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La huérfana Transición Española

La muerte allana las diferencias políticas
Jose Pérez Suria
viernes, 21 de septiembre de 2012, 11:12 h (CET)
Este año 2012 nos han dejado dos padres de la Constitución, don Manuel Fraga Iribarne en Enero y don Gregorio Peces-Barba en Julio. Ahora, todos lamentan la marcha de otro dirigente político, don Santiago Carrillo, que aunque no llegó a firmar la Constitución de 1978, hizo grandes esfuerzos por mantener el espíritu conciliador de la misma, y convertirse también en artífice de la Transición.

Hay un refrán que dice: “las alabanzas son para el muerto y para el poderoso”. En este caso, los tres han fallecido y por ese motivo, todos los representantes de las más altas instituciones del Estado tras visitar sus respectivas capillas ardientes, no han dudado en alabar su excelente trayectoria política, su talante, su capacidad de diálogo, su tesón, esfuerzo y su humildad.

No es que sea partidario de verter en tan triste momento los trapos sucios que seguramente todos tenemos. Pero la muerte nos iguala a todos, y tanto Fraga, como Peces-Barba, como Carrillo en ese triste último momento, sus posibles puntos negros quedan reducidos a pequeñeces perdonables o incluso comprensibles.

El hecho que realmente me preocupa, son las declaraciones de nuestros actuales dirigentes políticos tras visitar sus respectivas capillas ardientes. Todos se afanan en decir el gran esfuerzo que los tres hicieron desde sus diferencias por dar lugar al espíritu conciliador de la Constitución Española de 1978 y que marcó el camino hacia la democracia.

Pero a todos esos que se les llena la boca con tan grata frase, parecen no haber aprendido nada de aquellos que les precedieron, y aquí, en esta desvertebrada España la casta política está más centrada en nacionalismos autonómicos, provincialismos o municipalismos, y la visión de conjunto de España sólo sale a relucir cuando alguien pide, o llora a la madre patria como en el caso del señor Mas.

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Corría el mes de abril de 1994 cuando un grupo de malagueños celebramos la Semana Santa en el lejano cantón Valais de Suiza. Por aquellos tiempos dedicaba buena parte de mi tiempo a transmitir, en la medida de mis posibilidades, el Evangelio. Estaba totalmente involucrado en las tareas de evangelización del Cursillo de Cristiandad. Una tarea gestionada por seglares.

Al referirnos a las expresiones del habla cotidiana, las quejas son las principales protagonistas. Independientemente de cómo se exprese cada cual, somos muy perspicaces en la crítica dirigida a los demás y poco propensos al examen del escaparate propio. Sin embargo, no es tan sencillo pronunciarse al respecto, debido a las imprecisiones propias, las tretas ajenas y los muchos factores implicados.

Los que desde muy pronto y ya sin interrupción hemos tenido un contacto frecuente con los libros sentimos cierta incomodidad al oír consejos y expresiones como “leer es bueno”, “un libro es un amigo” o “lee lo que quieras, pero lee”. Es como si alguien dijera: “¡viva la comida!, da igual qué comas, lo importante es que comas”, o “beber es vivir, sea lo que sea que bebas, bebe”.

 
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