MADRID, 4 (OTR/PRESS) Escribo desde Andalucía. La semana pasada estuve en Galicia, Cantabria y, poco antes, en Aragón, En todas partes recibí idéntica respuesta a la misma pregunta que yo formulaba: no, en ninguno de los sitios citados, ni en otros en los que consulté, existe tanta crispación política como en Madrid. El crispódromo, donde a Isabel Díaz Ayuso la presentan los de enfrente como el paradigma de la 'derechona' y a Oscar López casi como un bolchevique que osa levantar el brazo cuando clausura 'su' congreso del PSOE madrileño. Sospecho que todo esto en el resto de España importa poco, en Europa nada y en el mundo mundial se parten de risa cuando les dices que López se cree el paradigma de la izquierda y que Ayuso se presta a chirigotas en una televisión con un dizque humorista que va disfrazado de Trump (¿López? ¿Ayuso? Who are they?). Aprecio en lo personal tanto a la presidenta de la Comunidad madrileña como al hombre que ha sustituido, un poco por la fuerza, a quien yo creía que encarnaba (y encarna) las virtudes de la socialdemocracia templada, Juan Lobato. Ninguno de los dos, ni Ayuso ni López, son el demonio en el que el crispódromo quiere convertirlos. Pero el retrato que de uno y otro se forja es corrosivo para la construcción de una política positiva cuando más necesaria nos es. Me parece que López quiere ser un remedo de su jefe Sánchez, pero no le llega a ls suela de los zapatos en cuanto a resiliencia, vamos a decirlo así. E Isabel Díaz Ayuso trata, pienso, de ser el reverso de la moneda de un Alberto Núñez Feijoo a quien algunos sectores en el Partido Popular consideran demasiado tímido, apocado y con una considerable dosis de equivocación en cuanto a la táctica y las estrategias a seguir. Porque aquí, con o sin Puigdemont, con o sin Vox, con o sin Yolanda Díaz y Pablo Iglesias, lo cierto es que sigue imperando el bipartidismo. Imperfecto, sí, porque ahí están los nacionalismos, sobre todo el PNV, pero bipartidismo al fin. O gobierna el uno o gobierna el otro. Y ambos se desempeñan en el crispódromo, que tan poco tiene que ver con los viejos buenos tiempos en los que se diseñó la Constitución y la democracia. Creo que va siendo tiempo de apelar a la sensatez de los políticos autonómicos. He podido hablar brevemente con Emiliano García Page en Sevilla y se lo he comentado. Creo que hay un acuerdo nacional acerca de que Juanma Moreno, el presidente de la Junta andaluza, tiene más aceptación en el conjunto del país que Ayuso, idolatrada, eso es también cierto, en Madrid. Y pienso que hay consenso a la hora de opinar que, sin la crispación que Sánchez y su reducido núcleo imprimen a la política nacional cada día, no habría crispódromo, sino algo diferente, sin duda mejor. Pero ahí andamos: haciendo chirigotas televisivas que convierten a Broncano-Motos en los reyes de la pantalla, o a periodistas respetables en 'informadoras/informadores espectáculo'. El mundo tiembla de horror ante lo que teme que le viene y nuestros políticos se mantienen como agazapados, a la espera de que les dicten los acontecimientos, mientras en la piel de toro se sacuden de lo lindo. Todos mitran al dedo que señala a la luna y nadie se atreve siquiera a mirar a esa luna de color naranja que proyecta más tinieblas que luz. Qué quiere que le diga: así las cosas, no me extraña que los titulares se los lleve el juicio de Rubiales por su beso a la jugadora. El crispódromo disfruta con estas sesiones de pan, cañas y circo, entre duelo y duelo a garrotazos. Es la nada con sifón, que decimos los clásicos. Pero duele.
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