“El mercado es el ambiente que propicia las condiciones para el intercambio. En otras palabras, debe interpretarse como la institución u organización social a través de la cual los ofertantes (productores, vendedores) y demandantes (consumidores o compradores) de un determinado tipo de bien o de servicio, entran en estrecha relación comercial a fin de realizar abundantes transacciones comerciales”.
Sería muy triste si nos quedáramos solo en eso. Desde pequeño me han gustado mucho los mercados. Sí, esos lugares donde se compraba el chanquete y el perejil, los avíos del puchero y las arencas.
Aquél mercado de mi infancia, en calle Mármoles, lleno de pizarras surtidas de faltas de ortografía, a saber: “urelitos”, por jureles, “aos y limone”, “hay cardillo de pintarroa” y “purpo”, etc. Un espacio donde pululaba un “personá” que le hacía semejante a un zoco marroquí. El “parguela” que rifaba una muñeca, los vendedores de “los ciegos” y la “rápida”. Los puestos llenos de sardinas de la bahía y lechugas de las huertas cercanas. Los recoveros recién llegados de Almogía. El mangante de carteras y el chorizo de poca monta.
Como este recinto, que yo conocía muy bien, el resto de los barrios malagueños estaban llenos de mercados, más grandes o más pequeños, que hacían el avío y la pérdida de la mañana de las mujeres de la época. Desgraciadamente la llegada de los supermercados y las grandes superficies sumieron en la penuria a las viejas alhóndigas. Unas cerraron totalmente, otras algunos puestos y las más, sobrevivieron merced a los nostálgicos.
Con la llegada del nuevo siglo, las viejas lonjas renacieron como si de un ave fénix se tratara. Se adecentaron, limpiaron a fondo, entró gente nueva y el maravilloso mercado de Atarazanas, el del Carmen, el del Molinillo, la Merced, el del Palo, Ciudad Jardín, Huelin, etc., se volvieron a poblar de puestos que desde el alba hasta el mediodía surten a bares, restaurantes y particulares, de las “delicatessen” del campo y de la mar.
Encima han descubierto una actividad que yo había disfrutado desde hace años en el mercado del Borne barcelonés; la de los bares de copas y los restaurantes presentes en el mercado. Ayer tuve la oportunidad de comer en uno de ellos. Me habían hablado muy bien de él. Y no me habían engañado. Como nosotros, centenares de malagueños aprovecharon el buen día para acercarse al restaurante sito en el lateral del mercado del Carmen. Una maravilla.
La “buena noticia” de hoy me la transmiten las raciones de pulpo, ensaladilla rusa, espetos de gambas y vieiras, las almejitas y los mejores “pescaitos” de la bahía fritos como Dios manda que disfrutamos. A precios razonables. En buena compañía y a la sombra del mercado y el convento del Carmen. ¡Que más le puedo pedir a Dios! Un sitio donde te dan bien de comer por poco más de lo que te cuesta un menú de carretera. Habrá que ampliar la definición de mercado con el de “lugar de tránsito de los alimentos hasta su destino final”. Nuestros estómagos. Y colocar entre “los ofertantes” a los cocineros.
Hay que disfrutarlos. ¡Ole por los nuevos mercados y sus consecuencias!
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