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A lo largo de sus 40 años de carrera como miembro destacado de los órganos judiciales y políticos del país, ha estado directamente involucrado en la brutal represión de manifestantes y disidentes pacíficos a favor de la democracia que han tratado de desafiar al gobierno. Es responsable de facilitar las detenciones de disidentes políticos y de justificar la tortura y el encarcelamiento de miles de activistas de derechos humanos, minorías y estudiantes.
Hablábamos de Afganistán. Juan Bautista Bajo Miguelez, compañero desde 1955, catedrático de Filosofía, escritor. Mi buen amigo hace este breve comentario: "Cuando seres humanos inocentes, trabajadores, pacíficos... se ven obligados por una recua de desalmados a abandonar casas, propiedades, lugares de convivencia... y, quién tiene el deber de defenderlos no les defiende, es el final de una mal llamada civilización".
Lo esencial es aminorar los frentes y abrir las fronteras. Ahí radica la clave ante cualquier desconcierto humano. Se me ocurre pensar en esos países que están fuera de control, donde a diario se producen violaciones de los derechos humanos, para que ellos no decaigan en sus gritos de libertad y nosotros también prestemos la debida escucha.
Para millones de afganos y afganas, comienza de nuevo la difícil tarea de reconstruir Afganistán. Estados Unidos tiene el deber de apoyar estos esfuerzos, sin intentar controlarlos. Estados Unidos, el último imperio en huir de este país, también debería aprender, de una vez por todas, que no se puede bombardear el camino hacia la paz.
La filosofía ética y política fichteana nos sirve para pensar que la política de los gobiernos estatales tiene que dirigirse prioritariamente al bienestar general, porque es la tarea principal. Si esto no se hace suficientemente, lo demás no mejora y se refuerza o mantiene la desigualdad, la marginación, la exclusión y la pobreza.
Trabajar a favor de condiciones más justas, por situaciones de educación permanente, por sociedades centradas en el saber, en la convivencia humana y el intercambio intergeneracional son sólo algunas de las premisas que pueden orientarnos a una mejor sociedad local, y por supuesto, internacional.
Son muchas, cada día más, las necesidades de los hombres y de los poblados. Para empezar, debe de preocuparnos todo lo que puede comprometer, que no es poco, la dignidad y la libertad de la persona humana. Frente a las deportaciones de pueblos atemorizados, a las numerosas vejaciones y a los mil enfrentamientos, que a diario se producen en todos los continentes, reivindico el camino del encuentro, a través del diálogo sincero.
Cada vez estamos más lejos de Dios y dentro de una Unión Europea que tiene poco que ver con la que Europa que soñaron aquellos políticos cristianos, con acuerdos puntuales sobre el carbón y el acero o la energía atómica. Adenauer, Schuman, Spaak y De Gásperi fueron una generación de políticos respetuosos que no se ha vuelto a repetir.
Un año después de que la ONU advirtiera sobre una hambruna de proporciones bíblicas, los países ricos han financiado sólo el 5 por ciento del llamamiento hecho por ese organismo para recaudar 6.500 millones con el fin de hacer frente a esta situación en 2021.
Cuando todo parece derrumbarse por el odio y la crueldad, nos queda ese último anhelo, el del acuerdo conciliatorio, en miras al acercamiento entre análogos; todo ello, mediante un nuevo proceder más responsable y menos indiferente. Urge entonces entenderse, reavivar otras actitudes y expresiones más afectivas.
Desde luego, resulta particularmente preocupante la falta de liderazgos orientados a fortalecer la promoción y protección de los derechos humanos y a vigorizar la confianza entre la ciudadanía, con mayor énfasis en las personas en situación de vulnerabilidad.
Huang Qi, creador del primer sitio electrónico con noticias sobre los derechos humanos en China, pasará los próximos 12 años en una cárcel por denunciar la corrupción gubernamental.
No podemos continuar atrincherados en una estrechez mental, de falta de discernimiento en el valor de cada cosa, pues nos impide avanzar hacia otros estadios más armónicos. Indudablemente, hay que pasar de las bellas palabras a los hechos, y lo importante es que la desigualdad no crezca en un mundo en el que hay que promover de manera justa la ponderación de oportunidades, en toda esa familia global, de la que formamos parte.
Llevo horas viendo desde mi ventana un camión que está mal aparcado. Está situado de tal forma que obliga a todos los demás coches a pararse y a maniobrar durante un buen rato para poder seguir circulando sin chocarse contra una pared.
Me gusta que se hable de inclusión y sostenibilidad, de escucha y consideración hacia toda vida, de nuevos itinerarios y de multiplicidad de alientos, de nuevas propuestas y de un espíritu solidario universalista, planetario y sin fronteras, que nos globalice y fraternice. Este avance si me parece rompedor, distinto a lo vivido hasta ahora, pues ya no se habla sólo de crecimiento material, sino también de otras dimensiones de integración social e incluso de conversión ecológica.
Todos estamos llamados a entendernos, a conocernos internamente y a reconocernos, al mismo tiempo, vinculados a ese tronco común que hace familia en la medida en que nos hermanamos unos con otros. Por eso es importante que los gobiernos no instauren leyes discriminatorias contra grupos humanos determinados, puesto que todos al fin somos necesarios.
“La injusticia, en cualquier parte, es una amenaza a la justicia en todas partes”. Martin Luther King escribió estas palabras en su “Carta desde la cárcel de Birmingham” el 16 de abril de 1963. King fue arrestado en esa ciudad por su papel en la organización de protestas no violentas contra la segregación, en el marco de la lucha liderada allí por el reverendo Fred Shuttlesworth. En esta famosa carta, King también escribió: “Birmingham es probablemente la ciudad más segregada de Estados Unidos”.
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