron las células rebeldes del duelo de María. Pero vivió los mismos síntomas y amarguras que la figura de arriba. Mientras la joven clamaba en los silencios de su zulo, la victoria de la quimio contra sus invasores más odiados. El retenido de Bolinaga, despertaba a todas horas, sin saber a ciencia cierta ni el día, ni la noche en que se hallaba. Ambas hilos desconocidos – las vidas de Lara y María – alimentaban sus endémicas energías con el aliento del pensamiento para salir fortalecidos del laberinto de Creta.
    

Hoy, 14 años después de aquella triste agonía. Las coplas de Manrique han vuelto a distorsionar las balanzas de la impotencia. El sino de Bolinaga. El mismo verdugo que se negó a levantar la losa que sepultaba la libertad de José Antonio. Será excarcelado por hallarse en el "mismo zulo" que terminó con la vida de María. El artículo 104.4 del Régimen Penitenciario, es el causante de la legalidad indignante de los tiempos presentes. Gracias este instrumento jurídico. La aplicación igualitaria del Derecho Carcelario invita a Jesús María Uribetxeberria - secuestrador de Lara – a ver la misma luz que en su día hirió los párpados entornados de su secuestrado. Los mismos rayos de sol que impedían a Lara  andar más allá de los tres metros de largo que delimitaban las paredes de su nicho.

El "padecimiento incurable" y su "escasa peligrosidad" son las armas legales que ostenta el Estado de Derecho para otorgar la libertad "por razones humanitarias y de dignidad personal", a señores que  han carecido de humanidad y dignidad en su paso por la vida. A punto de ser liberado. El secuestrador de Ortega vivirá durante nueve meses – aproximadamente – en el "mismo zulo" que su secuestrado. En silencio, "Boli" soñará con la mano que algún día levante la misma losa que él no quiso levantar para curar el mal de su retenido. En el cáncer – dicen los que han salido airosos de ese tormentoso zulo -,  la bondad y la paz interior, son los mimbres necesarios para conseguir salir algún día del sino que los oprime.

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Afrontando las navidades, fiestas intemporales que van más allá, desde el punto de vista religioso y  cultural, de su actual avatar cristiano, vuelvo, mucho tiempo después, a las cuevas del Castillo, en Cantabria; allí, inmortalizadas en las paredes cavernarias, me encuentro de nuevo con aquellas manos que otros humanos inmortalizaron hace decenas de miles de años. 

Me refiero a esas apreciaciones que nos deslizan hacia la experiencia sublime en los diferentes estratos de la presencia humana. Contienen el duende necesario para abstraernos de las naderías y hacernos fijar la atención con maestría, moviendo hilos indescriptibles. Funcionan con ese algo especial capaz de congregar en el mismo estrado fascinante a la emisión de un mensaje de calidad y la fina sensibilidad del receptor.

Basado en las microexpresiones faciales, sin que digas una sola palabra, está claro que la mirada lleva diferentes firmas emocionales. Las arrugas de expresión transmiten mucho más de lo que imaginas y la mayoría de las veces, quienes conviven contigo suelen decir que te conocen.

 
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