MADRID, 14 (OTR/PRESS) En su discurso de ingreso como académico de honor en la Real Academia Europea de Doctores ("La agonía del Estado", jueves, 13 marzo), sostuvo Fernando Ónega que "el Estado se confunde cada vez más con el gobierno, el gobierno acepta complacido esa confusión y el resultado produce monstruos". La ecuación, puramente descriptiva, es aplicable a todos los terrenos de la gobernación del Estado, aunque el conocido periodista ("un jornalero de la palabra") la expuso en relación con la política exterior como uno de los ámbitos en los que el furtivismo del Ejecutivo tiende a hacer de su capa un sayo y tomar decisiones sin informar a la oposición. Y era lógico que, a pesar del marco universitario de la disertación, esta venía contagiada por el aquí y ahora de la política nacional, como no podría ser menos tratándose de tan insigne cronista de larga trayectoria en prensa escrita, radio y televisión. Me permito ir más allá en los casos mencionados por Fernando Ónega en el terreno de la política exterior. Como el de Gibraltar (en relación con el Reino Unido), el Sahara Occidental y las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla (en relación con Marruecos) o el conflicto de Oriente Próximo (en relación con Israel). Hago extensivo el señalamiento a la política de seguridad y defensa concertada con la Unión Europea, que es nuestro anclaje geopolítico básico desde hace treinta y nueve años. El monstruo de la polarización interior se ha enseñoreado de los circuitos políticos y mediáticos cuando el presidente del gobierno ha topado con el "¡no es no!" de buena parte de sus socios y aliados a la hora de secundar el aumento del gasto militar comprometido con la UE. Para salir de este nuevo atolladero a Sánchez no se le ha ocurrido otra cosa que apelar al sentido de Estado del principal partido de la oposición, el PP de Núñez Feijóo, para que le rescate del inhabilitante pacifismo de sus aliados por la izquierda (básicamente, Sumar, Podemos, Bildu, ERC y el BNG) y, de ese modo, cumplir con Europa sin perder el favor de sus costaleros parlamentarios habituales. Parlamentarios, digo. Ergo, lo lógico es que se retraten en el Parlamento, uno de los tres pilares básicos de ese Estado que Sánchez se empeña en confundir con el gobierno mediante la colonización de sus instituciones. Hasta el punto de que estas "acaban funcionando como si fueran terminales del poder ejecutivo", sostiene Ónega en su discurso de ingreso en la Real Academia Europea de Doctores. Si las instituciones pierden su razón de ser, para convertirse en herramientas del gobierno de turno, se entiende que cada vez se escriben más libros sobre la crisis del Estado y el fin de la democracia en esta parte del mundo.
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