Como si se tratase de un grito de guerra, los más discapacitados se dan
cita en Londres, unidos para conseguir el objetivo de superar las buenas
sensaciones de Pekín. La competición albergará a 4.280 deportistas y 166
países, rompiendo récords, también respecto a los datos de audiencia.
Cifras históricas presentes en estos juegos de Superhombres y
Supermujeres, en los que el mundo también se vuelca con ellos. Apoyar a estos
deportistas, especialmente, es lo que corona al mundo del deporte. Referentes y
abanderados que tras superar sus límites y pruebas, nos hacen sumar.
Una primera piedra en un ránking difícil de encontrar en una potencia
que hoy día solo entiende de economía.
En una de las puertas donde menos acceso hay, como es el deporte,
siempre los paraolímpicos hacen sonreír, nadie como ellos saben sacar la mejor
sonrisa en la boca.
A la vista de todos, sin complejos, como ya hicieron tres deportistas
discapacitados que tuvieron el valor y el coraje de participar en los Juegos
Olímpicos, y que también lo harán en estos Juegos Paralímpicos. Nombres
propios, como el atleta Oscar Pistorius, la nadadora Natalie du Toit, y la
palista polaca Natalia Partyka.
En algún momento, sin duda, ni se les pasó por la cabeza que pudieran
disfrutar del deporte y con tanta intensidad, y con la tranquilidad como otro
deportista más que sale por la puerta Olímpica y mañana por la Paralímpica.
Cualquiera puede ganar medallas en todas las pruebas, si se lo propone y
compite, superándose y comparádose con otro deportista cualquiera, esto sirve
para calibrar la mente humana, de que todo es posible y nada ni nadie tiene
cadenas que lo aten.
Un gran espectáculo para reconocer los méritos de deportistas
considerados superhéroes. Un reconocimiento a héroes con nombres y apellidos,
que no pasarán a ser anónimos ni desconocidos, como si de Batman o Spiderman se
tratase.
Para la mayoría, el mérito de éstos es mayor, ya que antes de estar aquí
en Londres, han tenido que superar los obstáculos de sus propias vidas.
Corría el mes de abril de 1994 cuando un grupo de malagueños celebramos la Semana Santa en el lejano cantón Valais de Suiza. Por aquellos tiempos dedicaba buena parte de mi tiempo a transmitir, en la medida de mis posibilidades, el Evangelio. Estaba totalmente involucrado en las tareas de evangelización del Cursillo de Cristiandad. Una tarea gestionada por seglares.
Al referirnos a las expresiones del habla cotidiana, las quejas son las principales protagonistas. Independientemente de cómo se exprese cada cual, somos muy perspicaces en la crítica dirigida a los demás y poco propensos al examen del escaparate propio. Sin embargo, no es tan sencillo pronunciarse al respecto, debido a las imprecisiones propias, las tretas ajenas y los muchos factores implicados.
Los que desde muy pronto y ya sin interrupción hemos tenido un contacto frecuente con los libros sentimos cierta incomodidad al oír consejos y expresiones como “leer es bueno”, “un libro es un amigo” o “lee lo que quieras, pero lee”. Es como si alguien dijera: “¡viva la comida!, da igual qué comas, lo importante es que comas”, o “beber es vivir, sea lo que sea que bebas, bebe”.