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Jorge Hernández Mollar
Jorge Hernández Mollar
Poesía

¡María, es hora del camino! que el César nos obliga y apremia, yo preparo el borrico tú, la ropa para el niño…

A la crisis económica, social o política que hoy enerva a la sociedad actual se une una crisis de valores morales o de fe

Hay un amplio campo del progreso humano que recobra todo el sentido cuando se entiende con una visión cristiana. La pregunta es obligada hoy: ¿por qué ser cristiano parece ser una tacha de la que avergonzarse ante el aluvión de ideologías que solo ven en el cristianismo una forma radical de afrontar esta nueva sociedad?

​Ni la Casa del Rey ni la Moncloa han dado razones para esta desafección y desconsideración hacia una nación vecina y amiga como Francia

En Abril de 2019, un pavoroso incendio en Notre Dame, la catedral católica más emblemática de Europa, encogió el alma de los parisinos y de millones de ciudadanos del mundo que, creyentes o no, contemplábamos impávidos como el fuego devoraba el templo que representa uno de los símbolos más preciados y significativos de las raíces cristianas de nuestra cultura europea.

No podemos ocultar hoy un sentimiento de preocupación e incluso de temor ante los vientos revolucionarios que amenazan con desmantelar el orden constitucional…


El 6 de diciembre de 1978, hace ya cuarenta y seis años, siete diputados de diferentes e incluso opuestas ideologías, que se habían conjurado para superar el trauma histórico de una fallida República, una cruenta guerra civil y una dictadura, presentaron ante la sociedad española el resultado de un difícil trabajo que inició su andadura el 22 de agosto de 1977 y que fructificó en la Constitución más longeva de nuestra historia.

Francisco Paesa, estafador y espía, protagonizó en los años 90 uno de los episodios más estrambóticos relacionados con la corrupción durante la etapa del gobierno de Felipe González. Después de una vida dedicada a negocios con el solo objeto de timar incluso a dirigentes más allá de nuestras fronteras y al espionaje internacional, se involucró en uno de los casos más escandalosos de la época, como fue el del entonces Director General de la Guardia Civil, Luis Roldán.

Este lunes pasado, los españoles hemos sido testigos de dos acontecimientos que nos han hecho sentir muy orgullosos como españoles y como ciudadanos de bien. Por un lado, en Málaga, la despedida oficial de las canchas de tenis de ese enorme deportista y persona que es Rafa Nadal, y por otro la emotiva, cercana y muy querida visita de los Reyes a los pueblos de Utiel y Chiva para “estar y escuchar “ a unas gentes manchegas y valencianas rotas por el dolor y la incertidumbre.

Pedro Sánchez y sus disciplinados ministros han estado durante una larga temporada enfangando los escaños y pasillos del Congreso, con una lluvia de insultos, mentiras y hasta vulgares gestos hacia la oposición parlamentaria. Lo que ellos no podían imaginar es que un “fango real” iba a dejar un reguero de destrucción y muerte en la región de Valencia. El “fango” de su discurso se ha convertido en su propia pesadilla.

No hay español que sienta el amor a España y a sus gentes, que al dolor y la pena por tanta tragedia de destrucción y muerte a raíz de las recientes inundaciones, no se sume la tristeza y la indignación por las sorprendentes escenas que contemplamos el domingo pasado durante la visita de los Reyes y los presidentes del Gobierno y Generalitat de Valencia a Paiporta, uno de los pueblos más castigados.

¿Qué más nos puede pasar a los españoles? Es lógico que nos formulemos esta pregunta a la vista de la tragedia y los sobresaltos que nos ha deparado estos días una maldita señora, de nombre Dana. Los ríos de barro y sangre que han inundado regiones tan queridas como Valencia, Andalucía o Castilla-La Mancha han roto el corazón de millones de españoles de bien.

”Que los árboles no dejan ver el bosque” es un conocido aforismo que explica la espesura de problemas y acontecimientos que hoy rodean a la sociedad actual y que impiden a veces ahondar en las causas u origen que los motivan. El mundo envejece y está triste.

Es un hecho indiscutible que hoy al mismo tiempo que se confunden los viejos principios ideológicos que la sociedad identificaba con el conservadurismo, el liberalismo o el socialismo/comunismo, los intelectuales también se han diluido o confundido en este tsunami de nuevas corrientes costumbristas o de pensamiento. La justicia, la dignidad y la verdad, 'leit motiv' de sus discursos, ensayos y oratorias, han sido aparcadas en aras del relativismo moral imperante.

Jorge Manrique, poeta y hombre de armas, dejó en las “Coplas por la muerte de su padre” una sentencia que ha devenido tan inmemorial como cierta en algunas ocasiones: «…cómo a nuestro parescer/ cualquiera tiempo pasado/ fue mejor». No soy una persona nostálgica ni suelo aferrarme a tiempos pasados para contemplar una foto amarillenta y llorar a veces de lo que fuí o de lo que fueron mis familiares, amistades o de las aventuras y desventuras del pasado.

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