MADRID, 3 (OTR/PRESS) La política española no siempre se toma la molestia de crear algo verosímil y a veces lo que genera son maniobras que rozan lo sarcástico. Así acontece con los nombramientos "digitales" de nuevos líderes autonómicos del PSOE tras indisimuladas presiones para que abandonaran los anteriores secretarios regionales. En Castilla y León Luis Tudanca no pudo resistir a Ferraz y renunció a volver a presentar su candidatura. Por un calvario bastante sórdido pasó Juan Lobato en Madrid sustituido por el ministro Oscar López sin primarias ni amago de consulta a las bases. Otro tanto pasó en Andalucía con Juan Espadas, que renunció a la reelección para dar paso a María Jesús Montero, la vicepresidenta y ministra de Hacienda. En Aragón Javier Lambán, que había dado ejemplo de independencia y juicio muy crítico con las cesiones de Pedro Sánchez a los partidos separatistas queda reemplazado- también previa renuncia de otro candidato-, por Pilar Alegría, la ministra portavoz del Gobierno, que en sus ratos libres ejerce como titular de Educación. Idéntico impulso presidencial lleva a otra ministra, Diana Morant, a hacerse cargo del partido en la Comunidad Valenciana. Todos estas cambios obedecen a un cálculo político larvado en el rencor de Pedro Sánchez tras la espectacular derrota sufrida por el Partido Socialista en las elecciones autonómicas del 28 de Mayo de 2023 en las que los socialistas pasaron de gobernar en nueve comunidades autonómicas a retener únicamente Castilla La Mancha, Asturias y Navarra. En aquellos comicios, el PP se hizo con el poder en ocho comunidades además de las ciudades de Ceuta y Melilla. Previamente, en Andalucía, con Juanma Moreno como líder y en Galicia con Alfonso Rueda, los populares habían conseguido mayorías absolutas. La explicación más extendida de aquella hecatombe sufrida por el PSOE concluía que los dirigentes regionales habían sido castigados por las políticas de Pedro Sánchez -indultos a los golpistas, ley de Amnistía, cambios en el Código Penal, etc. Pagaron otros por él, pero Sánchez, en lugar de asumir su responsabilidad, a impulsos de un síndrome que se traduce en echar a los demás la culpa de los errores propios, atribuyó el fracaso de aquellos comicios a los dirigentes regionales a los que ahora ha defenestrado. Tanto encomio de las elecciones primarias para llegado el momento optar por la muy mejicana costumbre del dedazo.
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